DALLAS, Texas. Mientras se acercan las celebraciones de fin de año, Texas vuelve a escuchar el sonido de tambores y sonajas de los matachines.
Matachines en Texas: pasos que cuentan fe, raíces y resistencia cultural
Matachines de Dallas mantienen viva una tradición que cruza fronteras. En casas y parroquias, familias danzan para agradecer, pedir por enfermos y transmitir su fe a nuevas generaciones. Una mirada íntima a la danza que une raíces, promesas y comunidad.

En Oak Cliff, un hogar abrió sus puertas para pedir por la salud de un miembro de la familia.
Señoras que se persignan, niños atentos y adultos preparando la danza.
Antes del primer paso, una oración marca el inicio. Después, el tambor.
Ahí vive Francisco Javier López Hernández, durante años dependió de la diálisis y cada mañana hacía una petición.
“Todos los días en la mañana, cuando iba a mi diálisis, yo le pedía a San Juditas que me curara, porque eso los riñones era muy poco lo que me trabajaba”, comentó frente a su altar dedicado a San Judas Tadeo.
Para él, la danza es agradecimiento y promesa.

La fe que se ora con los pies
Los matachines dicen que aquí la fe entra por los pies.
Danzar es una ofrenda, la preparación es espiritual y física.
Se pide por los enfermos, por las causas difíciles y por quienes ya no están.
También se agradecen milagros que estas familias consideran parte del camino.
Quienes integran Danza Mixteca lo explican con naturalidad: “ Bailamos para bailarle a la Virgen María, hacerla feliz”, dijo Anahí Sauceda.
Para los más jóvenes, la danza también es alegría y comunidad.
“Me divierto más danzando que estar en mi casa”, compartió María José Medina.
El grupo es diverso: padres, hijos, abuelos y jóvenes con distintas habilidades se unen al ritmo del tambor.
Martín Piñón, conocido como Woody, sonríe cuando le preguntan si esto lo hace feliz: “Yeah, happy de tocar los tambores”.
A su lado, Jacob Joshua Peña resume el esfuerzo que no siempre se ve: “Se le ocupa paciencia, no nomás es ir a tocar, practicamos cada martes”.

Una tradición que cruzó fronteras
La historia de los matachines se remonta al siglo 16, cuando pueblos indígenas del norte de México fusionaron sus creencias con la fe católica que trajeron los colonizadores.
Lo que empezó como símbolo de evangelización se convirtió en resistencia, identidad y pertenencia.
Esa tradición cruzó la frontera con familias migrantes.
Según el Archivo Etnográfico Nacional, en México existen más de 50 estilos de matachines.
Investigadores de la Universidad de Texas señalan que, desde los años ochenta, las danzas se han multiplicado en parroquias y barrios de Texas, donde padres, hijos y abuelos siguen bailando para no olvidar quiénes son.

La historia de Danza Mixteca en Dallas
En Dallas, Danza Mixteca continúa ese legado.
Fue fundada en 2003 en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes por las hermanas María de la Luz y María Felicitas Piñón.
Su historia empieza en México, donde sus bisabuelos, abuelos y padres fueron danzantes.
“Por tradición, porque nosotros desde mis bisabuelos eran danzantes. Mi abuelo, mi papá, todos tenían sus grupos allá en México”, recordó María Felicitas.
Al llegar a Texas, buscó continuar.
“Mi hermana y yo lo formamos ahí en la iglesia de Lourdes y ahorita ya tenemos 23 años ahí en el grupo”.
El lenguaje de los trajes y los pasos
Cada atuendo tiene un significado.
Para María de la Luz Piñón Castro, “el penacho, las plumas, cada detalle, es como un resplandor de la luz de la Virgen. La maraca es como nuestra espada. Lo más ruido que hace, lo mejor, cada persona trae lo que guste”.
El mensaje también se comparte con las nuevas generaciones.
Beatriz Meza lo dijo con firmeza: “Como me siento muy feliz y orgullosa de enseñar mi religión y mi tradición mexicana, yo le diré a los jóvenes que no tengan pena de su fe, porque es muy bonito lo que estamos haciendo aquí”.
Un legado que sigue en movimiento
La edad no frena el compromiso.
“ Yo tengo 75 años y me siento fuerte para danzar y estoy feliz en la danza”, contó María Felicitas.
Para muchas familias, la danza es oración, agradecimiento y memoria.
En cada presentación se baila por los enfermos, por las causas difíciles, por los que ya no están y por lo que ya consideran milagro.
Y se baila para no olvidar.
Diana López, que participa desde 2003, lo resume: “Mostramos la fe a través de la danza”.
En Texas, cada diciembre vuelve el sonido de los matachines.
Es la memoria que cruza fronteras y encuentra en la danza un idioma propio.
Una forma de mantener viva la fe, aunque se viva lejos de casa.








