Los seres humanos hemos desarrollado una extraordinaria habilidad para detectar las similitudes faciales entre dos personas emparentadas entre sí de alguna manera. Esta capacidad, aunque no con igual pericia, también se ha evidenciado en más de una ocasión en otros primates no humanos.

Todo aquel que haya presumido de tener infancia seguramente recordará la serie de Dragon Ball como uno de los tesoros nostálgicos mejor guardados. Lejos de los argumentos rebuscados, los personajes con conflictos internos y los mensajes de múltiples lecturas, Dragon Ball solo necesitó de coloridas e interminables secuencias de acción para quedar grabado en los corazones de miles de niños (y niñas, y adultos) alrededor del globo.

La fotografía es el arte de la ilusión por definición. Detrás de cualquier paisaje o rostro capturado por el lente, en realidad solo existe el resultado químico de una exposición a la luz. De todas formas, esto no quita que la fotografía sea un arte bello, digno de ser elogiado y analizado según su propio lenguaje.

Los científicos, cuya característica más distintiva es el rigor en el método, siempre han sido escépticos respecto al conferirle propiedades antropomórficas a los animales, como es el caso de los celos. Sin embargo, el propio Charles Darwin defendía la idea de que existía una continuidad evolutiva entre los sistemas nerviosos, de modo que se impone profundizar en el asunto para saber si existen los celos en el reino animal. Veamos qué responde la ciencia.

Ya vimos a Kevin Spacey en House of Cards, a Matthew McConaughey y Woody Harrelson en True Detective, a Billy Bob Thornton en Fargo y ahora también a Clive Owen en The Knick, pero la presencia de grandes estrellas del cine en la pantalla pequeña no parecen agotarse, sino todo lo contrario.

Sabemos que las redes sociales son adictivas, complican la socialización cara a cara y nos generan ansiedad, pero al parecer son bastante peligrosas para nuestra salud mental.