Mariana Atencio: La música puede más que los muros de concreto

La periodista acompañó a Juanes y John Legend a visitar un centro de detención de inmigrantes


Por Mariana Atencio ( @marianaatencio ), presentadora y corresponsal de Univision Noticias y Fusion

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Esta semana logré entrar al centro de detención de inmigrantes de Eloy, Arizona. El segundo más grande del país, con una población de 1,500 indocumentados. Un sitio donde usualmente no se permite el acceso a periodistas y al que como corresponsal de Univision tenía tiempo intentando visitar.

Centro de detención Eloy en Arizona
Centro de detención Eloy en Arizona
Imagen Getty Images

Ingresé con dos grandes artistas: la estrella de música latina, Juanes, y el cantante de R&B John Legend.

La pregunta de rigor: ¿qué hacían estos dos artistas “del momento”, que ni siquiera nacieron en el mismo país, en un centro para detenidos en Arizona?

Resulta que John Legend tiene una iniciativa llamada #FreeAmerica con la cual ha viajado a distintas cárceles en Estados Unidos para condenar el sistema presidiario; también ha denunciado que el trato que reciben los indocumentados detenidos está directamente relacionado al negocio de las cárceles. Legend coordinó la visita al centro Eloy e invitó a Juanes quien, como inmigrante colombiano, tiene motivos para apoyar esta causa.

A las 7:45 de la mañana me encontraba en un autobús con este inusual dúo rumbo al desierto, a 90 millas de la frontera entre Arizona y México. El edificio, aún de lejos, es imponente, como un espejismo en el paisaje, pues no hay más nada alrededor. Es un lugar tan grande que parece una fortaleza. De hecho muchos de los custodios se refieren a Eloy como “una ciudad de 1500 habitantes”.

Les digo la verdad: no se suponía que yo debía entrar al centro. Me colé como parte del entourage de los músicos. Sin embargo, nunca mentí sobre quién era o para quién trabajaba al firmar el documento para ingresar y presentarme ante los empleados del centro.

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El primer perímetro está compuesto por una enorme reja eléctrica, con alambres de púas circulares en la parte superior. Le siguen gruesos muros de concreto color gris claro. La entrada tiene una de las pocas paredes con un color vivo, un rojo púrpura con tres letras gigantes en blanco que leen “CCA”. Las siglas corresponden a “Corrections Corporation of America”, una de las compañías privadas que manejan los centros de detención de inmigrantes en Estados Unidos.

La abreviatura en la entrada es reflejo de un enorme problema en el sistema: la injerencia de la empresa privada que hace dinero con los indocumentados. Eloy es uno de 18 centros de detención de inmigrantes que están bajo la autoridad de ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, parte de Homeland Security, pero que son gestionados por empresas privadas.

Esas empresas, como Geo Group o CCA, reciben fondos del gobierno por cada inmigrante detenido. El promedio es $160 por cada inmigrante indocumentado cada noche. Por un mandato de Homeland Security que data de 2009, ICE está obligado a mantener 34,000 inmigrantes indocumentados bajo rejas en todo momento, lo que conoce como el “bed mandate” o “mandato de las camas”. Eso genera alrededor de $5 millones al día y $2 billones al año. Un negocio redondo.

Pero ningún número me prepararía para lo que iba a sentir adentro.

La seguridad para ingresar es peor que la de los aeropuertos. Debes llenar una planilla con tus datos y entregar tu pasaporte o licencia de conducir, que los encargados retienen hasta el final de la visita. Igualmente, debes quitarte zapatos, chaqueta y cinturón para pasar por el detector de metal. Nos quitaron los celulares y no permitieron el ingreso de nuestras cámaras de video.

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Una vez dentro, conocimos a los guías de nuestro inusual tour: el Director de ICE en Arizona y el custodio principal de Eloy, Michael Donahue, quienes hicieron todo lo posible por maquillar la realidad que se vive allí dentro. Lo primero que nos dijeron era que no podíamos entablar conversación con los detenidos; de lo contrario se acabaría la visita y nos echarían del lugar.

