El doble rasero de James Comey

“Me inclino a pensar que Comey sucumbió emocional y sicológicamente a las constantes presiones que le aplicaba la extrema derecha desde que absolvió a Hillary Clinton de delitos por el uso de un servidor privado cuando ella era secretaria de Estado”.

El director del FBI, James Comey
El director del FBI, James Comey
Imagen Getty Images


El director del FBI, James Comey, se inyectó intempestivamente en la recta final de la contienda presidencial, inclinando la balanza en contra de Hillary Clinton y a favor de Donald Trump. Si lo hubiera hecho de manera responsable y por una causa noble, no deberíamos cuestionar su decisión. Pero la forma precipitada, reticente y alarmante en que lo hizo arroja serias dudas sobre sus intenciones y, principalmente, sobre la seriedad de su anuncio. Para hacerlo, Comey desoyó los consejos de sus superiores en el Departamento de Justicia, incluyendo la fiscal general Loretta Lynch, de que no lo hiciera cuando apenas faltaban 12 días para las elecciones presidenciales; violó normas inveteradas que prohíben a investigadores federales hablar sobre pesquisas en curso que puedan resultar políticamente sensibles; y una vez consumado su acto irresponsable se negó a ofrecer detalles que ayuden a poner en perspectiva su controversial decisión.

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Apenas cuatro días después de su inoportuno anuncio, hemos conocido que Comey se había negado a sumar su nombre al de otros funcionarios federales de inteligencia que denunciaron que el régimen autocrático de Vladimir Putin es el principal responsable de la piratería de correos electrónicos de la campaña de Clinton; que se negó alegando, precisamente, que no quería influir sobre la contienda entre la ex secretaria de Estado y su rival Donald Trump; ¡y a pesar de que al parecer comparte tales sospechas! La aparente prudencia de su conducta en este caso contrasta con la ligereza con que le disparó una carta vaga y ambigua al Congreso, explicando que el FBI examina correos electrónicos que pudieran ser “pertinentes” a la previa investigación de los correos de Clinton, investigación que él mismo había proclamado como “completa” en julio. Como era de esperarse, legisladores republicanos, Donald Trump y sus portavoces de campaña están explotando la torpeza de Comey, exagerando el contenido de su carta, renovando su clamor de que se encarcele a Clinton y advirtiendo de una apocalíptica e improbable “crisis constitucional” si los votantes elegimos a su rival.

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¿Cómo explicar el comportamiento tan distinto de Comey en estos dos casos? Cualquier respuesta que aventuremos basándonos en las evidencias de las que disponemos en estos momentos sería incompleta y arriesgada. Pero me inclino a pensar que Comey sucumbió emocional y sicológicamente a las constantes presiones que le aplicaba la extrema derecha desde que absolvió a Hillary Clinton de delitos por el uso de un servidor privado cuando ella era secretaria de Estado. En el bando republicano en general y en el de Trump en particular habían proliferado desde entonces las acusaciones de “traición” contra Comey, a quien el Presidente Obama nombró en su cargo y quien fue republicano toda su vida adulta hasta que este año se proclamó independiente, probablemente para cuidar su imagen durante la belicosa campaña presidencial. Al aplicar un doble rasero hacia Clinton y Trump, a Comey parece habérsele despertado el republicano. ¡Y en una versión tristemente sectaria!

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El resultado final de su intromisión en el proceso electoral es imprevisible. Como mínimo, le aportará a Trump más votos de los que se ha ganado como candidato a la presidencia. Pero en puridad no debería afectar la forma en que los votantes norteamericanos decidan pronunciarse durante la votación anticipada o el 8 de noviembre, el día oficial de la elección. La confusa carta de Comey a los congresistas permitió a republicanos oportunistas propagar la falsedad de que el FBI investigaba miles de correos nuevos de Clinton. Pero resultó que los correos investigados son de la asistente de Clinton, Huma Abedin, y de su esposo Anthony Weiner, de quien se había separado Abedin. Al parecer, ninguno pertenece a la entonces secretaria de Estado. Y su examen se lleva a cabo como parte de una investigación de “sexting” o envío de textos telefónicos de contenido sexual por parte de Weiner a una adolescente de 15 años. A través de voceros y representantes, Comey ha admitido que, en el momento de escribir y enviar su carta al Congreso, ni siquiera había visto los correos e ignoraba su contenido. De ahí su críptica referencia a que “no conocemos la importancia de esta recién descubierta colección de correos”. Solamente después de armar el jaleo que armó con su misiva, Comey obtuvo la autorización judicial que necesitaba el FBI para ingresar al ordenador de Weiner en el que se encuentran los correos de marras.

La acción imprudente de Comey ha constituido un generoso regalo de última hora para la errática campaña de Trump. Pero lo más probable es que, en los pocos días que le quedan a la contienda, el candidato republicano termine desbaratando el regalo con su vulgaridad, sus ataques personales a Clinton y a todos los que le critican y sus malos modales en general. Tampoco cesarán las revelaciones embarazosas sobre su conducta depredadora antes de que declararse su candidatura a la Casa Blanca. Si a pesar de todo eso la mayoría de los votantes se confunde y establece una falsa equivalencia entre una candidata defectuosa como Clinton y un demagogo nocivo como Trump, James Comey se merecerá gran parte de la culpa por tan grave confusión.

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Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.