Pronto se podrá comprar comida online con los cupones de alimentos

Un nuevo programa permitirá a familias norteamericanas de bajos ingresos adquirir productos alimenticios a los que, localmente, no tendrían acceso.

A inicios de este mes, el Departamento de Agricultura (USDA, por sus siglas en inglés) anunció un ambicioso programa piloto que facilitará a los involucrados en el Programa de Asistencia Alimentaria Suplementario (SNAP) -más conocido como ‘food stamps’ (cupones de alimentos)- una nueva manera de adquirir alimentos a través de la red.

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El ensayo, que durará dos años, se iniciará el próximo verano y permitirá que personas de bajos ingresos, residentes en siete estados distintos, reciban determinados artículos en sus hogares, gracias la intermediación de empresas minoristas como FreshDirect, Amazon, Safeway y ShopRite. Y no solo eso, sino que pagarían por los productos empleando beneficios federales. “La compra online es un sustento potencial para aquellos que, afiliados al SNAP, viven en barrios urbanos y en comunidades rurales donde las opciones de acceso a alimentos saludables suelen ser limitadas”, sostuvo Tom Vilsack, secretario del USDA.

De acuerdo a la USDA, los distintos proveedores funcionarán en estados específicos. Amazon trabajará en Maryland, Nueva Jersey, Nueva York; FreshDirect lo hará en Nueva York; Safeway funcionará en Maryland, Oregon y el estado de Washington; ShopRite, en Maryland, Nueva Jersey y Pennsylvania; Hy-Vee, Inc. en Iowa; Hart's Local Grocers en Nueva York (basados en Rochester); y Dash's Market también funcionará en Nueva York (desde Buffalo).

La iniciativa es, de hecho, una disposición de la Ley Agrícola de 2014 , la cual obliga al USDA que ponga a prueba un programa de pedidos online. Si el programa piloto es exitoso, podría expandirse nacionalmente, lo que haría posible en teoría que más de 43 millones de personas en Estados Unidos recibieran asistencia alimenticia vía SNAP, poniendo énfasis en el acceso a comida saludable. Pese a sus incuestionables beneficios, especialmente para aquellos con discapacidades, transporte limitado o los millones de norteamericanos de bajos recursos en los llamados ‘desiertos alimentarios’, el éxito del programa es todavía incierto. Una serie de factores, incluyendo los actuales hábitos de consumo, los costes asociados y el acceso a internet podrían debilitar las posibilidades de que la idea prenda socialmente, si bien la oposición externa por parte de grupos cabilderos pudiera, potencialmente, bloquear su adopción a gran escala.

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Además de la buena propaganda, entre las razones que atrajeron a siete empresas minoristas desde Maryland, hasta Iowa u Oregon para solicitar la participación en el programa del USDA estaba la oportunidad de expandir la base de compradores e incrementar los ingresos. Algunas compañías, desde Amazon hasta Hy-Vee –un supermercado enclavado en Iowa– recaudarán cuotas por entrega y servicio relativos a estas nuevas transacciones, cuotas que no pueden ser pagadas con los beneficios federales.

A su vez, los socios minoristas también ofrecen un grupo de productos que no cumplen con los requisitos del SNAP. Por lo que, en última instancia, puede crearse una dinámica en la cual la ventaja del programa piloto se vea ensombrecida por costos adicionales y complicaciones logísticas vinculadas con la entrega, conjuntamente con la necesidad de múltiples formas de pago para que los usuarios del SNAP puedan completar un pedido.

Otro desafío que afronta el programa es la superposición demográfica entre los beneficiarios del SNAP y los estadounidenses sin acceso a internet. Una encuesta de 2016 del Centro de Investigaciones Pew muestra que aquellos más propensos a carecer de acceso regular a internet son las minorías de bajos recursos, particularmente los más jóvenes y viejos. De acuerdo con datos federales, los usuarios del SNAP –relativos a la población de Estados Unidos- se descomponen en líneas demográficas similares, con más de la mitad de los beneficios federales otorgados a niños y ancianos. Al propio tiempo, cerca de un 20% de los estadounidenses son esencialmente dependientes de sus smartphones (teléfonos inteligentes) para acceder a internet, lo que podría obstaculizar la capacidad de navegar a través de un enrevesado sistema de pedidos online.

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Otra dificultad puede ser de tipo geográfico. Si bien muchos tienden a asociar la asistencia alimentaria federal con la pobreza urbana, el uso de los llamados food stamps en las comunidades rurales ha ido creciendo establemente en los últimos años. Como señalara en 2014 Rachel Cernansky, la inscripción entre los estadounidenses elegibles para el SNAP fue un 13% superior en las áreas rurales que en las urbanas. Esta disparidad sin duda afecta cómo y especialmente dónde son usados los beneficios del SNAP; según el Omaha World-Herald, “Ligeramente más de la mitad del total de dólares del SNAP son gastados en supermercados como Walmart, el cual no es parte del programa piloto”.

Y aparte de los retos logísticos, una vez conocidos, el programa piloto parece listo para encarar la oposición política de las instituciones que representan a los mercados tradicionales, las que temen que el programa rebaje su margen de beneficios. Tras la revelación de los estados que participarán en el piloto, los minoristas locales que podrían ser afectados condenaron rápidamente la iniciativa del USDA. “Con la desaparición de los supermercados de los barrios de los cinco condados, este programa piloto solo acelerará la tendencia”, refirió Brad Gerstman, portavoz de la Asociación de Supermercados de New York. Por su parte, en Annapolis, Cailey Locklair Tolle, jefa de la Asociación de Empresas Minoristas de Maryland, dijo al Baltimore Sun que ella había recibido diversas llamadas de negocios referidas al programa. “Siempre que uno juega o altera de algún modo los ingresos de un mercado, esto puede generar literalmente un balance negativo muy rápido”, acotó.

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A pesar de estos obstáculos, el mayor desafío podría irónicamente llegar de los participantes previstos, cuyos hábitos pueden resultar difíciles de cambiar. Un estudio de 2012 de la Corporación RAND arrojó algo de luz sobre la idea preconcebida de que el acceso a alimentos saludables, particularmente a frutas y vegetales, se transforma sustancialmente en mejores dietas. El estudio encontró limitadas relaciones entre el ambiente alimentario y el consumo, a raíz de las cuales una mayor disponibilidad de alimentos de calidad puede no superar las preferencias de consumo por la comida chatarra. Y como lo mencioné hace un mes, grandes compañías alimentarias también han buscado aprovechar la coyuntura, ofreciendo más productos con menos contenido graso y sodio, solo para tropezarse con que ellas venden mediocremente. Aunque la compra se ejerza digitalmente, la gente es más proclive a querer lo que siempre ha querido.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Atlantic y en CityLab.com.