Un doctor mexicano dedica su tiempo libre a los pacientes que se recuperaron del coronavirus
Cuando el doctor Juan Antonio Salas concluye su turno -a veces de 36 horas- en las salas de covid-19 de dos hospitales de la Ciudad de México, su trabajo no termina. El joven de 25 años entiende que los efectos de la pandemia suelen persistir después de que un paciente es dado de alta, por lo que decide acompañar a quienes ha visto volver a sus casas tras superar al virus.
Sobrevivir al
coronavirus es una experiencia que deja marcas en las personas que atraviesan por ese difícil proceso, algo que tiene claro el doctor Juan Antonio Salas -en el centro- al bromear con la nieta de su paciente Cleotilde Borja, quien superó la enfermedad, justo al final de su visita médica voluntaria a su hogar en la Ciudad de México.
Fernando Llano/AP
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La idea es resolver las dudas que quedan después de la experiencia de haber superado la enfermedad y, sobre todo, escuchar a los pacientes que pueden sentirse aislados. Al final de la cita, el doctor Salas hace el rutinario chequeo de los pulmones de la señora Borja.
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Ayudar a superar el paso por una unidad de cuidados intensivos
es algo que la sanidad pública mexicana no puede darse el lujo de ofrecer debido al frágil sistema de salud del
país. El doctor Juan Antonio Salas lo hace por gusto, creando vínculos de confianza con los sobrevivientes. La señora Borja le pide ayuda con la estufa de su casa después de la revisión médica.
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Cada vez que toca una puerta, todo son sonrisas. Llega solo con mascarilla, nada que ver con el equipo protector que deben usar en el hospital y en ocasiones hasta se la quita, si considera que la situación es segura, como en la casa de la señora Borja, donde entra con confianza.
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La recompensa para este joven doctor se ve reflejada no solo en la gratitud de sus pacientes, sino también en la de los familiares, como Orlando Infante quien lleva a su madre Beatriz Infante, otra de las pacientes sobrevivientes, a una silla de ruedas tras concluir la visita médica.
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Salas empezó este proyecto a mediados de mayo y ahora visita a 17 personas, a quienes también les ayuda a repasar el plan de alimentación, como el de la señora Infante, en su visita. “Es muy grato verlos sonreír, verlos bien, estables, con su
familia” , dice.
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Sin embargo, hay días en los que tiene que anular dichas visitas a última hora, debido a las guardias en alguno de los dos hospitales en los que
labora -uno al norte de la capital, otro en el centro-. La jornada, a veces de hasta 36 horas seguidas, comienza sentado en el asiento trasero del automóvil de su padre mientras espera que lo lleven a trabajar.
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“Ver
fallecer a tantas personas, a tantas entubadas deja un estrés postraumático que al ser dados de alta no supieron cómo manejar dentro de sus hogares” explica el doctor, también experto en tanatología
. En el poco rato que tiene libre, Salas intenta hacer su rutina, como cuando va a comprar comida para sus mascotas en una tienda del vecindario con su entrada cubierta de plástico para frenar la propagación del nuevo coronavirus.
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Si bien en algún momento pensó en alejarse de su labor médica, debido a que no contaba con todas las herramientas necesarias, Salas sabe muy bien lo importante que es el calor humano ante una
enfermedad. Al regresar de trabajar, tras maratónicas jornadas, el doctor come el almuerzo preparado por su novio Miguel Ángel Aguilar.
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Visitar a los que le ganaron la batalla a la pandemia
le da una bocanada de esperanza especialmente ahora, que la situación se está complicando, por lo que intenta transmitirlo en su vida diaria, como cuando juega con una de sus tres mascotas Chihuahuas después de llegar a su casa.
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La vocación de Salas por ayudar a sus expacientes no surgió de la nada. Todavía recuerda cuánto lo ayudó, tras la muerte de su hermano de tres años, que el oncólogo que lo trataba tuviera palabras cariñosas para él y que, al saber que estudiaba medicina, le regalara el estetoscopio con el que revisó al
pequeño por última vez
. Ese mismo utensilio médico lo sigue manteniendo en el cuello de la estatua del Niño Jesús que tiene en su casa.
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“Hubo mucha gente que estuvo ahí para mí cuando yo la necesité”, rememora. “Lo menos que puedo hacer yo es estar ahí para esas personas que ahora me necesitan”.
“De 20 días para acá no ha habido ni una sola alta y los decesos son constantes”, dice en referencia a los 70 pacientes que él ve en uno de los hospitales y el medio centenar del otro. “Entonces, poder ver a los que se salvan, saber que están bien, es la satisfacción del deber cumplido”. Todos los días, Salas besa un relicario con las cenizas de su madre y su hermano al llegar a casa.