Acampando a la entrada de un cementerio en la frontera: así viven estos hondureños esperando pedir asilo en EEUU
A tres cuadras de la frontera en Nogales, Sonora, este grupo de hondureños ha decidido esperar que la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (CBP) revise sus casos de asilo. En promedio, reciben de dos a tres casos cada día.
Ellos son parte de un grupo de 20 familias centroamericanas que decidieron vivir a la entrada de un viejo y colorido cementerio en Nogales, México. Según estos migrantes, los albergues gratuitos están llenos y no pueden pagar las cuotas semanales que cobran otros refugios.
Ana María Rodriguez
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Decidieron vivir en el Panteón Nacional porque en frente de las canchas de básquetbol están las oficinas del Instituto Nacional de Inmigración (INM), que les ofrece sanitarios y otros servicios. A dos cuadras está el comedor del Kino Border Iniciative, una organización sin fines de lucro que provee alimentos dos veces por día y atención médica a migrantes.
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Heidy Casco, 44, vive en el campamento con sus hijos más pequeños. En la foto muestra un retrato de su hijo fallecido. “Yo estoy aquí porque acribillaron a mis dos hijos. Yo pensé que ellos me iban a enterrar a mí. Nunca pensé que yo iba a enterrarlos”, lamenta.
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“Esa es mi mansión”, dice Heidy señalando una carpa de acampar azul a la entrada del cementerio. Es la única tienda de campaña en el campamento. Hace dos meses que llegó con sus dos hijos menores, Alejandra, de 9 años, y Juan Carlos, de 14.
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Alejandra (der), hija de Heidy Casco, y Sofía (izq), hija de otra migrante del grupo, juegan a la entrad del Panteón Nacional. No van a la escuela, pero se divierten jugando entre tumbas, dicen que son buenos escondites.
Ana María Rodriguez
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Alejandra no teme jugar entre tumbas. En Honduras visitaba a sus hermanos en el cementerio a menudo. Sus hermanos, Guillermo y Osman, murieron en un tiroteo en Honduras hace 4 años. “A veces me aburro porque no estoy con mi papa,” dice.
Ana María Rodriguez
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Alejandra y Sofía pasan los días tirando la pelota en las canchas de básquetbol y jugando a las escondidas entre tumbas. Según Alejandra, hay que temerle más a los vivos que a los muertos.
Ana María Rodriguez
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Un oso de peluche cuelga del muro del cementerio.
Ana María Rodriguez
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Heidy cuenta que en Nogales los ven con “indiferencia”, como si fueran “un bicho raro”. Antes de llegar a Sonora estuvo cuatro meses en Chiapas, en la frontera entre México y Guatemala, donde sufrieron de discriminación, dice.
Ana María Rodriguez
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“Yo estoy pidiendo asilo para proteger a mis hijos pequeños. No quiero que les pase lo mismo que a los otros dos. Si me niegan el asilo yo me regreso otra vez. Lucharé hasta las últimas consecuencias”, asegura Heidy.
Ana María Rodriguez
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Araceli Aguilar, 35, es también de Honduras. Vino sola con su hija de 8 años. Tenía una cafetería, pero lo dejó por amenazas. “Me llamaban diciendo: ‘ya sé a qué se dedica tu esposo’, ‘si no pagas le haremos algo a tus hijos’. Por eso decidí venir”, dice.
Ana María Rodriguez
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Una biblia es una de las pocas posesiones de Araceli. “A veces uno se desespera. Es terrible dormir en el piso, aguantar el frío, estar en la calle. Aquí está uno expuesto a todo”, lamenta.
Ana María Rodriguez
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La madre de Alejandra, Heidy, cree que los pandilleros que le exigían un porcentaje de las ganancias de su negocio de venta de ropa y lácteos fueron los mismos que mataron a sus hijos. “Me advirtieron que yo sería la próxima (en ser asesinada), que le iba a hacer compañía a mis hijos”, asegura.
Ana María Rodriguez
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El muro del cementerio se ha convertido en una repisa para colocar un cepillo de dientes y un frasco de loción vacío. La mayoría de las familias centroamericanas llevan más de dos meses viviendo en el campamento.
Ana María Rodriguez
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Las autoridades locales les prometieron unas colchonetas que nunca llegaron. La vecina les deja lavar su ropa por 20 pesos mexicanos.