"Los vivos dan miedo, los muertos no": una familia sumida en la extrema pobreza vive dentro de un cementerio
Esta humilde familia se sostiene del poco dinero que Danilo gana como enterrador en el lugar y, aunque muchas veces se van a dormir sin probar comida dentro de su vivienda hecha de lámina, ellos aseguran haberse acostumbrado a hacer su vida entre las tumbas.
La familia Gámez lleva más de 35 años viviendo en un cementerio de Guatemala. Allí han tenido hijos y nietos que juegan entre las tumbas. Ellos temen que la contaminación, los mosquitos y los entierros constantes en medio de la pandemia les cause graves enfermedades. No cuentan con los recursos económicos para mudarse a otra vivienda.
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A pesar de que Mirna no pensó nunca tener que vivir dentro de un cementerio, el hecho de que su esposo Danilo, quien no puede hablar, solo haya encontrado trabajo como enterrador, obligo a la familia a instalarse en este camposanto donde han nacido sus dos hijos.
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A sus 9 años, Elvira Gámez ha visto cientos de entierros en los que su papá hace los hoyos donde los difuntos son sepultados. A pesar de algunas veces no puede evitar sentir miedo, ya se acostumbró a jugar entre las tumbas.
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“Siempre que vienen a enterrar yo corro para ver”, dice risueña y llena de inocencia la pequeña que hasta muy entrada la noche recorre este cementerio de Escuintla, Guatemala.
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Sumidos en una extrema pobreza y sobreviviendo con el poco sueldo que Danilo consigue con su trabajo, Mirna acepta que ya se ha acostumbrado a vivir en ese lugar donde suelen ir a enterrar a víctimas de accidentes o asesinados.
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Ante la pregunta sobre si siente miedo, Mirna no puede evitar reírse y asegura que, aunque todos le dicen que en ese lugar asustan, ella asegura que no es así. “Los vivos dan miedo, los muertos no”, dice.
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Junto a ellos vive Doña Julia, de 72 años y madre de Mirna, quien es una de las personas de su familia que ha ocupado este ‘callejón del cementerio’ desde hace 35 años, cuando un alcalde de aquel tiempo, les permitió instalarse en ese sitio insalubre que ha ido acumulando más peligros con el correr de los años.
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A pesar de ello, es normal ver a Doña Julia sentada en una silla en medio de las tumbas tomando el fresco de la tarde y viendo la vida pasar, siempre descalza porque no tiene dinero para comprarse unos zapatos.
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Junto a ella está su esposo Don Miguel, quien a sus 89 años solo tiene el deseo de ser enterrado en ese sitio donde también están sepultados sus 6 hijos y 2 hermanas. “Quiero quedarme aquí, a la par de mi familia”, cuenta.
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Sin comida la mayoría de los días, con su casa hecha de lámina y material reciclable y con el peligro latente de que el río que pasa por el lugar se desborde, parte de la comunidad se preocupa por esta humilde familia.
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“Me da tristeza verlos en esta pobreza”, cuenta Fabiola, una vecina de la zona, quien procura estar al pendiente de ver cómo están.
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Por su fuera poco, este cementerio se convirtió en lugar donde se enterraron muchas personas que murieron a causa del coronavirus, por lo que existe el riesgo latente de sufrir fuertes padecimientos.