En la 'zona cero' de la frontera: así es un día en el lugar donde llegan más familias migrantes
Con el auge de la migración de unidades familiares, cientos de niños centroamericanos cruzan la frontera sur de EEUU cada día, generalmente con uno de sus padres. Así se vive un día típico en el sector del Valle del Río Grande en el que la Patrulla Fronteriza detuvo a más de 1,100 personas. Mira el especial 'Los niños como pasaporte, el fenómeno detrás de la nueva ola migratoria'.
Solo en el mes de marzo, más de 53,000 unidades familiares entraron al país de esta manera, un máximo histórico. El sector del Valle del Río Grande es desde hace años el que registra el mayor número de aprehensiones de migrantes indocumentados de toda la frontera. En marzo llegaron casi 21,000.
Lorena Arroyo
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Lo que permite que la mayoría de migrantes que llegan a EEUU con un niño no sean deportados de manera inmediata son dos normas de protección de la infancia: una ley de 2008 para la prevención del tráfico humano (TVPRA) y el Acuerdo Judicial Flores de 1997, que prohíbe al gobierno privar de libertad a menores de edad en centros de detención. Gracias a ellas, venir de la mano de un niño se convierte prácticamente en una garantía para la liberación del padre o tutor que lo acompaña.
Lorena Arroyo
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Mario, de 26 años, y su hija Sindy, de 3, cruzaron la frontera sur de EEUU después de más de dos meses y medio en el camino. “Lo más duro ha sido el hambre, pero tomé esta decisión por mi hija que tiene una enfermedad de corazón”, afirma este hondureño, que es padre soltero. Dice que en su país, su empleo en fincas de banano no le daba ni para comprar la leche de la niña. Salió de Honduras con sólo 1,000 lempiras (unos 40 dólares) y le tocó pararse a trabajar en Guatemala y México para conseguir más dinero y poder así continuar el camino.
Lorena Arroyo
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En un viernes reciente de marzo en que Univision Noticias acompañó a la Patrulla Fronteriza, los oficiales procesaron a más de 1,100 personas solo en ese sector denominado 'Valle del Río Grande', según datos de esa agencia federal. Fue un día típico, dicen, que refleja la tendencia de la llegada masiva de unidades familiares. En la foto, la hondureña Roxi Xiomara Hernández (con camisa verde) posa junto a su hijo y a un grupo de madres migrantes que conoció en el camino. "Mi esposo vino aquí hace cuatro meses. Está en Tennessee. Él se vino por la delincuencia. Yo me arriesgué porque el niño no soportaba estar lejos del papá", cuenta.
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Algunos padres viajan con bebés tan pequeños que tienen que cargarlos todo el camino en brazos, como hizo esta migrante hondureña que llegó a Estados Unidos con su hijo de 10 meses.
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La mayoría de familias que llegan a este punto de la frontera son de Honduras, Guatemala y El Salvador. Sienten que huir es la única manera de ofrecer un futuro a sus hijos ante los problemas que los agobian, que van de la violencia de las pandillas y la pobreza a los efectos que el cambio climático está teniendo en algunas zonas del corredor seco de Centroamérica.
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"Cuando llegan estas cantidades de migrantes en esos grupos tan grandes se requieren más agentes para poder procesarlos y prepararlos para el transporte", afirma el portavoz de la Patrulla Fronteriza del sector del Río Grande, Carlos Ruiz. "Esto causa que nosotros tengamos que sacar a gente de un área (...) lo cual abre las puertas en otras áreas de la frontera".
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Una vez que los migrantes se entregan a la Patrulla Fronteriza, los agentes procesan a los recién llegados: los cuentan y les dan unas bolsas de plástico para que metan los cordones de los zapatos, cinturones, cadenas y cualquier objeto con el que se puedan hacer daño.
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María cruzó el Río Grande con sus hijos Victoria Alejandra, de 17 años, y Juan, de 13. La mujer, que en Honduras trabajaba indicando las rutas de autobuses a los viajeros en la estación de Tegucigalpa, le dijo al agente de la Patrulla Fronteriza que se fue por la falta de oportunidades y la violencia.“Si no quitan a los gobiernos que están, nos vamos a ir todos”, aseguró.
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Carlos Humberto y Nubia Alejandra proceden de la aldea de Coral en Lempira (Honduras) y, una vez procesados, planeaban juntarse con un familiar que vive en Houston. “¿Han visto Houston en la televisión?”, les preguntó el agente de la Patrulla Fronteriza. “No señor. No tenemos ese privilegio. En mi comunidad no hay ni luz”, le contestó el padre. En Honduras, Carlos Humberto era agricultor cafetalero, pero dice que su cosecha se vio fuertemente afectada por la epidemia de roya y la sequía.
