10 historias de migrantes: ingenieros, discapacitados y casos inesperados en la caravana (fotos)
Aunque sus vidas han coincidido en su recorrido hacia el norte y ahora soportando las deplorables condiciones de los albergues en Tijuana, algunos tienen un perfil distinto al de la mayoría de inmigrantes que llegan en estos grupos. Univision Noticias conversó con algunos de ellos para conocer sus historias.
La pareja de ingenieros. Melany Murillo tiene 30 años y es ingeniara agrónoma. Su esposo Yonari Perdomo, de 25 años, estudiaba la misma carrera en la Universidad Nacional de Agricultura de Honduras, pero la dejó por falta de dinero. La pareja se unió a la caravana migrante por la falta de oportunidades laborales en su país. "Estuve dos años buscando empleo y jamás encontré", lamentó Melany, quien ahora tiene cinco meses de embarazo. "Quizás algún país valore cuánto me he esforzado estudiando y me admita", dice.
Isaias Alvarado
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El migrante en silla de ruedas. El 15 de octubre partió de su natal Honduras apoyado por un par de muletas, pero en la Ciudad de México no pudo más. Desde entonces, Rafael Peralta, de 33 años, usa una silla de ruedas. Cuenta que nació con una malformación en los pies, que era campesino y que su objetivo es trabajar en un restaurante en Estados Unidos.
"Yo le diría al presidente Trump que no nos juzgue. Él dice que somos pandilleros, asesinos… Cómo voy a ser eso, así como estoy", advierte.
Isaias Alvarado
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El padre y su hija de 4 años. Antes de integrarse al éxodo de migrantes centroamericanos, Marvella, de 4 años, lloró para que su padre, Carlos Vázquez, la llevara. Los dos emprendieron un periplo de más de un mes y ahora han quedado varados en la ciudad fronteriza de Tijuana. "Yo quisiera encontrar un trabajo y dejarla en una guardería", dice Vázquez, un hondureño de 34 años. "Ella se quiso venir conmigo, me dio lástima dejarla. No me arrepiento. Es mi hija y la tengo que cuidar", explica.
Isaias Alvarado
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La familia en pobreza extrema. Con un escaso sueldo que obtenía lavando ropa y limpiando casas, Rosa Dubón mantenía a sus seis hijos en Honduras. Hasta la frontera de EEUU llegó con los más pequeños, Walter, de 2 años, y José, de 4.
"Mi sueño es que tengan un buen estudio y que sean mejores personas, lo que yo no tuve", expresa Rosa, de 34 años, entre sollozos. "Estamos aquí por la violencia, la pobreza y la delincuencia", explicó su esposo, Walter, de 28.
Isaias Alvarado
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Una víctima de las Maras. Hace dos años, cuatro pandilleros le cortaron una parte del dedo pulgar a Carlos Flores, un hondureño de 25 años. "Tuve un negocio y casi me matan a cuchilladas porque no les daba dinero", relata este joven que tiene varias cicatrices por los navajazos que recibió en el antebrazo izquierdo y el hombro derecho. Logró huir y unos parientes lo encontraron agonizando. "Me estaba muriendo", recuerda. Llegó hasta Tijuana con sus dos hijos, de 1 y 5 años.
Isaias Alvarado
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La mujer de las dos caravanas. En un año, Sandra Pérez, quien nació en Honduras hace 44 años, recorrió dos veces el territorio mexicano a pie, en tren, en bus y pidiendo aventón. La primera vez se unió a la caravana en marzo y llegó a Tijuana. Al final decidió quedarse en esa ciudad cuando supo que los solicitantes de asilo pasaban largos períodos en cárceles migratorias. Hace dos meses volvió a Chiapas para acompañar a este nuevo éxodo y una prima le encargó que se llevara a su hija Génesis, de 5 años. "Espero que les den asilo a todos, porque la mayoría no quiere quedarse en México", dice ella.
Isaias Alvarado
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El que huye con su hijo tras una amenaza de muerte. Jesús Chávez huyó de Honduras porque los amenazó de muerte un vecino que asesinó a un pariente, según su relato. "Pasaba armado, despacio en su carro. Decía que también nos iba a matar a nosotros, porque somos los únicos varones de la familia y creía que nos íbamos a vengar". Una copia del acta de defunción del pariente y otra de la investigación de los fiscales hondureños son las principales pruebas que presentarán en su solicitud de asilo.
Isaias Alvarado
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El joven que emigró por el hambre. Tiene 22 años, pero sus anécdotas parecen las de alguien mayor. Cristopher Zepeda se acabó los zapatos caminando gran parte del trayecto entre su natal Honduras y la ciudad fronteriza de Tijuana. "En mi país hay sufrimiento, mucha hambre, no hay trabajo", asegura. Su plan es trabajar, ya sea en México o en Estados Unidos.
"Hago lo que sea para no pasar hambre", insiste.
Isaias Alvarado
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El albañil que busca empleo. "Mi sueldo no me alcanzaba", dice José Enrique Solís Morales, un guatemalteco de 21 años que se ganaba la vida como albañil y lavacarros. Dice que le pagaban 350 quetzales cada semana, equivalente a unos 45 dólares. Se unió a la caravana el 17 de octubre cuando pasó por su comunidad. Salió prometiendo ayudar a su familia. "No me arrepiento de haber venido", dijo en un campamento en Tijuana.
Isaias Alvarado
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El muchacho que regresa derrotado. Junior Amaya acompañó la caravana desde el 17 de octubre, soñando con trabajar en EEUU. Soportó todo tipo de dificultades: lluvias, frío, hambre, maltratos… Pero el jueves pasado pensó en los suyos, en la Navidad, en que cree que tiene pocas posibilidades de lograr su meta. Y así decidió que ya no valía la pena seguir luchando. "Me voy derrotado, pero
aquí es como estar preso, mejor me voy", expresó afuera del segundo albergue habilitado en la ciudad de Tijuana.