João Santana: el "hacedor" de presidentes que acabó preso
Por Luis Tejero @LuisTejero, desde Río de Janeiro
Marqueteiro es una de esas palabras del portugués que, como la saudade o el jeitinho, no tienen fácil traducción al español. En el caso João Santana, el marqueteiro brasileño detenido la semana pasada tras una gigantesca operación anticorrupción, las definiciones de “publicista” o “consultor de marketing político” se quedan demasiado cortas.
“Hacedor de presidentes” tal vez sea el concepto que mejor describe al hombre que creó los eslóganes, las imágenes e incluso las melodías que, a lo largo de una década exitosa, ayudaron a elegir (o reelegir) a siete líderes en cinco países y dos continentes. Siete clientes, desde sus compatriotas Lula da Silva y Dilma Rousseff hasta los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro, cuyas campañas cosecharon casi 200 millones de votos y también le proporcionaron a él unos cuantos millones, pero de dólares.
En realidad, Santana (63 años) no comenzó “haciendo presidentes” sino “deshaciendo” a uno de ellos. Porque antes de marqueteiro fue periodista, y como tal ganó un premio en 1992 por un reportaje que contribuyó a derribar a Fernando Collor, el primer gobernante brasileño que renunció en medio de un proceso de impeachment como el que hoy afronta Dilma Rousseff.
Tras pasar por varios periódicos y revistas, pronto se dio cuenta de que no se haría rico redactando artículos. Tampoco escribiendo canciones, pasión a la que se dedicó en su Bahía natal, en las décadas de los 70 y 80, como compositor del grupo Bendegó. Así que en 1994, este músico y reportero de mirada penetrante dio un nuevo giro profesional y se pasó al otro lado de la política. Empezó trabajando con Duda Mendonça, publicista conocido por el tono emotivo de sus campañas, pero la sociedad se rompió en apenas unos años. De esa forma, fue Duda quien acabó llevándose todo el mérito cuando Lula, después de tres intentos fallidos, conquistó por fin la Presidencia en las elecciones de 2002.
La oportunidad sólo le llegó a Santana cuatro años más tarde y después de que su antiguo socio se viera involucrado en el mensalão, el escándalo que estuvo a punto de desalojar a Lula del Palacio de Planalto. Con Duda caído en desgracia, aquel se ganó el favor del primer presidente obrero de Brasil y asumió las riendas de su campaña de reelección. De la mano de su nuevo marqueteiro, el antiguo sindicalista y fundador del Partido de los Trabajadores (PT) se presentó ante los votantes como un líder cercano y acorralado por las élites neoliberales que querían recuperar el poder. Su eslogan: “Lula de nuevo, con la fuerza del pueblo”.
Un mito en ascenso
La estrategia funcionó (60,8% de votos) y desde entonces, el mito alrededor de la figura de Santana no ha parado de crecer. Unos lo admiran –o lo admiraban hasta hace pocos días– como un genio comparable a James Carville, Karl Rove o David Plouffe, los cerebros detrás de las victorias de los tres últimos inquilinos de la Casa Blanca. En cambio, los críticos de este gurú brasileño han llegado a compararlo con Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de la Alemania nazi, por su tendencia a recurrir a la estrategia del miedo y a “deconstruir” a los candidatos rivales con piezas publicitarias que a veces rozan los límites de la ética.
Desde el punto de vista de los resultados obtenidos en las urnas, la trayectoria de Santana tiene más luces que sombras. Las campañas coordinadas por él casi siempre terminaron en victoria: así ocurrió con el salvadoreño Mauricio Funes en 2009, con el dominicano Danilo Medina y el angoleño José Eduardo dos Santos en 2012, y con los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro entre 2012 y 2013.
Su única derrota reconocida en unas elecciones presidenciales tuvo lugar en 2014, con el panameño José Domingo Arias, aunque en 2015 también fracasó cuando otro de sus clientes, el exgobernador argentino José Manuel de la Sota, ni siquiera pasó de las primarias para disputar la Casa Rosada.
En Brasil, Santana no sólo ayudó a reelegir a Lula en 2006 y coordinó las dos campañas de Dilma en 2010 y 2014, sino que también se convirtió en asesor informal de la exguerrillera una vez que alcanzó el poder. Su influencia llegó a tal punto que la revista Veja lo describió como “un poderoso ministro sin cartera, un consejero político sin partido, el estratega sin gabinete y el principal guionista de las acciones del Gobierno”. Y aunque en los últimos tiempos se había distanciado del PT, el marqueteiro seguía soplando sugerencias al oído de la mandataria y se rumorea que el reciente pronunciamiento presidencial sobre el virus zika, a comienzos de febrero, llevaba los trazos de la pluma del antiguo reportero.
La caída
Ahora, la oposición a la que Santana derrotó tres veces consecutivas confía en que su implicación en el escándalo de corrupción de Petrobras contribuya a acelerar la caída de Dilma, sea por la vía del impeachment en el Congreso o a través del proceso abierto en el Tribunal Superior Electoral (TSE) por presuntas trampas en las cuentas de su campaña de 2014.
Edinho Silva, ministro de Comunicación Social y coordinador financiero de aquella campaña, niega cualquier sospecha. “Les aseguro que no existió absolutamente nada irregular. Lo digo con la mayor tranquilidad y convicción posibles”, defendió el pasado viernes durante un encuentro con corresponsales extranjeros en Río de Janeiro.
De momento, los investigadores no han demostrado que los depósitos millonarios encontrados en las cuentas en el extranjero de João Santana y Mônica Moura, su séptima mujer, fueran el pago por las campañas presidenciales del PT en Brasil. Según ella, que también es su socia en la empresa Pólis y fue detenida junto a él, 35 millones de dólares corresponden a los trabajos para el chavismo en Venezuela y otros 50 millones –gran parte de origen ilícito– tienen relación con el asesoramiento al presidente de Angola, que ocupa el cargo desde 1979.
Lo que sí está comprobado es que en apenas una década, el patrimonio del marqueteiro se multiplicó de 1 a 59 millones de reales (casi 15 millones de dólares al cambio actual). Con ese nivel de vida, y ante el reciente endurecimiento de la legislación electoral brasileña para prohibir donaciones de empresas, João y Mônica planeaban pasar una temporada sabática en alguna de sus casas en Bahía, en su apartamento en Nueva York o en cualquier rincón alejado de candidatos, urnas y problemas con la Justicia. Ahora, sin embargo, deberán dedicar su tiempo a defenderse de las acusaciones de haber participado –por activa o por pasiva– en el mayor esquema de desvío de dinero del país más poblado de América Latina.