La triste historia de una payasita que tuvo que abandonar su oficio y está a punto de perderlo todo

Por años fue famosa haciendo reír a los niños del Valle de San Fernando en Los Ángeles, a pesar de que detrás de su sonrisa pintada sufría un drama personal. María enfermó de diabetes y le tuvieron que amputar parcialmente un pie, ahora no puede trabajar y está a punto de ser desalojada. "Voy a espantar a los niños", advierte con tristeza.

María Juárez se dedicó a hacer reír a los niños durante 15 años, pero ahora su vida es un tren de tragedias.
María Juárez se dedicó a hacer reír a los niños durante 15 años, pero ahora su vida es un tren de tragedias.
Imagen Isaias Alvarado

LOS ÁNGELES, California.– En medio de una rutina entre payasos en una fiesta infantil en Los Ángeles, María Juárez recibió una llamada desde México. "Tu mamá acaba de morir", le dijeron al otro lado del teléfono. Ella respiró hondo y continuó el show como 'Bubu', un personaje que tomó parte del vestuario de Woody, el muñeco sheriff que protagoniza la serie de películas de Disney Toy Story.

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"Colgué y me quedé pensando hasta que el otro payaso me habló. Tuve que sonreír porque estaba en un party. Seguimos la fiesta", cuenta sobre aquel triste episodio en el que no le quedó más remedio que aplicar la máxima de los artistas: 'el show debe continuar'.

Era 2011 y un segundo infarto le quitó la vida a la madre de María, de 76 años, en el estado de Puebla, en el centro de México. Resignada porque su condición de indocumentada le impedía viajar a su tierra natal para despedirse de ella, esta mujer afrontó su luto como tuvo que superar muchas de sus tristezas: amenizando cumpleaños de niños, con una gran sonrisa pintada en el rostro y llorando por dentro.

"Lo bueno es que me despedí de ella un día antes (de su fallecimiento). Me volvió a pedir perdón y le dije: ‘váyase en paz’", recuerda la última conversación telefónica que tuvo con su madre, quien mostró arrepentimiento hasta el último día por esa vez en que casi le quita la vida cuando María tenía solo 9 años.

"Yo la quería mucho, pero ese día se le pasó la mano. Yo no fui a lavar trastes porque me fui a jugar. Me pegó, se desesperó. Me enredó un cable en el cuello y me empezó a apretar. La dueña de la casa tuvo que pedirle que me soltara", cuenta esta mexicana de 57 años sobre este episodio que ahora prefiere olvidar.

Sin embargo, ese no era el capítulo más triste de su vida. Lo que realmente atormentaba a María era ser víctima de violencia doméstica, a manos de una pareja que –según cuenta– consumía droga, le exigía dinero y la golpeaba continuamente. Por eso decidió terminar la relación, pero fue peor: su novia se hirió varias veces con unas tijeras en el brazo.
Después de siete años aguantando bofetadas, agresiones verbales y humillaciones, María fue a parar a la cárcel durante ocho días, hasta que por fin pudo aclarar que no tuvo qué ver con las lesiones que se autoinfligió su pareja.

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Cuando fue liberada, sin embargo, entró en una fuerte depresión que la derrumbó durante cinco años. "No soportaba a la gente. Salía a la calle, pero con mucho miedo. Iba a trabajar y no aguantaba. Fue muy difícil para mí", recuerda. "Lo único que quieres es salir volando de este mundo, sientes que no vales nada".

"No conocía esa virtud de hacer reír a la gente"

Un tiempo vivió en el estado de Oregon, tratando de sanar lejos de quien la maltrató, y al volver a Los Ángeles una amistad le propuso trabajar como payasita de fiestas infantiles. "No conocía esa virtud de hacer reír a la gente", menciona. "Dije: ‘bueno, quizás a través de un disfraz pueda sonreír a carcajada abierta, aunque esté llorando por dentro".

