De la sierra a la frontera: sembradores de amapola huyen de Guerrero por la violencia del narcotráfico del que viven
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NOGALES, México.– De la extensa sierra de Guerrero, en el suroeste de México, sale alrededor del 50% de la goma de opio que llega a Estados Unidos. En sus profundas barrancas y debajo de su tupida vegetación, crecen miles de plantas de amapola, de la cual se extrae el componente esencial para elaborar la adictiva heroína que se consume en las calles de este país.
Desde que tenía 13 años y hasta marzo pasado, Misael Oláis cosechó múltiples plantíos en las montañas de Guerrero y, como el resto de sus parientes, esa fue su principal fuente de ingresos durante toda su vida.
"Allá la mayoría se dedica a sembrar amapola. Si no siembras no hay dinero. ¿Cómo vas a mantener a tu familia? Uno tiene que buscarle", dice Oláis, de 26 años y quien lleva dos meses viviendo en el albergue San Juan Bosco de Nogales, Sonora. Desde hace varios meses este lugar recibe a familias guerrerenses que huyen de comunidades abatidas por el crimen organizado para pedir asilo a Estados Unidos.
En los últimos días, a este refugio han llegado tantos oriundos de ese estado que ya igualaron en cantidad a los centroamericanos que emigran por las pandillas y la pobreza. Ahí coinciden sus desgracias.
Oláis asegura que por este mismo albergue ya han pasado algunos familiares suyos que abandonaron los cultivos de amapola en las montañas de Guerrero y que ahora están en Arizona. Al llegar a este sitio en la frontera se encontró a otros que también producían goma de opio.
Irónicamente, los pueblos que dejaron atrás se han ido vaciando por la violencia ligada al tráfico de heroína hacia EEUU. Solo en octubre pasado, unos 1,600 habitantes de esa región serrana huyeron tan pronto entraron miles de hombres armados que dijeron ser autodefensas, como reportó la prensa local.
"Hay muertos, balaceras y uno tiene miedo de salir a la calle por una bala perdida que te arrebate la vida en cualquier rato. Ya no hay maestros, los niños no van a la escuela. Tienen miedo", describe este joven que vivía en el municipio de Eliodoro Castillo, el cual disputa a muerte el cartel Guerreros Unidos, cuyo poder se ha extendido gracias a que controla un territorio con bastos plantíos de amapola, según un reporte de la Administración para el Control de Drogas (DEA). Esa violenta organización ha sido acusada por la desaparición de 43 estudiantes de magisterio en el otoño de 2014.
A principios de marzo, Oláis salió de su localidad con su esposa, sus tres hijos pequeños de 1, 6 y 8 años, y unas cuantas pertenencias.
Sin embargo, este hombre no reconoce que haya sido partícipe de la causa que lo hizo emigrar, pues justifica que estuvo en el primer eslabón de la cadena del narcotráfico para darle algo mejor a los suyos y niega saber qué se produce con la goma de opio. "Lo que uno quiere nomás es sacar el producto, que lleguen y lo compren (…) Ni idea qué es lo que salga de ahí", aseguró.
Lo único que sabe, dice, es que quienes solo cosechan frijol y maíz en su pueblo son muy pobres.
"Nosotros sembrábamos (amapola) porque de ahí nos manteníamos. En ese tiempo valía más el producto; ahorita disminuyó hartísimo. Antes pagaban 15,000 pesos (780 dólares) por kilo y ahorita está como a 5,000 pesos (260 dólares). Ya ni lo que invierte uno", lamenta.
Cultivando la droga más cara del mundo
El guerrerense cuenta que su propio padre le enseñó el negocio de la amapola. Tenía 13 años cuando también aprendió a colocar los plantíos en sitios lejanos y cañadas para que no los detectaran los militares. En su mejor época obtenía hasta 3 kilos de goma por cosecha cada tres meses. Por esa cantidad le pagaron unos 45,000 pesos o 2,300 dólares. Asegura que no sabe qué cartel se la compraba y se quedaba con la mayor parte de las ganancias.
