A veces, el peligro no está en lo desconocido, sino en las cosas o en las personas más cercanas.
“Colombia. O cómo volver a casa después del infierno”: una carta erizante sobre violencia de género

Carolina Aguirre es guionista y bloguera. Es de Argentina, vive y trabaja allí. Y viajó a Colombia junto a su novio (ahora ex). Muchas personas le alertaron sobre lo peligroso que era ir a Colombia, sin embargo esta mujer y feminista, nunca pensó que el peligro estaba durmiendo junto a ella. Que Colombia no era nada peligroso comparado a lo que vivió en la habitación de un hotel. Y que la muerte estaba más cerca de lo que creía.
Tomó coraje, y con el tiempo decidió escribir esta erizante carta en el medio de prensa La Nación. ¡Te invito a que la leas y que tú también tomes conciencia de lo peligroso que puede ser seguir con una relación tóxica!
“Lo único que sé sobre Colombia es que hacen mis telenovelas preferidas y que es un país violento. Te lo avisa todo el mundo antes de subirte al avión. Que hay secuestros, que te matan, ojo con las FARC, que en Bogotá nunca sale el sol, que hay militares en todas las esquinas. Yo siempre contesto lo mismo: que a mí nada me da miedo, menos Colombia, patria de 'Betty la fea' y 'Café con aroma de mujer'. Pero ese es un problema que tengo yo, que nada me da miedo. Viajo con mi novio. Estamos juntos hace cuatro o cinco meses y la relación está en su peor momento. Salvo cuando salimos y nos divertimos, al lado suyo paso pésimo. Él es un mujeriego oscuro y no le creo nada de lo que dice. Su pasado me atormenta, no me gusta cómo le habla a su exmujer, tuvo demasiadas amantes y sus anécdotas están llenas de agujeros. Cuando pienso en eso, tengo un ataque de angustia, me pongo a llorar y lo dejo. Lo dejé una vez durante el primer mes. Dos veces el segundo. Tres o cuatro el tercer. A esta altura, lo dejo una vez por semana por lo menos”.

Así empezó la carta sobre una violencia que, a veces, está implícita. ¿Por qué razón una persona deja y vuelve otra vez? ¿Por qué si nos sentimos mal, estamos con esa persona? Muchas de esas preguntas suelen no tener explicación. Ella y muchas otras mujeres no lo pueden explicar. A veces no se llega a salir de ahí, a veces puede parecer tarde, pero cuando estas cosas suceden, ¡hay que irnos!
“En esos momentos, siempre tenemos la misma discusión. Llora y me jura que soy el amor de su vida, me muestra el whatsapp, me da la clave del celular, me ofrece casamiento. Tiene unos gestos desmesurados de amor que impresionan a todo el mundo. Cae con ramos de flores cuando estoy sacándome fotos para una nota, llega a mi casa con whisky canadiense inconseguible que me vio googlear, saca pasajes para Nueva York, me lleva a la playa el fin de semana, me dibuja corazones por toda la casa. Pero nada me calma. Yo siempre fui de la idea de que la gente no cambia. Sigo siéndolo”.
La violencia no solo es física, también es psicológica. Carolina cuenta que lo deja pero él le dice que es mala, que cuando se cansa hace todo eso con los hombres, que se va a arrepentir. Y así, la convence y vuelven. Ella se plantea si estará loca, si lo está haciendo sufrir. ¿Pero si él es el problema? ¿Por qué si te sientes mal eres tú el problema? Ese sentimiento de culpa es muy común de aquellas personas que sufren violencia psicológica sin darse cuenta.
Colombia fue tal como se lo dijeron: peligroso, oscuro, complicado. Allí, viendo un partido y sintiéndose mal, le dice: “No soy feliz. Así, de la nada. Él sonríe tranquilo. Dice que yo estoy mal, pero estamos enamorados y vamos a estar siempre juntos. Yo asiento mientras él me agarra el mentón y me besa. Después vuelve a mirar el partido”.

Dieron vueltas, luego él se durmió pero ella no pudo pegar un ojo. Finalmente, su mente estaba haciendo el click, estaba comprendiendo que esa no era la vida que quería llevar.
