Decenas de millones de americanos angloparlantes e hispanoparlantes, desde Alaska hasta Argentina, vieron la serie Game of Thrones de HBO. Durante ocho temporadas, dio pie a memes, bromas, y muchísimos debates en las oficinas y en grupos de Whatsapp.
En el Juego de Tronos de China en América Latina, ¿Estados Unidos está jugando para ganar?
Los personajes de la popular serie tienen un parecido interesante con algunos de los actores en las relaciones actuales de poder en el Hemisferio Occidental. En lugar de una lucha a muerte para ocupar el Trono de Hierro, la lucha gira más en torno a la competencia por la influencia. Daenerys Targaryen sería China y Jon Snow como Estados Unidos.
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Aunque a muchos les encantó la serie por sus efectos especiales, otros más se sintieron cautivados por las historias de intriga y poder que eran la base de la retorcida trama. Yo, como buen fanático, mientras miraba el final, comencé a contemplar la triste realidad de las tardes dominicales sin otro capítulo de Game of Thrones.
También reflexioné sobre cómo los personajes de esta serie enormemente popular se parecían, en cierta medida, a los múltiples actores en las actuales relaciones de poder en el hemisferio occidental. En lugar de una lucha a muerte para ocupar el Trono de Hierro, la lucha entre las naciones no latinas en el hemisferio occidental gira más en torno a la competencia por la influencia, y por lo tanto, el poder, en varios frentes comerciales e ideológicos.
Un personaje importante en Game of Thrones es Daenerys Targaryen. Ella, cuya calculada motivación es ocupar el Trono de Hierro del reino de Westeros, es como China; y no sólo porque es la madre de los dragones. China es relativamente joven en el hemisferio occidental, como lo era Dani, y posee un sentido similar de destino expansionista.
Al igual que Daenerys sobre su dragón que lanza fuego, China tiene una mentalidad maniáticamente obtusa en la búsqueda de esos malditos países que aún reconocen a Taiwán diplomáticamente.
El formidable éxito que ha tenido China, convencida de que su sistema autoritario y no democrático de gobierno es la mejor manera de controlar a sus 1,400 millones de personas, en sacar a cientos de millones de personas de la pobreza extrema en los últimos 20 años ha dependido en gran medida de los recursos energéticos y alimentarios de América Latina.

Al igual que Daenerys sobre su dragón que lanza fuego, China tiene una mentalidad maniáticamente obtusa en la búsqueda de esos malditos países que aún reconocen a Taiwán diplomáticamente. En estas negociaciones, ofrece acuerdos banales y ha tolerado muy poca disidencia por parte de los países latinos más pobres que, al principio, estaban muy contentos de venderle a China el petróleo y las proteínas que necesitaba para crecer.
A pesar de los buenos consejos de no arrasar Desembarco del Rey en aras de su ambición, Daenerys se mostró trágicamente incapaz de adecuar sus instintos rapaces.
Quizás en este sentido, China puede ser más sabia que la reina embriagada de poder. Xi Jinping reconoció recientemente la necesidad de competir de forma más transparente y evitar los acuerdos desbalanceados de trampa de deuda que han caracterizado gran parte del expansionismo chino hasta la fecha. Queda por ver si China y sus nuevos amigos latinos podrán lograr los acuerdos que dan pie a la coexistencia pacífica que prometió Daenerys, en lugar de las tácticas de tierra arrasada que aplicó para lograr su victoria pírrica.
En lo que es la segunda presentación de otro actor que apareció por última vez en el escenario del hemisferio hace casi tres décadas, Rusia está de vuelta y aparentemente está compitiendo por la influencia regional en todo el continente americano. La Rusia de Putin es claramente Tyrion Lannister, taimado, ocasionalmente exitoso, pero en última instancia impotente en este drama. Como les apuesta a los tres grandes fracasados del hemisferio — los gobiernos autoritarios de Venezuela, La Habana y Nicaragua — la verdadera influencia y el poder de Rusia se ven eclipsados por los chinos.
