“A mi hijo le dieron un balazo en la cabeza y sólo llevaba una mochila con piedras”: Hablan los padres de un manifestante asesinado en Masaya

La muerte de Marcelo Mayorga, de 40 años, quedó grabada en video y se hizo viral. En las imágenes puede verse a una mujer desesperada pidiendo ayuda para que socorrieran a su marido que yacía sobre un charco de sangre en una calle de Masaya, Nicaragua.

Video "Él no se merecía morir así": madre de hombre asesinado por un francotirador en Nicaragua

MIAMI, Florida.- Sheyla y César Mayorga tuvieron que ver el velorio de su hijo por Internet. Marcelo, el primogénito de la pareja, fue asesinado el martes en Masaya, Nicaragua, cuando centenares de policías y paramilitares afines al régimen sandinista irrumpieron en la ciudad ubicada a 30 kilómetros de Managua.

En su casa de la Pequeña Habana, en Miami, los Mayorga montaron un altar con una foto de su hijo, y colocaron una enorme bandera de Nicaragua en la sala.

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Sheyla Mayorga, aún no puede creer la noticia. “Este es un golpe muy bajo, yo nunca imaginé estar en esa lista de madres que han perdido a sus hijos. Yo miraba por la televisión y veía el dolor de otras madres, pero nunca pensé que me iba a pasar a mí”, confiesa entre lágrimas.


La muerte de Marcelo Mayorga, de 40 años, quedó grabada en video. En las imágenes puede verse a una mujer desesperada pidiendo ayuda para que socorrieran a su marido que yacía sobre un charco de sangre en la calle. Todo esto frente a la mirada de los oficiales, quienes en lugar de ayudarla, continuaron disparando.

“¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme a sacarlo que no es un perro!”, rogaba la mujer. Más de una hora pasó el cuerpo de Mayorga en el suelo.

Sus padres y sus tres hermanos se quiebran al repasar el momento de la muerte del hijo mayor de la familia, al que han tenido que llorar a distancia. “A mi Marcelo lo mató un francotirador cuando estaba cruzando la calle”, asegura el padre. Dice que no iba armado, la madre coincide.

“Le dieron un balazo en la cabeza y lo único que llevaba era una tiradora y una mochila llena de piedras. No merecía morir así, fue una injusticia”, reclama Sheyla Mayorga.

César Mayorga habló con Marcelo minutos antes de que lo mataran. Dice que estaban en constante comunicación desde que empezaron las protestas hace dos meses. Desde entonces, han muerto al menos 212 personas en las manfestaciones, según recoge el informe de la Comisión Interamericana de DDHH publicado este viernes.

Sus padres le insistían que se cuidara, que no se expusiera tanto y que regresara a su casa con su esposa y sus tres hijos. Sabían que su vida corría peligro, dicen.

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“Lo llamé el martes como a la 1:00 pm, lo sentí agitado, me dijo que estaba entrando la policía de choque, que venían como si fuera una batalla de guerra, dijo que había gente apostada en los tejados como francotiradores”, cuenta el padre.

La madre recuerda que su primogénito le decía que había decidido unirse a las protestas porque soñaba con un cambio en Nicaragua, aunque ella le pedía todos los días que no saliera.

“Él me decía: ‘Mamá yo tengo que hacer esto por mis hijos, quiero una vida mejor para ellos, un futuro ¿qué les espera si no? Es lo único que me queda, luchar, luchar, con piedras”, recuerda.

Orgullo masaya

El pasado lunes, cuando se cumplieron dos meses de la rebelión cívica en Nicaragua, los ciudadanos en rebelión declararon la conformación de un autogobierno. La cotidianidad de Masaya se había configurado en torno a las centenas de barricadas que trancaban la ciudad para protegerse de los ataques. Sin embargo, muchas barricadas cayeron este martes durante la ofensiva de grupos antimotines y paramilitares, donde murieron al menos 20 personas.

A César Mayorga le consuela que su hijo representó bien a su pueblo, que históricamente ha sido un bastión de la lucha contra las injusticias, como él mismo dice.

“Mi hijo me duele, pero él me ha demostrado que es un masaya, nuestra gente aguerrida de Masaya que no permite las injusticias”, declara con convicción.


Insiste en que su lucha no debe pasar desapercibida. “Mi hijo tiene que ser recordado como un héroe, que combatió por la justicia social y la democracia en nuestro país”.

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César y Sheyla Mayorga llegaron a EEUU procedentes de Nicaragua en 1989. La familia dice que huyó precisamente de las presiones que recibían del gobierno de Daniel Ortega. Ambos fueron expulsados de sus empleos públicos, porque se negaban a asistir a las marchas oficialistas. Fue entonces cuando decidieron emigrar a EEUU.

Marcelo decidió quedarse en Masaya donde conoció a la que sería su esposa y madre de sus tres hijos.

Los enfrentamientos en Masaya, donde murió Marcelo, dieron pie a que el jueves los obispos entraran a la ciudad, ovacionados por miles de personas en las calles, y lograran que las fuerzas de Ortega detuvieran la represión Masaya por primera vez en el último mes.

“Masaya ha sido crucificada, pero esta ciudad va a resucitar como Jesucristo”, dijo a la multitud monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua.

El clero decidió ingresar a la ciudad para evitar más violencia de los grupos del estado y paramilitares contra los ciudadanos en rebelión que exigen la salida de Daniel Ortega.

Que se acabe la lista

Sheyla Mayorga dice que ahora solo le queda pedir al gobierno sandinista que detenga la represión contra los manifestantes. “¡Daniel! para esta matanza contra los jóvenes, no quiero que haya más sufrimiento de otras madres que entren en esta lista”, implora dirigiéndose al mandatario nicaragüense.

Por momentos se queda en silencio, y cuando habla, repite una y otra vez: “Es duro”, confiesa. “Sólo una madre que pierde un hijo puede entender esto”, explica.

Insiste en que quiere que la muerte de su hijo sirva para que el mundo sepa lo que está sucediendo en Nicaragua. “La injusticia. Que se enteren que son muchachos que están defendiéndose a punta de piedras, como pueden, ante un ataque horrible con fusiles, en un país donde no hay futuro”, dice la madre.

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El papá de Mayorga hace un llamado a las organizaciones de DDHH y a los gobiernos democráticos del hemisferio. “Quisiera que mi pérdida fuera escuchada. Les pido que se pongan la mano en la conciencia. Quizás no lo harán, porque no sé si ellos han perdido un hijo como yo ahora… y no es lo mismo”, se lamenta.

A Sheyla le cuesta contestar si valió la pena que su hijo entregara su vida por la causa en la que creía. Después de un suspiro largo, y rota de dolor responde: “Para él valió la pena, me duele, me duele, pero valió la pena, y va a seguir valiendo la pena”.

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