“Lo quiero dejar ya mismo, no puedo esperar a volver a Buenos Aires, no sé por qué. En silencio, agarro mi celular y busco un hotel cerca. Cuando lo encuentro, lo despierto y le digo que me quiero separar. Él me grita que es tarde y que me vaya a dormir. Yo me levanto de la cama y le digo que esta vez es en serio, que no puedo estar un minuto más al lado suyo. Él me arranca el celular de las manos y vuelve a gritarme que me vaya a la cama. Yo rompo en llanto y le digo que no soy feliz, que no lo amo más hace mucho tiempo, que quiero volver con mi exmarido. Cuando digo esto, la cara se le deforma de odio. Me agarra el pelo y me grita que nunca nos vamos a separar, que antes de que lo deje y verme con otro me mata. Que en Colombia un sicario sale cincuenta mil pesos, que si quiere me hace matar ahora mismo. Yo me suelto y me río. ¿Un sicario? ¿Cincuenta mil pesos? (...) Mi risa en vez de relajarlo lo vuelve más loco. Yo lo ignoro y me voy a hacer la valija a la otra punta de la habitación. Nunca llego. Me agarra el brazo, me grita que a él nadie lo deja y me arrastra hasta el baño y me empuja contra la pared. Siento mi espalda crujir contra los azulejos, dolorosa como un sable, y ahí entiendo que está hablando en serio”.
Sí, es erizante comenzar a vivenciar lo que ella padeció. Seguro si tú también lo padeciste, ahora por tu mejilla estén corriendo lágrimas. Yo no sufrí violencia doméstica, pero estas palabras me llegan, me chocan, me erizan la piel y quiero que ninguna otra mujer las padezca.
“En el baño me pega un cachetazo y me sigue sacudiendo. Corro a la habitación, pero me tira al piso y me tapa la boca mientras me grita que me calle. Pataleo, lo empujo y trato de sacármelo de encima, pero no puedo moverlo ni un milímetro. (...) Me duele la espalda y no puedo respirar, pero más me duele no haberme escuchado, no haber confiado en mí. Su mano me aprieta más fuerte la cara y me retuerzo como una lombriz fuera de la tierra, sin aire. Soy un alarido mudo debajo de su cuerpo pesado y hostil. Por primera vez en la vida creo que me voy a morir. Dios mío, qué pena me da morir así. Pienso en todas las veces que me dijeron que Colombia era peligroso, en que me iban a robar, en que me iban a secuestrar, en que me iban a sacar toda la plata. Nadie se imaginó que Colombia era él. Nadie se imaginó que me iba a matar mi novio en la habitación de un hotel de lujo. Cuando siento que no doy más, toca la puerta la gente de seguridad. Lo muerdo y mi voz traspasa su mano gruesa y furiosa. La puerta se abre y entran dos hombres de traje con un handy. Él se asusta y me suelta. Avergonzado, se deshace de explicaciones mentirosas: que estábamos discutiendo, que mil disculpas, que es una pelea de pareja. Les digo a los guardias que no es cierto y que me está pegando y que por favor me esperen. Me tiemblan las manos. Yo, que nunca tengo miedo, estoy temblando como nunca temblé. Él me suplica que me quede y hablemos”.
Finalmente, Carolina se fue de ese hotel y al día siguiente volvió a Argentina. Ella pudo salir, ella pudo pagar otro hotel porque tenía plata. “En el auto -que la conduce hacia el otro hotel- lloro, presiono mi billetera contra mi estómago y pienso algo insólito: qué suerte que tengo plata. Qué suerte que tengo tarjetas de crédito. Me pregunto qué hacen las mujeres que no tienen plata. ¿Adónde van? ¿A quién llaman? ¿Quién les paga el hotel? ¿Quién les saca un pasaje para volverse a su país?”.

La angustia sigue presente en ella. Se va unos días a los de su papá, necesita estar con alguien, necesita olvidarse de todo lo que pasó y comenzar a sentirse bien. Sin embargo, las conversaciones con su ex siguen y ella se sigue sintiendo mal. Finalmente lo bloqueó de todas las redes sociales: “Lo último que le digo es que jamás volverá a saber nada de mí. Desde ese momento, nunca más vuelvo a tener un ataque de angustia. No era la medicación la que necesitaba tiempo. Era yo la que no necesitaba medicación”.
