Jorge Castañeda: La caída de la izquierda en Latinoamérica

Por Jorge Castañeda @JorgeGCastaneda, político, intelectual y comentarista, ex Secretario de Relaciones Exteriores de México
La izquierda latinoamericana ha tenido unos últimos meses muy difíciles. En Argentina, Venezuela y Bolivia, fue derrotada en tres elecciones; y un referéndum previsto para permitir la reelección en Ecuador no se perdió solamente porque fue cancelado.
En Brasil y en Chile, los escándalos de corrupción estrechan el círculo alrededor de líderes anteriormente respetados o incluso venerados como Michele Bachelet, Lula y Dilma Roussef. Los escándalos se extienden hacia el Perú, Nicaragua y El Salvador. ¿Será que la llamada "marea rosa" alcanzó ya su cúspide y comenzó a retroceder? Y de ser así, ¿qué lecciones debe aprender la izquierda latinoamericana de su paulatina pérdida de poder?
Para entender la caída de la izquierda, conviene revisar algunos hechos. Desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, partidos, movimientos y líderes de izquierda, moderada o de línea dura, han gobernado un gran número de países de América Latina, con éxito en la mayoría de los casos.
En casi todos estos gobiernos –incluso los más retóricamente radicales, como Morales en Bolivia– cuidaron las finanzas públicas, redujeron la pobreza y la desigualdad, y con la excepción de Ecuador y Bolivia, evitaron el autoritarismo y mantuvieron buenas relaciones con Washington. Fueron sensatos.
Y suertudos. De 2003 a 2012, la insaciable demanda china por todas las materias primas y productos agrícolas del mundo trajo un alza espectacular de precios de exportación y de inversión extranjera directa en minería, tierra e infraestructura: prácticamente cada nación de América del Sur se benefició inmensamente de esta bonanza (México, el Caribe y América Central vivieron una historia diferente).
En algunos casos, el estado recibió grandes sumas de dinero directamente, permitiéndole gastar en programas sociales masivos, a menudo bien diseñados y asequibles. En otros, la imposición de impuestos extraordinarios a la exportación, la nacionalización de recursos naturales, o un sistema fiscal eficiente, entregaron ganancias inesperadas al gobierno.
Estas sumas tuvieron otra consecuencia: hicieron posible la perpetuación en el poder mediante nuevas formas de populismo electoral. Así, Chávez en Venezuela dispuso de casi un billón de dólares provenientes de la venta petrolera de 1999, hasta su muerte. Su uso discrecional en un país de 30 millones de habitantes explica en parte las recurrentes victorias chavistas.
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Como sucedió con “booms” anteriores, nadie guardó algo para los inevitables años de vacas flacas. Al caer los precios resultó que, con la excepción de Chile, no existían realmente nuevos fondos soberanos o siquiera clásicos instrumentos contra-cíclicos.
País tras país vió desplomarse sus tasas de crecimiento; se contrajo el gasto público, y el descontento social se incrementó. Esto se reflejó en las elecciones: la población castigó a los salientes; como la mayoría procedía de la izquierda, la izquierda perdió.
Si bien las recientes derrotas y muchos de los escándalos provienen de esta realidad económica fundamental, también surge del error más grande cometido por la izquierda durante sus 15 años en el poder.
Sistemáticamente subestimó la corrupción, rechazando su propia propensión a involucrarse en ella, e ignorando la creciente intolerancia de la sociedad hacia ella. Cuando por fin le prestó atención a la peste de pestes de América Latina, era demasiado tarde.
Resultó que la izquierda se hallaba profundamente imbuida de las tradicionales prácticas y los viejos vicios de la corrupción latinoamericana, al igual que sus predecesores conservadores, civiles o militares, electos o impuestos.
Los actuales escándalos de corrupción también han envuelto a gobiernos que no son de izquierda. En Guatemala, el presidente y vicepresidente de centro-derecha fueron desaforados y condenados; la administración priista en México se ha visto sacudida por diversas acusaciones de corrupción y conflicto de interés desde 2014.
La izquierda seguirá perdiendo elecciones en América Latina. Pero algún día volverá a ganar: la democracia en la región está lo suficientemente consolidada para impedir que la alternancia se acabe. Cuando vuelva, la izquierda actualizada del mañana deberá aprender dos lecciones de estos años de vacas gordas.
Ahorrar dinero para los tiempos difíciles no es solo un precepto bíblico: es una buena receta para una sólida política macroeconómica. Cuando llegue la siguiente bonanza, y la izquierda se monte en ella para llegar al poder, debe guardar provisiones para el futuro, no solo apostar al presente.
La clave consiste en sostener el crecimiento, por lo menos en parte, y mantener los programas sociales, en la medida de lo posible, cuando los precios se hunden. El camino para lograrlo es administrar economías de commodities de manera más sabia. Y, desde luego, administrar los dólares y euros de los años malos de forma transparente, y responsable.
La izquierda latinoamericana debe recordar que nadie es ajeno a la corrupción en América Latina, y que ésta enfurece a todos. Creer con sinceridad o pretender con incrédulidad que la izquierda es congénitamente honesta solo porque se trata de la izquierda, y que por ello no debe tomar precauciones cautelares, es una locura.
La corrupción perpetrada por la izquierda enfureció más a la gente. Prometió y logró mejores servicios públicos, para luego verlos declinar debido a la mala administración y el cohecho. Ayudó a los pobres, para enseguida malgastar los fondos destinados a la tarea. Propuso una actitud diferente en el gobierno, para después ser denunciada por sus enemigos, como era previsible.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.