Bajo esa advertencia, Juanes, Legend y yo tratamos de hacer contacto visual con cualquiera de los reclusos que encontrábamos en el camino. Portaban uniformes de tres colores: verde, beige y azul, dependiendo del nivel de su peligrosidad. Pero casi todos miraban al suelo al vernos pasar. Estaban ausentes, asustados.

Todas las áreas son de colores blanco y azul, exactamente iguales que las de una prisión, pues Eloy lo fue hasta hace poco. Pasamos por el comedor, donde se sirven 4,500 comidas al día. Allí la supervisora se jactó de que ella “le gana a McDonalds”, en cuanto a la cantidad de platos servidos.

Pero no podía ocultar el candado que cerraba la correa por donde circulaba la comida. Nos obligaron a colocarnos gorros de pelo para ingresar a la cocina. Adentro unos inmigrantes picaban alimentos, otros lavaban hojas verdes. ¿Lechuga? Todo se veía como un montaje. A pesar de que los custodios nos aseguraron que los detenidos pasaban allí alrededor de 60 días, la supervisora del comedor nos reveló lo que sospechábamos: que sus empleados de la cocina llevaban “varios años” en Eloy.

La mayoría de los indocumentados detenidos en el centro trabajan bien sea en el comedor, en la lavandería, limpiando los baños, etc. La remuneración por una jornada de trabajo es $1 al día. El salario mínimo en Arizona es $8.05 la hora. Además es casi imposible no gastarse el dinero en Eloy. Las llamadas al exterior las cobran a 40 centavos el minuto. Los detenidos tienen derecho de comprar alimentos una vez a la semana en el comisariato o almacén del centro, donde venden refrescos, galletas María y otros alimentos que son lujos allí dentro. La lata de Pepsi cuesta 57 centavos y unos fideos marca Ramen, 50 centavos.

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“Aquí tienen comida de universitarios”, nos dijo jocosamente el custodio Donahue refiriéndose a la oferta en el economato. El chiste provocó que nos viéramos las caras horrorizados, dado que un detenido tendría que trabajar más de un día para poder comprarse una Pepsi y unos fideos.

Finalmente salimos hacia las canchas de recreación y pudimos susurrar entre nosotros. Legend y Juanes estaban visiblemente afectados. Ambos me comentaron lo “frío” y “calculado” que era el ambiente, un lugar “orwelliano”, refiriéndose al universo totalitarista imaginado por el escritor inglés George Orwell.

La autora entrevista a Legend y Juanes
La autora entrevista a Legend y Juanes

Afuera vimos a la mayor cantidad de personas, aunque era obvio que no podían estar en grandes grupos. Traté de mirarlos a los ojos. A pesar del polvo del desierto, de los uniformes de reclusos y de la imposibilidad de acercármeles, pude leer la desolación en sus miradas.

La mayoría eran jóvenes más o menos de mi edad, que vinieron de países como el mío, huyendo de la violencia y de la falta de oportunidad, como lo hice yo. Pero yo me iría en un par de horas. Ellos se quedarían allí privados de libertad durante meses, quizás años, insertados en un engranaje imposible de parar, que se lucra de su existencia por no tener papeles.

Cada patio estaba separada por un pasillo largo dividido por enormes rejas eléctricas. Según los custodios, los reclusos pueden salir al patio dos horas al día, los siete días de la semana. A mano derecha, un grupo de mujeres rezaba el rosario en español. John Legend, quien no habla el idioma, preguntó si rezaban “la palabra del Señor”.

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Finalmente nos llevaron a las celdas, que se encuentran en núcleos llamados “pods”, con capacidad para 50 personas. Hay dos detenidos por celda. El espacio es muy pequeño y duermen en literas.