“Por momentos la vida es como un acordeón que se pliega y los recuerdos se meten adentro, invisibles. Si quiero, me olvido de Colombia para siempre. Nunca pasó. Hago como si nada, sigo con mi vida, vuelvo a ser feliz. Sólo a la noche en silencio me arrasa un pensamiento recurrente. ¿Por qué yo? ¿Por qué me pasó esto a mí? A mí, que siempre fui fuerte, inteligente, independiente. A mí, que soy tan arisca y desconfiada. A mí, que acabo de escribir un programa sobre mujeres y violencia de género. A mí, que me subí a recibir el Martin Fierro con el cartel de Ni una menos. A mí, que soy feminista. A mí, que tengo una carrera, que soy exitosa en lo que hago, que les cuento todo a mis amigas, que hice terapia quince años. A mí, que leí tantos libros. A mí, que siempre tuve parejas que me amaron tanto, que tuve el matrimonio perfecto, que soy amiga de todos mis exnovios. ¿Por qué yo? ¿Cómo me pasó esto a mí? Con horror, me doy cuenta de que esta pregunta despierta la fiera machista que duerme dentro de mí. Que en el fondo pienso que estas cosas les pasan a las feas o a las tontas, a las que no tienen una carrera, a las de carácter débil, a las que fueron abandonadas por el padre cuando eran chicas. Que una parte de mí piensa que al elegir a este enfermo mental un poco me lo busqué. Que creo que debió haber un motivo para que me maltrataran y que tengo que encontrarlo. Que no soy culpable, pero que un poco de responsabilidad tengo. Unos meses más tarde me doy cuenta de que es al revés. No me hago esa pregunta injusta y desesperada para castigarme, sino para salvarme, porque si descubro una razón quizás evito que me pase de nuevo. Pero no puedo, porque no hay motivos. O sí. Pero no míos, sino suyos. Todos suyos. Me pega por impotencia, por bronca, porque es un psicópata. Me pega porque soy fuerte y libre. Me pega porque vivimos en una sociedad machista que les enseña a los hombres que las mujeres somos una cosa y las cosas no hacen valijas, no se van a las tres de la mañana, no deciden que no te aman más. Me pega porque es el último recurso que le queda cuando toda su manipulación y sus falsos gestos de amor fracasaron. Me pega porque sabe lo que todos murmuran: que es poca cosa para mí. Me pega porque puede, porque desde hace años hay hombres que les pegan, violan o prenden fuego impunemente a las mujeres que les dicen que no. Pero por sobre todas las cosas me pega porque además de mujer soy guionista, y no hay nada que me importe más que escribir. Y sabe que, a no ser que esa noche me mate, apenas esté lista, escribiré también sobre esto”.
Ella pudo salir y escribir estas potentes palabras. Yo, tú, todos nosotras y todos ellos, deberíamos estar con ella. Cuando estas cosas suceden, tenemos que salir corriendo, irnos de ahí, trabajar y pedir ayuda para que no nos vuelva a suceder. No es un problema tuyo, es un problema de él.
El otro lado de la moneda
Ella nunca lo nombró, simplemente manifestó lo que le sucedió. Sin embargo, las redes sociales se encargaron de hacer lo demás: arrobarlo y agredirlo por lo que hizo. Sin embargo, él decidió dar la cara y negar todo lo que dice Carolina.
A su vez, su exsocio decidió acabar con su relación laboral. A pesar de que su excompañero lo desmintió, @queruzo, considera que siempre hay que confiar en la víctima.
Podré quedarme sin socio, sin compañero, sin trabajo, sin clientes, sin empresa. Pero me quedé con mis convicciones. Fin.
— 💚 Capitán Queruzo 💚 (@queruzo) November 20, 2016
En muchas ocasiones, las mujeres que denuncian violencia de este tipo son desmentidas por sus parejas o exparejas. Por algún motivo, seguramente el machismo, la sociedad opta por confiar en los hombres y juzgar a esas víctimas por su “exageración del hecho”. A veces esas cosas suceden, a veces la justicia desestima las denuncias, y así… muchas mujeres son asesinadas.
¿Qué te pareció esta potente carta? A mí me llegó y me erizó la piel.