Lorena Arroyo
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Susely Álvarez tiene 27 años, es de Escuintla (Guatemala) y cruzó la frontera con sus dos hijos Alexander y Justin. La mujer asegura huir de la violencia de género y quiere buscar un tratamiento para su hijo mayor que padece de autismo. Mientras esperan a la Patrulla Fronteriza, el niño se impacienta. “Quiero ir a casa”, le dice a su mamá.
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Muchos migrantes aseguran no haber tenido que pagar coyotes hasta que llegaron al lado mexicano del Río Grande. Este grupo de salvadoreños dice haber llegado “a puro jalón” (de bus en bus). “Somos la familia peluche”, afirma Ever, de 7 años, al bromear con su madre sobre cómo habían salido ellos dos solos y acabaron cruzando el río como junto a este grupo de salvadoreños con los que hicieron piña. La mayoría de ellos vienen de Usulután y dicen huir de la violencia.
Lorena Arroyo
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Entre los salvadoreños que llegan escapando de la violencia también hay menores no acompañados como Alfonso, de 16 años, que dice huir de las amenazas de las pandillas. “Al salir del colegio, me agarraron y me amenazaron porque no quise andar con drogas. Nosotros somos de una iglesia y me llamaron marica por no querer coger la droga”, asegura. En EEUU espera poder reencontrarse con su abuela que vive en Los Ángeles.
Lorena Arroyo
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A lo largo de todo el día no paran de llegar adultos acompañados de niños a esta zona conocida como Rincon Landing, cerca de la ciudad de McAllen. "En su país de origen les dicen que es mucho más fácil cruzar la frontera y poder ser quizás liberados por la Patrulla Fronteriza si vienen con un niño o menor”, asegura el agente Ruiz.
Lorena Arroyo
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En la orilla del Río Grande es fácil encontrarse con vestigios de los cientos de centroamericanos que lo cruzan cada día. El verde y el marrón de la naturaleza de la zona se ven interrumpidos por los colores de las prendas de ropa que dejan los migrantes cuando llegan a Estados Unidos.
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Algunos de los objetos que dejan los migrantes tras cruzar el río hablan por si solos, como este libro roto llamado
'Consuelo en tiempos de prueba' que Rossmery Saravia le dedica a José Lenny Hernández.
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Entre las cosas que los migrantes dejan atrás también hay documentos que dan fe de su procesamiento por las autoridades migratorias mexicanas, como este certificado de nacionalidad de un adolecente hondureño.
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También hay muchas prendas de niños y bebés, una muestra de la nueva ola migratoria en la que los hombres adultos han dejado de ser mayoría entre los capturados por la Patrulla Fronteriza.
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Además de las familias, también continúan creciendo los números de los menores no acompañados que llegan al país. En marzo fueron casi 9,000 los aprehendidos por la Patrulla Fronteriza.
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A Génesis Antonia, de 6 años, y a su mamá Reyna Vega les tomó algo más de una semana para llegar de El Salvador a Texas. “Tuve que sacar a la niña del kínder porque yo trabajaba ahí en el comedor y me estaban pidiendo dinero y me amenazaron con hacerle algo si no les entregaba el dinero”, asegura la madre. Su objetivo tras ser procesada era encontrarse con un tío suyo que vive en Virginia.
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Unas horas después de que llegaran los primeros migrantes a la zona de Rincon Landing, aparecen varios autobuses y camionetas de una empresa subcontratada. Después de cachear a los hombres y a los niños varones, los empleados pasan lista de los próximos que llevarán al centro de procesamiento de la Patrulla Fronteriza.
Lorena Arroyo
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Mientras trasladan a los primeros que se entregaron, siguen apareciendo grupos de decenas de centroamericanos. Una vez que la Patrulla Fronteriza los procesa, algo que no debería tomar más de 72 horas, la mayoría de migrantes que llegan con niños son liberados en un albergue de Caridades Católicas de McAllen donde les asisten hasta que pueden viajar a la ciudad de Estados Unidos donde les patrocina algún familiar.
Lorena Arroyo
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Los migrantes suelen ser liberados con un documento que indica la fecha en la que deben presentarse en una corte en la que un juez decidirá su futuro en el país; un proceso que, con las cortes de migración saturadas, puede tardar meses o incluso años.