A pocos meses de las elecciones intermedias, todo indica que una vez más la versión delirante de que Joe Biden ganó la presidencia mediante fraude jugará un rol significativo. National Public Radio verificó centenares de presentaciones públicas en las que trumpistas demenciales propagaron ese infundio desde que Biden derrotó a Donald Trump en 2020. Y es apenas una de muchas teorías conspirativas que se han adueñado de la imaginación – o falta de imaginación – de millones de estadounidenses. En conjunto, apuntan hacia una idiotización colectiva (no hay forma de dorar esta píldora) que no augura nada bueno para nuestra democracia y convivencia pacífica.
A más noticias falsas, menos democracia
"Las teorías conspirativas nacieron, por supuesto, con la humanidad. Pero han alcanzado tal vigencia en países como el nuestro que son uno de los principales motores de la sociedad. En conjunto, llenan el vacío que dejan la confusión y el desconcierto que padecen muchas personas ante una avalancha de informaciones y datos que no pueden procesar, ya sea por falta de tiempo, dependencia psicológica o emocional o pura mala uva".


Los teóricos de la conspiración y sus víctimas, que a menudo intercambian papeles, creen despropósitos como que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron “un trabajo interno”, la guerra de Ucrania obedece a un “guión cinematográfico”, la pandemia de covid-19 no existe y actores especializados en crisis protagonizaron las recientes matanzas de Buffalo, Nueva York, Uvalde, Texas y Highland Park, Illinois. La suya es una contagiosa cosmovisión ofuscante que no atiende a razones ni acepta evidencias. Un oscuro mundo de “hechos alternativos” y “realidad paralela” que explotan personajes malignos, desde políticos como Trump y predicadores que buscan influencia y poder hasta charlatanes que solo procuran dinero.
Las teorías conspirativas nacieron, por supuesto, con la humanidad. Pero han alcanzado tal vigencia en países como el nuestro que son uno de los principales motores de la sociedad. En conjunto, llenan el vacío que dejan la confusión y el desconcierto que padecen muchas personas ante una avalancha de informaciones y datos que no pueden procesar, ya sea por falta de tiempo, dependencia psicológica o emocional o pura mala uva. La mayoría de los expertos que he consultado culpan a internet por servir de caja de resonancia a toda suerte de falsedades, supercherías y trolas.
“La gente no puede verificar el mundo”, le dijo a Prensa Asociada la semana pasada el doctor Richard Friedman, profesor de psiquiatría en el Weill Cornell Medical College. Pero tampoco está claro que la actual proliferación de “fact checkers” o verificadores profesionales esté haciendo una diferencia decisiva, por mucho que lo deseemos quienes hemos ejercido el oficio. Los verificadores más bien parecen predicadores en un desierto epistemológico que fácilmente llenan los fanfarrones. Algunos de estos fanfarrones llenan aulas, salas de conferencias e incluso estadios para propagar sus frenéticas paparruchadas.
Una desconfianza crónica guía a los teóricos de la conspiración y, sobre todo, a sus seguidores. Desconfían de los expertos, como los científicos especializados en medicina, los líderes con experiencia política y los periodistas que se esfuerzan por informar con veracidad. En cambio, creen con absoluto candor en el primer cantamañanas que cuestiona a los expertos, no importa cuán absurdo sea su cuestionamiento. El problema de fondo es que democracias complejas como la nuestra dependen para supervivencia de la confianza de los ciudadanos en los expertos. E incluso en que cada ciudadano se vaya convirtiendo, a través de la educación y la información, en un “experto” en cívica y no en lo contrario, como está sucediendo. Por eso, mientras más proliferan las noticias falsas, más se mediatiza nuestra democracia.
Dudo que haya un remedio general para la desinformación y sus efectos perniciosos. Pero a nivel individual podemos defendernos de ella y hasta combatirla. Un antídoto consiste en expandir el número de medios informativos de los que derivamos las noticias y los datos sobre asuntos que afectan nuestras vidas. Nunca deberíamos depender solo de lo que se publica en las redes sociales. Otro recurso es aprender a verificar las fuentes de las noticias que consumimos. Es importante mantener un saludable escepticismo respecto a las “fuentes anónimas” y saber identificar imágenes que no corresponden a las noticias que leemos o vemos.
Siquiatras y sicólogos recomiendan, además, permanecer en guardia ante crónicas y comentarios que apelan únicamente a nuestras emociones. Y ante cualquier noticia extraordinaria, fuera de lo común, es imprescindible comprobar si la propaga un solo medio o si por el contrario aparece en todos los medios conocidos e importantes.
La recomendación que, a mí, personalmente, más me ha costado observar es la de alejarnos de internet durante algunos días, mientras practicamos actividades saludables, como los ejercicios físicos, la lectura, la música y las relaciones constructivas con familiares, amigos y compañeros de trabajo. Somos criaturas de nuestro tiempo, el cual incluye la rica y a la vez temible red de ordenadores interconectados a nivel mundial. Difícilmente podemos marginarnos de ella durante mucho tiempo. Pero buscar un equilibrio entre la navegación en internet y otras actividades vitales tal vez sea la mejor defensa contra las teorías conspirativas y sus promotores infames.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







