La mayor parte de la población mundial padece intolerancia a la lactosa; el resto podría ser más evolucionado por una mutación genética que les permite ingerir lácteos.

La intolerancia a la lactosa se caracteriza por el desencadenamiento de reacciones que ocurren en el cuerpo casi inmediatamente después del consumo de leche y derivados. Dolor de estómago, sensación de hinchazón y náuseas son síntomas comunes de la condición, que es inofensiva si no se tienen en cuenta los desagradables síntomas.

El queso es de esos alimentos que van bien con absolutamente todo, incluso cuando se trata de un postre dulce. Es enorme la variedad de tipos y sabores y, obviamente, los más deliciosos son los que a simple vista son menos saludables por su cantidad de grasas. Y la culpa siempre nos acompaña cada vez que caemos en la tentación y no podemos parar.

Muchas personas quieren cuidar la salud a través de la dieta y por eso reemplazan muchos alimentos por sus versiones dietéticas. Tener una alimentación balanceada está muy bien, pero los alimentos diet no siempre son la respuesta. Cambiar la leche entera por su versión descremada, el queso por uno magro y el yogur común por uno 0 % grasas parece ser la respuesta para muchas personas, pero resulta que la grasa que se encuentra en los lácteos no es tan mala como creían.

Tener huesos fuertes y sanos gracias a los lácteos es una de las promesas que hemos creído durante décadas a las publicidades de este tipo de productos. De hecho, algunos profesionales los siguen recomendando como una solución fácil y rápida (en conjunto con los suplementos de calcio) para evitar problemas óseos.

De pequeños consumimos leche con mucho más frecuencia debido a que ayuda y potencia nuestro crecimiento. Pero de adultos, el consumo de leche disminuye notoriamente.