Es cierto que realiza vuelos militares con cierta periodicidad transportando decenas de soldados uniformados a Venezuela, vende armamento y tanques obsoletos a Nicaragua, y le ha proporcionado parte del petróleo perdido a Cuba, pues la industria petrolera de Venezuela ha quedado atrofiada tras 20 años de desinversión y sanciones estadounidenses. Pero en el análisis final, la influencia de Rusia, como de La Mano de la Reina, es puramente referencial. Principalmente engendra maldad. Si a Maduro y Ortega los liquidaran sin miramientos como a tantos otros nefastos personajes en los Siete Reinos, Rusia rápidamente quedaría fuera del guion del continente americano.
Quizás el personaje más decepcionante en Game of Thrones es el heredero, reticente pero legítimo, del Trono de Hierro, Jon Snow. Su derecho de nacimiento es ser rey, y ejercer juiciosamente el poder y la influencia que esto conlleva. Es el guerrero más poderoso, a quien sus enemigos temen y sus tropas veneran. Sus intenciones son nobles, pero su desempeño en el papel que le asignó el destino es fallido. En última instancia, aunque la mayoría lo quiere, queda relegado a una posición insignificante porque se negó a hacer valer sus derechos como líder natural de Westeros en aras de la paz y la prosperidad.
En nuestra analogía del hemisferio occidental, Jon Snow es Estados Unidos.
Al igual que Jon Snow, quien no supo interpretar las señales de lo que sucedía en el castillo y ver a Daenerys tal como era, la respuesta de Estados Unidos a la agresiva expansión comercial de China ha sido lenta, desenfocada y episódica.
En un momento en que se necesita enormemente el liderazgo estadounidense para apoyar la democracia, el estado de derecho y la defensa de los derechos humanos en toda América Latina, la administración Trump se rehúsa a asumir este papel histórico. El presidente Trump le ha dado muy poca importancia a esas prioridades tradicionales, y en cambio, ha orientado su compromiso regional hacia la creación de conflictos con la Troika de la Tiranía: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Al igual que Jon Snow, quien no supo interpretar las señales de lo que sucedía en el castillo y ver a Daenerys tal como era, la respuesta de Estados Unidos a la agresiva expansión comercial de China ha sido lenta, desenfocada y episódica.
Luego está el tema de los incesantes mensajes mixtos del presidente Trump. Por un lado critica la injerencia rusa en Venezuela, pero le asegura al pueblo estadounidense que después de una conversación con su homólogo ruso, Vladimir Putin, Rusia solo tiene buenas intenciones en Venezuela.
Los confundidos y frustrados hermanos del Norte de Snow no comprenden por qué se postra ante Daenerys, al igual que los tradicionales socios del sur de Estados Unidos no logran comprender por qué el Muro de Trump y el nativismo interno los abandonan mientras lidian con las fuerzas de la globalización, los Caminantes Blancos del crimen internacional, y una feroz reina extranjera que promete un reinado benigno, pero practica la corrupción y la guerra asimétrica. Y seamos sinceros, nadie en esta región puede domar un dragón sin ayuda.
Como juego de mesa, esta analogía, por imperfecta que sea, puede ser entretenida. Sin embargo, la competencia por el poder, la influencia, la colaboración y las alianzas en todo el Hemisferio Occidental no es un juego. Es una tarea muy seria que requiere que los países entiendan todos sus instrumentos de poder nacional y los apliquen mediante una estrategia coherente y consecuente.
Para lograr la victoria se necesita una visión clara de lo que se desea en última instancia y reconocer qué jugadores en el campo son amigos o rivales. Mientras Donald Trump continúe atacando a México y los países del Triángulo Norte por no hacer lo suficiente en materia de inmigración, y a Iván Duque, el presidente de Colombia, por no hacer lo suficiente en la lucha contra el narcotráfico, efectivamente está dándoles la espalda a algunos de nuestros mejores amigos y aliados naturales.
Si Jon Snow hubiera escuchado a quienes lo instaron a ser fiel a su propia gente — los demócratas, los partidarios del libre comercio, la clase media emergente, los jóvenes estudiantes y los empresarios hartos de corrupción y con deseos de colaborar con Estados Unidos — quizás su última escena no lo habría mostrado, de espaldas a la cámara, cabalgando hacia la selva de la intrascendencia con sus seguidores Salvajes.
Esperemos que todavía haya un capítulo sin escribir en el Game of Thrones del continente americano. Después de todo, nadie cree seriamente que Bran el Roto puede tener éxito en todo ese asunto de ser rey.








