La revolución de la aguja: cómo las excombatientes de Colombia dejan los fusiles por máquinas de coser

En Bosa, un barrio popular de Bogotá, Colombia, Ederlidia Garziao tiene un taller con 20 máquinas de coser que atiende las demandas de diferentes diseñadores y confeccionistas. Lejos de un pasado en donde recibía órdenes de un comandante que le pedía hacer cientos de uniformes camuflados en una semana, hoy cose los sofisticados diseños de la marca ‘Soy’, de María Luisa Ortíz y Diego Guarnizo, o las camisetas básicas de algodón pyme que Pablo Restrepo le encomienda para la venta en su marca online Paloma y Angostura.
Ella que tantas noches de penuria pasó cuando se convirtió en la costurera de las AUC (las Autodefensas Unidas de Colombia) ahora cose tranquila lejos de los verdores de la selva, de su humedad inclemente, de su miedo y acoge en su taller a excombatientes que ya no se reconocen por su rango ni por el bando en el que militaban. Son simplemente mujeres. La mayoría con hijos. La mayoría sin un esposo que les ayude.
“En 2006 con todo el proceso de desmovilización intenté salirme de la guerra, pero entonces otro grupo armado quiso reclutarme para que les ayudara, porque lo de los uniformes es un asunto vital en la guerra. Yo me negué, ahí fue cuando me hicieron un atentado y me tocó huir a Bogotá. Un señor me llevó con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) que me acogió y me ayudó a emprender una nueva vida”, cuenta Garziao, que hoy puede alardear de tener uno de los primeros talleres en Colombia que acogió a mujeres de la guerra.
Lo que pareció una iniciativa aislada terminó convirtiéndose en un destino común para muchas de las exguerrilleras y exparamilitares que querían reintegrarse a la vida civil y que con el capital semilla (un dinero que está entre los 1,000 y los 3,000 dólares) que les daba el Gobierno parecían tener siempre un propósito común en mente: comprar una máquina y ponerse a coser.
"No hay que ponerse un arma al hombro, ni ser uno de esos políticos para cambiar este país. Yo con mis máquinas estoy cambiando la vida de mi familia y de mis hijos, eso es algo que hubiera querido saber más joven", dice Érika (nombre que pidió que le diéramos en este artículo para reservar su didentidad) quien militó en la guerrilla de las Farc y a quien una granada le astilló una de sus piernas. Hoy trabaja con el programa de la ACR que pone a mujeres excombatientes a compartir su testimonio con jóvenes para que no repliquen su destino y no sean reclutados para los grupos armados. "Ahora también coso cachateros (coulottes) y vestidos de baño y trabajo con mis hermanas".
“A casi todas las mujeres en Colombia les enseñan a coser en la casa, con una u otra técnica siempre acogemos ese legado de las abuelas. Las mujeres que salen de la guerra no son diferentes de todas las demás, por eso no me sorprende cuando veo que tantas desmovilizadas están buscando un futuro económico del lado de la moda”, explica la diseñadora María Luisa Ortiz, que se ha embarcado en el proyecto Soy en el que ha querido juntar su conocimiento adquirido en París con el de artesanas y costureras de diferentes talleres emprendidos por “sobrevivientes”, como prefiere llamarlas.
“Basta entablar una sencilla conversación con estas mujeres para entender que efectivamente antes de que empuñaran el fusil alguien les había enseñado a coser”, dice por su parte Ana María Londoño, directora de Fucsia, la revista de moda más importante de Colombia, que viendo esta realidad decidió crear un proyecto que bautizó Maestros Costureros: “es la revolución de la aguja, como lo hemos llamado. Porque en Colombia al haber tanta producción de moda hay mucha demanda de mano de obra calificada para coser y nuestros diseñadores se quedan siempre cortos. Entonces este es un proyecto en el que la moda, de la mano de la academia y de los diseñadores más reputados y famosos capacita e integra a muchas excombatientes para que puedan trabajar y crear un futuro económico”.
Ederlidia Garizao, por ejemplo, aprendió a coser con su madre a la que todas las noches le sostenía una vela para que pudiera terminar con una máquina de pedal alguna prenda que luego venderían para ganar unos pesos.
“Yo primero me reconcilié conmigo misma, y tuve que pasar un proceso de volver a valorar la vida, el trabajo. Todas las que hemos sobrevivido a esta guerra tenemos derecho a pedir perdón, a renacer, a que nos valoren por lo que somos ahora y no solo por lo que fuimos. Para mi el taller ha sido mi gran oportunidad de volver a nacer”, dice sentida Garziao.
Aracely Álvarez, otra excombatiente que militó en las Farc y trabaja ahora con los diseñadores gracias al proyecto Maestros Costureros, recuerda que de pequeña le pidió al niño Dios un año tras otro una máquina de coser, “quería ser como mi mamá que siempre vestía de gala a las mujeres más bonitas del pueblo”. Aunque se demoró, las plegarias divinas se la trajeron y luego su pasión la llevó a prepararse en el corte y la confección. Sin embargo, la guerra en Apartadó (al norte del país) y las penurias de separarse de su marido teniendo 8 hijos terminaron por dejarle un único destino, militar en un grupo armado.
“Una vez empecé a estar con la guerrilla ellos me pidieron que dejara mis hijos en el Bienestar Familiar y yo no fui capaz y eso complicó mi situación. Yo me quería salir de la guerra, pero ya no podía, no encontraba oportunidades, por eso es tan increíble y estoy tan feliz de que la Paz se firme porque sé por lo que están pasando muchas mujeres que tienen derecho a tener una nueva oportunidad”, dice Álvarez, que ahora cose y confecciona como si por fin se hubiera podido reconciliar con su sueño de niña.
“Ahora que se ha firmado la paz tenemos muchos retos como país. Uno será emprender una gran apertura social que permita que los desmovilizados encuentren trabajo y ahí la moda va a demostrar sus verdaderas potencias, porque no solo es un lugar que demanda mucho trabajo especializado, sino que además va a acoger a ese gran número de mujeres que quizás pocos sospechaban que estaban en la guerrilla”, asegura, por su parte, Pablo Restrepo, el joven politólogo que después de trabajar en la Agencia Colombiana para la Reintegración un día decidió que cambiar la realidad del país si podía pasar por crear proyectos emprendedores de moda.
Hoy su marca Paloma y Angostura de camisetas básicas de fino algodón le da empleo a muchas mujeres e incluso hombres que abandonaron la guerra y que paradójicamente cosen un nuevo diseño que busca hacer campaña porque los colombianos voten por el sí a la paz.
“Es hora de que las mujeres y hombres de este país recuerden lo que saben hacer con sus manos más allá de los fusiles. Coser, cortar, confeccionar, tejer en croché, aprender técnicas artesanales será una manera muy noble a través de la cual Colombia puede volver a coser su presente”, concluye Ana María Londoño que espera que más sectores del país se unan en su cruzada por acoger a las sobrevivientes de la guerra.
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