Las autoridades catalogan a la heroína como la droga más cara del mundo. Un gramo puro puede venderse en más de 450 dólares en las calles de EEUU. Por una sola inyección de ese narcótico se pagan unos 50 dólares, sumando tantos como 27,000 millones de dólares por su consumo cada año, según un reporte de la Oficina Nacional de Política de Control de Drogas de la Casa Blanca (ONDCP).
En Guerrero, ese dinero se traduce en muerte. En 2018, su tasa de homicidios fue de 70 por cada 100,000 habitantes, siendo una de las tres entidades mexicanas con más asesinatos. Cabe señalar que en ese periodo los delitos relacionados con el tráfico de drogas disminuyeron un 27%.
La organización australiana Institute for Economics and Peace concluye en su Índice de Paz México 2019 que quizás se deba a una caída en la demanda de opio. "Guerrero ha sido históricamente productor de amapola, así que el incremento en el uso de opioides sintéticos en el mundo ha propiciado que en todo el estado se reduzca la producción de este cultivo", menciona el análisis.
Esto explica en parte el éxodo: mientras a los humildes campesinos guerrerenses les pagan cada vez menos por su producto, no cesan los ataques de grupos armados en sus regiones.
"Hay harta delincuencia cerca de mi pueblo. Llegan, se enfrentan y matan a harta gente inocente que no tiene culpa. Nosotros nos vinimos antes de que, por accidente, en un enfrentamiento a balazos, nos fuera a pasar algo. Teníamos miedo", dijo Ericka Faustino, esposa de Oláis.
"No quiero que mis hijos cultiven amapola"
En Nogales, la espera de esta familia ha sido larga. Llevan ya dos meses esperando a que la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (CBP) revise su solicitud de asilo. Les tocó el número 1,382 y el viernes apenas iba el 1,228. Cada día llaman a dos familias; a veces a nadie. Creen que les faltan 50 días más.
"Es cansado porque andamos de arriba para abajo", comenta esta madre, mientras carga a su hijo menor, Misael, de apenas 1 año. "Mis hijos lloran a veces, porque ya se quieren regresar. Les digo: tenemos que esperar, porque ya estamos aquí y lejos del lugar de donde somos", comenta ella.
Su esposo dice que familiares cercanos fueron víctimas de la delincuencia hace poco. "Una vez llegó un convoy de gente armada y levantó (secuestró) a mi familia y la golpeó. Lo bueno que nomás fue eso. Quedaron con cicatrices", relató.
Ese refugio también se volvió el hogar temporal de la familia de Alma Moreno, que lleva más de un mes allí. Ella vivía en Tlacopetepec, cerca de Chilpancingo, que se ha convertido en una de las ciudades más peligrosas de México. "Hay muchos hombres armados. Da miedo. Por lo mismo, los maestros dejan de dar clases; los niños ya no van a la escuela. Es muy difícil vivir ahí. Ya no hay trabajo porque se agarran a balazos a cada rato", asegura.
Con esta mujer llegaron su esposo, sus dos hijos y su yerno. Se dirigen hacia Alabama. Moreno dice que abandonaron su pueblo luego de que secuestraron a unos vecinos. "Dieron información de que los buscaran ahí cerca y los habían quemado. Ellos no debían nada, no hacían nada malo", lamentó.
Su hija Melissa Alía, de 20 años, dice con pesar que fue duro dejar atrás el lugar donde nació, creció y formó un hogar. "Es triste, se siente uno mal estando aquí. Dejar lo que tienes: tu casa, tu carro, tus cosas, todo".
Los niños que juegan alegremente en el albergue San Juan Bosco son el motor de estos padres.
Oláis voltea a ver a sus tres pequeños cuando dice que busca un mejor futuro para ellos en Estados Unidos. Si le niegan el asilo se quedaría a vivir en Nogales, porque a Guerrero no vuelve, insiste.
"Yo saqué a mis hijos de la sierra porque no quiero que hagan lo mismo que yo, que cultiven la amapola", confiesa. "Quiero sacarlos adelante; que lleguen a ser doctores, abogados; que saquen sus papeles (en EEUU), que sean de allá; quiero lo mejor para ellos".
* En la elaboración de este reportaje contribuyó la videógrafa Ana María Rodríguez.