Romeo y Julieta por el Dutch National Ballet: cuando la música y el cuerpo cuentan a Shakespeare, el amor y la muerte

Desde el 14 de octubre y hasta el venidero 11 de noviembre, la compañía regresa al primer ballet completo que se adaptó en los Países Bajos hace casi medio siglo: Romeo and Julieta.

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Lioman Lima, desde Amsterdam
Imagen Dutch National Ballet © Altin Kaftira

La vida, el destino, el amor, la alegría, el dolor, la muerte… la tragedia romántica más conocida de Shakespeare y, quizás, de la historia, se vuelve danza, música y movimiento otra vez este otoño sobre el escenario del Het Muziektheater, la sede del Dutch National Ballet en Ámsterdam. Desde el 14 de octubre y hasta el venidero 11 de noviembre, la compañía regresa al primer ballet completo que se adaptó en los Países Bajos hace casi medio siglo: Romeo and Julieta, un recordatorio de que hay historias de amor que nunca terminan… y de que hay inicios, como el del Dutch National Ballet, que despegan con una historia de amor.

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La coreografía de Rudi van Dantzig rescata las esencias de la original de Leonid Lavrovsky y la fuerza narrativa de Shakespeare. Pero con cada movimiento de los cuerpos al ritmo de la encantadora música de Prokofiev, le infunde un dramatismo, una vitalidad y sensibilidad que nada tiene que envidiarle a otras puestas más conocidas, como la que hizo Kenneth MacMillan para The Royal Ballet.

El ballet comienza con una escena de pueblo y, desde que se abren las cortinas, la audiencia se pone cara a cara con otros de los grandes logros de esta puesta: la cuidada escenografía del legendario Toer van Schayk, que junto a van Dantzig y Hans van Manen lograron convertir a esta compañía en una de las principales del mundo en la segunda mitad del siglo XX.

En una selección intencional de tonos ocres y pasteles, van Schayk crea sobre el escenario un universo a pequeña escala de la Verona medieval en el que cada elemento está dispuesto con una funcionalidad precisa y sobria. Los decorados para cada escena logran crear espacios únicos y dotar a los cuadros de una energía diferente: desde una plaza de Verona a un salón de baile en casa de los Capuleto, la capilla de la iglesia de Fray Lorenzo o la oscura cripta del final, coronada por un ángel de la muerte.

Ese es el espacio en el que “habitan” los nobles y la plebe, los amantes y los que se oponen a su amor, las rencillas, duelos y encuentros fortuitos de amor que marcan los tres actos de la puesta.

Imagen Dutch National Ballet © Altin Kaftira

En la presentación del sábado 18 de octubre, Olga Smirnova y Jacopo Tissi fueron la Julieta y el Romeo de la noche.

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En un ballet donde todo movimiento y gesto debe estar en función de la emoción, Smirnova lució una Julieta delicada y de cuidada precisión técnica. Su interpretación de la frágil amada recordaba por momentos a Giselle: parecía levitar con unos muy naturales “ pas de bourrée couru”. Pero a la vez su Julieta fue un personaje diferente: le dio un tono por momentos lúdico, propio e intenso de la adolescente que ve el amor por primera vez detrás de una máscara en una noche de baile.

En la coreografía de van Dantzig el cuerpo de baile no es un mero acompañante de la trama y en la noche del sábado, salvo breves deslices, la coordinación de casi todos los bailarines fue exquisita, como en la intensa escena de la plaza del pueblo en el segundo acto.

En ese sentido, una de las joyas de coordinación y destreza de este ballet fueron las escenas de esgrima, en la que los personajes con las espadas lograron un acoplamiento y verosimilitud que la mayoría de las veces es muy difícil de alcanzar en las recreaciones de duelos en el mundo de la danza.

Y hablando de técnica, es difícil no mencionar a Tibaldo, el altanero y desafiante primo de Julieta que Giorgi Potskhishvili convirtió, quizás, en el personaje más llamativo de la noche. El nivel técnico, interpretación y audacia física de Potskhishvili parece por momentos tan sobrenatural que viene a confirmar las grandezas que puede hacer el ser humano con su cuerpo y los límites que puede sobrepasar. El bailarín georgiano, con una presencia escénica viril y movimientos de exquisita claridad, parece por momentos volar: desafía la gravedad y dibuja a líneas geométricas cortantes con cada salto. Pero no es acrobacia de circo: a cada movimiento le impone una carga dramática, una profundidad y un estilo que probablemente dejará su nombre entre los grandes de la danza de su generación.

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La escena de la muerte de Tibaldo, por cierto, al final del segundo acto, es una de las más logradas del ballet: el dramatismo y fuerza de la danza se hacen uno otra vez con la música de Prokofiev (dirigida por Koen Kessels con la Dutch Ballet Orchestra) para crear una atmósfera que se queda en el aire incluso cuando se cierran las cortinas.

Es un sobrecogimiento que tiene su eco en la escena final, cuando Julieta, en un arranque último de valor (y de locura de amor) se quita la vida con la misma daga de su amado. Por más que sepamos el final de antemano resulta difícil no emocionarse con lo que logra el Dutch National Ballet en esta puesta. Como Shakespeare, al final de su obra, uno sale sintiendo que, en efecto, “ no hubo historia de mayor desdicha que aquella de Romeo y Julieta”.