CARACAS (Venezuela).- Por culpa del racionamiento eléctrico, la semana de Ana Carolina de Ortega comenzó el lunes a las 3:45 de la mañana. “Nos levantamos a esa hora porque el racionamiento estaba pautado entre las 4 y las 8 de la mañana. Entonces, preventivamente apagamos los equipos de aire acondicionado para evitar que se dañaran y tratamos de seguir durmiendo”, cuenta Ana Carolina, una madre de 32 años que reside en Maracaibo, capital del occidental estado Zulia, fronterizo con Colombia y famoso por sus altas temperaturas.
Vivir en penumbras en la Venezuela de los racionamientos eléctricos
Desde esta semana, el gobierno de Nicolás Maduro aplica cortes de luz por cuatro horas en casi todo el país para tratar de atajar la crisis eléctrica. Los ciudadanos se quejan del calvario que eso supone en su vida cotidiana.

El Gobierno del presidente Nicolás Maduro resolvió a partir de esta semana aplicar un plan especial que incluye cortes de luz por cuatro horas en casi todo el país, salvo Caracas. El Ejecutivo impuso la medida por al menos 40 días para evitar el colapso del servicio que atribuye al fenómeno de El Niño y la prolongada sequía, mientras los partidos de oposición y reconocidos técnicos señalan que la situación obedece a la corrupción y falta de inversión en el sistema eléctrico nacional.
Ajena al debate sobre las causas de la crisis eléctrica, Ana Carolina lo que sabe es que esta situación pone su vida de cabeza. “Tengo una pastelería y no sé cómo será el racionamiento en esa zona. Trabajamos a toda máquina para aprovechar cuando hay luz. A veces solo tenemos cuatro horas, pero de igual manera debemos pagarle al personal la jornada completa, con sus bonos de transporte y alimentación. Cruzamos los dedos para que a la vecina se le vaya la luz a una hora distinta, para pedirle ayuda”, confiesa.
Adriana Arroyo pudo dormir un poco más. También vive en Maracaibo, pero el corte que le corresponde a su sector es de 8 a 12 de la mañana. “El colegio de Juan Diego tiene horario especial, en la semana pierde un día de clases y debo resolver dónde dejarlo”, expone esta madre de 37 años. Adriana advierte que los cortes de luz vienen a empeorar el problema que más le preocupa: la escasez de alimentos. “¿Cómo guardas comida? No es mucho lo que puedes hacer porque las cosas se dañan en la nevera”, se queja.
Sobrevivir en las tinieblas es fatigoso. Toda la rutina se altera. Desde dormir hasta comer. Se agravan las fallas en el suministro de agua. Sin wifi ni medios de comunicación, los ciudadanos se sienten aislados. El calor se hace insoportable. Y en un país con una tasa oficial de homicidios de 58 por cada 100 mil habitantes, aumenta el temor de que los delincuentes saquen partido de las sombras para cometer sus fechorías.
“A una amiga le quitaron la luz a las 3 de la mañana y siete horas después todavía no le habían restablecido el servicio”, relata Isabela de Souki, otra vecina de Maracaibo de 30 años. “Ella tuvo que salir a la calle a comprar comida, cosa que influye en los gastos familiares, pero es que le daba dolor darle a su bebé comida fría”, confía Isabela, quien admite que esta oscuridad forzada la saca de quicio. “¡No es justo!”, explota.
Hambre, sudor y lágrimas
En el oriente del país el cuadro es el mismo. “Ahora estoy viendo cómo organizo la agenda para atender a mis pacientes”, dice María Daniela Celta, una odontóloga de 37 años que reside en Puerto La Cruz, estado Anzoátegui. “Los niños reciben clases en medio de un calor terrible. Mi hija María Corina se ha quedado sin almorzar en su colegio porque no tienen cómo calentar la comida. Además, hay muchos establecimientos que no pueden facturar por falta de luz y solo puedes comprar en efectivo”, afirma desgranando sus penurias.

Antes de ejecutar este plan general ya el Gobierno había decidido reducir la jornada laboral y decretar los viernes como días libres en la Administración Pública con el argumento de ahorrar energía.
“Las áreas administrativas de las empresas del Estado se encuentran en los cascos centrales de las ciudades más grandes del interior. Entonces, nos lanzan estos racionamientos en las mañanas, porque estamos en zonas de alto consumo, y súmale a eso que no trabajamos en las tardes ni los viernes”, destaca un empleado de la estatal telefónica Cantv en Maracay, capital del estado Aragua, en el centro del país.
El resultado, agrega, “es que el ciudadano no recibe la atención del Estado que se merece y nosotros estamos trabajando a un 40% de nuestra capacidad”.
Lorena Arráiz es profesora de Comunicación Visual de la Universidad de Los Andes (ULA) en el estado Táchira, fronterizo con Colombia. “Obviamente, empleamos recursos audiovisuales para que los estudiantes asimilen los contenidos, pero varias veces nos han quitado la luz y tenemos que cerrar la clase”, cuenta la investigadora de 46 años.

Mantener actualizada una web de noticias cuando permanentemente sufren interrupciones del servicio eléctrico no es tarea fácil, comenta Lorena; sin embargo, indica que su esposo, médico de profesión, la pasa aún peor. “En la clínica, las plantas cubren los quirófanos, pero los doctores no pueden ofrecer sus consultas regulares”, describe.
Las limitaciones para adquirir productos básicos son malas, pero si se suman con las restricciones eléctricas son aún peores. Eso lo advierte Carolina Isava, comunicadora que reside en Cumaná, capital del estado Sucre, en el oriente venezolano. “Aquí la gente compra los alimentos según el número de su cédula de identidad. Si el día que te toca comprar coincide con el corte de luz, te quedas sin opciones porque los supermercados cierran”, apunta Carolina, dibujando el peor de los mundos.
Las conversaciones de los venezolanos, que principalmente giraban sobre la escasez de alimentos y medicinas, la inflación desbordaba y la inseguridad, incorporaron un nuevo elemento. “La gente ahora habla de los cortes de luz, de comprar protectores para los equipos y ventiladores de batería”, detalla Juan Carlos Peralta, ingeniero electricista de 42 años bajo el sol inclemente de Maracaibo.
“Todas las diligencias se ven afectadas, los trámites en el banco y hasta el tráfico, pues los semáforos están apagados y se genera un gran caos vehicular. Por eso aquí cada vez es más difícil ver personas sonriendo y abundan las caras de angustia y de rabia”, lamenta Juan Carlos.