Una celda en el centro Eloy
Una celda en el centro Eloy
Imagen Getty Images

La funcionaria nos abrió la puerta de una celda y adentro había una joven con lentes gruesos que no pasaba los 20 años. Cuando vio a Juanes y a John Legend se quedó petrificada. Sentí como si estuviéramos en un zoológico, y ella estuviese del otro lado de la ventana.

Eloy es el centro donde han muerto la mayor cantidad de indocumentados detenidos. 14 muertes en los últimos 12 años —de acuerdo con Prison Legal News—, casi todas relacionadas con temas médicos, pero al menos cinco fueron declarados suicidios.

El caso más alarmante fue el suicidio del mexicano José de Jesús Deniz-Sahagún, de 31 años, el 20 de mayo de 2015, quien según los documentos, se asfixió con una media. Tras su muerte, unos 200 detenidos hicieron una huelga de hambre en protesta.

Una persona de nuestro grupo, Carlos García —de la organización PUENTE—, tuvo el coraje de preguntarles a los custodios y funcionarios por Sahagún. Cuando pronunció su nombre, todos se quedaron mudos. Los dirigentes respondieron que estábamos viendo el caso desde “un solo punto de vista”.

Nos dijeron que la gente “no tenía ni idea” de lo afectados que estaban los empleados tras el suicidio. Pero que al mismo tiempo ellos estaban “orgullosos” de lo que hacían para ganarse la vida y que “nunca pedirían perdón por su trabajo” porque se trataba de un tema de seguridad nacional.

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El único momento relativamente espontáneo vino al final del recorrido cuando entramos a una especie de salón de clases donde dos voluntarias estaban enseñándoles a las reclusas a rezar. Allí estaban más relajadas. No había rejas ni muros, y cuando vieron a Juanes no aguantaron la emoción. Lo abrazaron. Le pidieron autógrafos. Lo más irónico es que John Legend pasó desapercibido. Se quedó viendo la escena por un buen rato, sonriendo en una esquina, hasta que dijo “buenos días” en español.

Mariana Atencio con John Legend en el autobus que los condujo a Eloy
Mariana Atencio con John Legend en el autobus que los condujo a Eloy

Las mujeres les dieron las gracias a ambos “por haberles alegrado el día”. Les pidieron que “alcen la voz” porque ellas estaban allí “con la boca tapada”. Una confesó que llevaba 21 meses detenida, que fue abusada y que al gobierno no le importaba. Los oficiales interrumpieron rápidamente la conversación. Cuando Juanes y Legend quisieron cantarles una canción a capela, no se les permitió.

Salí con el corazón hecho añicos. Por lo que vimos y por lo que no nos dejaron ver. Pero lo que sí me quedó claro es que los músicos no fueron hasta allá para no poder cantar. Cuando terminó la visita, sus equipos montaron una tarima improvisada en la acera al otro lado del centro, que ya no constituye propiedad privada. Un grupo de reporteros locales y algunos familiares de los detenidos, que se habían enterado de la visita, estaban esperándolos y formaron el público.

Cuando Juanes y John Legend se montaron en el enclenque escenario, la canción que escogieron para cantar en dueto fue “Redemption Song”, de Bob Marley; un himno universal de los oprimidos, que habla del poder personal frente al poder institucional, del poder del alma frente al poder de lo establecido. Fue una de las escenas más surreales que he visto: dos de los mejores artistas del mundo cantando frente a una prisión en medio del desierto.

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Le quité los ojos al escenario por un momento y me volteé hacia el centro de detención. No vi a ninguno de los reclusos en la zona del patio viendo el “concierto”, como era de esperarse. Después me enteré de que no se les permitió salir de sus celdas, porque temían lo que podía ocurrir. Pero a lo lejos pude ver que algunos me hacían gestos con las manos desde sus celdas. Supe que ni los guardias ni las rejas podían impedir que la música traspasara los muros de concreto.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.