En los primeros cumpleaños para los cuales fue contratada usó trajes prestados. De esas ganancias fue comprando lo que ocupaba para independizarse: primero un par de enormes botas de vaquero, luego sombreros y el maquillaje, más tarde la tela para confeccionar sus disfraces y el estambre con el que elaboró una peluca. Por cada fiesta cobraba 150 dólares y hubo fines de semana en los que amenizó hasta cuatro celebraciones. Era un ingreso extra a sus trabajos en talleres de cocina y restaurantes.

Lo que más disfrutaba, dice ella, era la alegría que despertaba en los pequeños y en ella misma. "Me gustó porque me reía, me desestresaba; se me olvidaban mis problemas, veía a los niños, hacía juegos", explica. "Viera las caritas que ponen cuando lo ven a uno, te abrazan".

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Ese fue su empleo de medio tiempo durante 15 años, de 2000 a 2015. Ya se había hecho de fama en los vecindarios hispanos del Valle de San Fernando, en el norte de Los Ángeles, cuando algo que pasó durante una fiesta la obligó dejar el oficio.

"Estaba haciendo figuras de globos y se comenzaron a torcer mis músculos y no pude seguir. Tuve que dar las gracias y despedirme, porque todos se espantaron".

El fin de su carrera como payasita

Este problema muscular se sumó a una insuficiencia renal que ya le habían detectado y por la cual recibe un tratamiento de diálisis tres veces por semana, mientras espera un trasplante de riñón. Lleva ocho años padeciendo de diabetes. Lo peor llegó hace dos años, cuando se enteró de que una vieja molestia en la planta del pie era el aviso de una infección grave que, por no ser detectada a tiempo, derivó en una amputación.

Hace un mes le practicaron una cirugía para amputarle la mitad del pie izquierdo. Cuando los efectos de la anestesia pasaron y despertó en la sala del hospital, María no había perdido el sentido del humor incluso después de ver que había perdido cinco dedos y parte de esa extremidad.

"Cuando vi mi pie me dio risa. Le dije al doctor: ‘usted cose muy bonito ¿dónde aprendió?’ (…) ‘Me quedó un pequeño mocasín’", bromeó sobre una situación que habría derrumbado a cualquiera. "Este pie me sirvió durante muchos años, pero llegó a su fin", dice.

Pero la pérdida de su pie hizo que todo se fuera a pique, pues no ha podido trabajar desde hace un año y medio, según expone. Ahora debe cuatro meses por el alquiler de un diminuto cuarto que antes era una cocina, en la parte trasera de una casa en el vecindario de Pacoima.

A punto de terminar en la calle

En esa vivienda humilde donde apenas si hay espacio para que gire su silla de ruedas y camine su perro 'Timbiriche', un Chihuahua de 12 años, su única compañía. Los últimos meses ha logrado salir adelante gracias a las donaciones de amigos y también de desconocidos. Le han dado dinero en efectivo, así como alimentos.

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A pesar de su pobreza extrema los dueños del cuarto ya amenazaron con desalojarla por la deuda que tiene con ellos. "Me quieren sacar", asegura esta mujer que ahora pide el apoyo de la comunidad para no terminar en la calle. Una cuenta fue abierta en su nombre en la web GoFundMe para colectar donaciones; pero hasta ahora apenas ha recibido 50 dólares.

Volver a las fiestas infantiles para ganarse unos dólares es una opción que se ha desvanecido. "Voy a espantar a los niños", lamenta. Tampoco puede ayudarle a una señora en un mercado del Valle, su anhelo a pesar de que solo le pagaban 60 dólares hasta por 12 horas de trabajo.

No todo es malo. Hace poco le llegó una buena noticia: en un mes le entregan su tarjeta de residente permanente, la cual obtuvo solicitando una Visa U, que se otorga a las víctimas de abusos, por ser una sobreviviente de violencia doméstica.

Este miércoles María volvió a recordar a 'Bubu' viendo el disfraz que por tantos años usó. "Me da nostalgia, porque ya no me puedo pintar. Solo me pongo la nariz (roja) para jugar con mi perrito, porque no hay de otra", dice con pesar.

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