Hace tiempo ya que los arquetipos de «héroes» y «villanos» dejaron de determinar al protagonista de una película, ya que desde los años 60 se dejó de manejar la moral con un criterio en blanco y negro. Solo resta pensar en películas como la comedia The Producers (1967), obras maestras como The Godfather (1972), Scarface (1983) o básicamente cualquier película de Quentin Tarantino y podremos notar que sus protagonistas son «villanos» —en el sentido de que su accionar es intrínsecamente ilegal y/o amoral, más allá de que sean muy carismáticos o nos caigan simpáticos.

Hace un tiempo Will Ferrell dijo que no estaba muy interesado en todo ese asunto de las secuelas, una tendencia que parece inevitable o incluso obligatoria en Hollywood cuando se trata de una película muy exitosa.

Entre las dificultades de encarnar un personaje está la de darle credibilidad a través del habla. Las expresiones y el tono nos indican el contexto del que proviene y, aunque no lo creas, representa un elemento fundamental hasta para la historia.

Hay pocos actores que podemos llamarlos versátiles. De hecho, la gran mayoría se encasilla en personajes o estilos similares y no podemos disfrutarlos en situaciones diferentes. Sin embargo, este no es el caso de John C. Reilly.

Su estilo de comedia física y desmesurada no es tal vez para todo el mundo, pero Will Ferrell se ha convertido en uno de los actores/ comediantes más destacados y notorios de Hollywood, con una carrera cinematográfica (post SNL) que en el lapso de una década estuvo plagada de grandes éxitos y papeles memorables.

Existe una vieja tradición en Hollywood la cual dicta que toda persona tonta o afectada por el uso de drogas es inherentemente graciosa para el “resto” de las personas. Esto puede parecer cruel, pero la base de la comedia es que surge del ridículo ante una desgracia ajena. Y el común de las personas disfruta al ver como una alguien no demasiado inteligente sufre accidentes, comete errores y vuelve loco a todo el mundo con sus tonterías; de otra forma, películas como The Jerk (1979), Zoolander (2001) o Anchorman: The Legend of Ron Burgundy (2004) –donde sus protagonistas son unos reverendos idiotas– no habrían sido el éxito de culto que son.