En un país en el que ya cualquier cosa nos divide, la pandemia de coronavirus nos está dividiendo también. Está fraccionando a los estadounidenses entre aquellos que son partidarios de mantener cerradas la mayoría de las actividades públicas, para observar el confinamiento, y aquellos que favorecen reabrirlas gradualmente o de golpe y porrazo. La primera estrategia tiene la virtud fundamental de que ayuda a prevenir el contagio y salvar vidas, pero tiende a asfixiar aún más nuestra ya moribunda economía. La segunda, aumentaría el riesgo de contagio y las muertes de enfermos del virus, aunque posiblemente generaría un poco de oxígeno económico.
Ni abrir ni cerrar: el país necesita opciones pragmáticas
"La prioridad tanto para frenar el contagio y salvar vidas como para reactivar las actividades económicas es desarrollar una estrategia masiva de exámenes que determinen cuántos estadounidenses han portado o portan el virus y cuantos no se han contagiado todavía".


¿Hay alternativa a este intrincado dilema que nos separa en bandos cada vez más irreconciliables? No estoy seguro de que haya una respuesta clara, contundente, inobjetable. Pero sí creo que entre todos deberíamos buscar opciones inteligentes y prácticas a las dos posturas aparentemente incompatibles. En conjunto, esas opciones podrían conformar una estrategia que a la vez prevenga el contagio y la continua erosión de la economía nacional, la cual está provocando el sufrimiento de millones de estadounidenses que están perdiendo sus medios de sustento y no pueden continuar pagando sus hipotecas, medicinas y alimentos y servicios básicos.
La prioridad tanto para frenar el contagio y salvar vidas como para reactivar las actividades económicas es desarrollar una estrategia masiva de exámenes que determinen cuántos estadounidenses han portado o portan el virus y cuantos no se han contagiado todavía. Esto naturalmente permitiría mantener aislados a los enfermos y retornar a los sanos y curados, de forma escalonada, a la fuerza laboral y a otras actividades públicas.
El país, sin embargo, no cuenta aún con suficientes pruebas para ensayar esta estrategia. El presidente Trump suele afirmar lo contrario. Pero solo porque se toma libertades temerarias con la verdad y los hechos. El mandatario y sus asesores prometieron “millones de pruebas” para hacer diagnósticos oportunos de la enfermedad. Lamentablemente, han incumplido su promesa.
La realidad es que carecemos de los millones de pruebas que los expertos médicos recomiendan para comenzar a atajar la pandemia de manera efectiva y duradera. Trump, inclusive, ha cedido la iniciativa de procurar esas pruebas a los gobiernos estatales y locales y se ha negado a invocar la ley de emergencia que obligaría a ciertas empresas a fabricarlas y distribuirlas, como sucedió con la producción de armamentos, uniformes militares y productos vitales durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
Precisamente por eso, una segunda opción recomendable al intratable dilema es que los gobernadores y líderes condales y municipales, debidamente asesorados por especialistas médicos, asuman con firmeza el liderazgo en la doble lucha contra la pandemia y su sistemática aniquilación de nuestra economía. A falta de directrices especificas del gobierno federal, ellos deberían decidir, con prudencia, cordura y buena puntería, qué actividades pueden reanudarse, cuándo y en qué condiciones, manteniéndose dispuestos siempre a rectificar el curso de sus decisiones y coordinando la reapertura con otros estados y ciudades, sobre todo aquellos que comparten fronteras con los suyos.
Una opción complementaria e inevitable será continuar observando las normas del distanciamiento social que, por fortuna, ya se están haciendo populares en el país. Incluyen el lavarse las manos con frecuencia, usar mascarillas y guantes, mantener la distancia de otras personas en lugares públicos y evitar las aglomeraciones. Para frenar la pandemia y mitigar sus indeseables consecuencias para la salud física y financiera, no quedará otro remedio que practicar celosamente estas medidas profilácticas hasta que la ciencia médica desarrolle tratamientos fidedignos y una vacuna redentora.
Por último, ninguna estrategia alternativa a los dos extremos mencionados al principio funcionará bien a menos que las autoridades estatales y locales la apliquen con eficacia y transparencia. Esto exige que la promuevan con claridad, que les hablen en plata a las personas que se hallan en sus jurisdicciones, que permanezcan receptivos a sugerencias y críticas y que sean capaces de rectificar cuando algo salga mal o no rinda los frutos deseados.
Pisamos un terreno desconocido para la mayoría de nosotros. Es inevitable dar pasos en falso. Pero será más fácil reencontrar el camino de las soluciones factibles si nuestros dirigentes hablan y actúan con honestidad y justifican la confianza que en ellos depositaron sus gobernados.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







