La dignidad del trabajo

"Es la idea que tienen muchos estadounidenses de que se merecen su progreso profesional y económico porque estudiaron carreras universitarias, mientras que otros no se lo merecen porque no han hecho los sacrificios que entraña el estudiar".

Ángel Gonzalez trabaja como jardinero en un resort en Phippsburg, Maine.
Ángel Gonzalez trabaja como jardinero en un resort en Phippsburg, Maine.
Imagen Robert F. Bukaty/AP

A la política de Estados Unidos está llegando poco a poco la idea de que para combatir el resentimiento social que alimenta la demagogia política y el populismo, es necesario mitigar lo que el filósofo de Harvard Michael Sandel llama “la tiranía de la meritocracia”.

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Es la idea que tienen muchos estadounidenses de que se merecen su progreso profesional y económico porque estudiaron carreras universitarias, mientras que otros no se lo merecen porque no han hecho los sacrificios que entraña el estudiar. Sandel considera que esa idea, aplicada a la vida cotidiana, amplía la brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco. Y sería uno de varios factores que explican el persistente fervor popular por agitadores como Donald Trump a la derecha y Bernie Sanders a la izquierda, para dar tan solo un par de ejemplos notables.

Como respuesta, tres gobiernos estatales, los de Maryland, Utah y Pensilvania, han abierto la oferta laboral de sus estados a decenas de miles de personas que no tienen títulos universitarios. El caso más reciente es el de Pensilvania, donde su gobernador, el demócrata Josh Shapiro, eliminó el requisito de cuatro años de college para 65 mil puestos de trabajo en su estado - la mayoría. De ahora en adelante el anuncio de posiciones hará hincapié en la experiencia laboral y otros requisitos en vez de en las credenciales académicas de los aspirantes.

Se dirá que muchos empleos exigen una experiencia que incluye estudios universitarios y que el ignorarlo podría ser una invitación al desastre productivo. Pero estudios independientes revelan que la mitad de los puestos de trabajo que hay en el país los desempeñan personas que aprendieron a hacerlos sin ir a la universidad, asimilándolos sobre la marcha, en las fuerzas armadas, en la secundaria o en academias comerciales y tecnológicas.

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Toda medida razonable que promueva la igualdad y la justicia social es intrínsecamente buena porque contribuye a la paz social y a la solidaridad entre los miembros de una comunidad. Son dos elementos fundamentales que escasean en este país, como atestiguan las tensiones étnicas y raciales, la constante violencia de las armas de fuego, el enconado debate sobre temas anodinos y la polarización política que a menudo paraliza a Washington.

Una de esas medidas razonables es, sin duda, el ampliar la oferta educacional, incluyendo la universitaria, cada vez a más jóvenes. Pero esta loable aspiración suele dejar fuera a muchos hijos de familias de escasos recursos y a personas que nunca han tenido modelos profesionales en sus hogares. Como resultado, más del 60 por ciento de los estadounidenses carecen de licenciaturas o títulos universitarios de cuatro años. Eso hace que en el transcurso de sus vidas ganen un promedio de $20 mil anuales menos que aquellos que sí los tienen. Resulta todavía más lamentable que muchos tampoco ganan suficiente dinero para mantener a una familia.

Una consecuencia de estas disparidades en salarios y estado financiero es el resentimiento social. Ese rencor se halla en la raíz de la ira popular contra políticos profesionales que se resisten a explotarlo como sí hacen los Trump y, en menor medida, los Sanders del país. También fomenta el peligroso rechazo a la ciencia y el conocimiento experto, como el que dificulta la lucha contra la pandemia de covid 19, convirtiendo a Estados Unidos en el país que más muertes de la enfermedad reporta; o a favor de la protección de nuestro medio ambiente.

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El rencor social alimenta asimismo las más absurdas teorías conspirativas que en la actualidad guían las vidas de millones de estadounidenses, haciéndolas más miserables de lo que deberían ser y convirtiéndolos en enemigos acérrimos de sus compatriotas que rechazan tales teorías. Y los hace vulnerables a la manipulación propagandística de “bad actors” extranjeros, como el carnicero ruso, Vladimir Putin y el autócrata húngaro Víctor Orban, entre otros.

Los líderes de los dos grandes partidos de la nación debaten el problema de la meritocracia desde hace años. Trump lo explotó sin escrúpulos para llegar a la Casa Blanca, donde previsiblemente trabajó poco para el estadounidense promedio y demasiado para las élites financieras. El presidente Biden considera que su plan de infraestructura, aprobado con votos republicanos y demócratas, busca precisamente superar prejuicios meritocráticos y generar buenos empleos para los no universitarios. El tiempo dirá si ese plan bipartidista, valorado en $65 mil millones, surtirá el efecto deseado.

De lo que no cabe duda es de que nuestra paz social en el futuro dependerá de cumplir ciertos objetivos fundamentales. Uno de ellos será mejorar las condiciones económicas de esa mayoría de compatriotas que no han tenido la suerte de graduarse de una universidad, para que sientan que se les respeta su importancia como trabajadores y como personas. Los gobiernos de Maryland, Utah y Pensilvania enseñan un camino a seguir para honrar la dignidad del trabajo.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.