Decenas de miles de estadounidenses han celebrado en las calles del país la derrota del presidente Donald Trump como nunca lo habían hecho al menos durante las casi cinco décadas en que he vivido en este país. ¿Por qué? Porque muchos reconocen que, con la victoria electoral de Joe Biden, no se están deshaciendo de un mandatario cualquiera sino de un aspirante a dictador. Celebran el rescate y posible resurgimiento de la democracia. La ocasión es oportuna para sacar las cuentas de cómo se logró. Pero también para advertir, sin ánimo de aguar la fiesta, que el peligro de que se mediatice o se pierda nuestra democracia no ha desaparecido con el repudio mayoritario a Trump.
Cómo se salvó, por ahora, nuestra democracia
"La salvación, por ahora, de nuestra democracia parece un milagro. Pero no lo es. Muchos héroes, en su mayoría anónimos, han contribuido a la hazaña. Que cada uno haga su propia lista. La mía comienza con los principales medios del país...".


La salvación, por ahora, de nuestra democracia parece un milagro. Pero no lo es. Muchos héroes, en su mayoría anónimos, han contribuido a la hazaña. Que cada uno haga su propia lista. La mía comienza con los principales medios del país, esos que durante largo tiempo se han ganado el prestigio del que gozan, como los diarios The New York Times, The Washington Post y The Guardian, en su edición estadounidense; y cadenas noticiosas como CNN y MSNBC. No fueron infalibles, desde luego. Nunca lo han sido. Nunca lo serán. Pero, en conjunto, no desmayaron en la denuncia documentada y contundente de los abusos de poder y corrupción de Trump y su entorno a riesgo de perder el patrocinio de simpatizantes del presidente y sufrir las diatribas y presiones suyas y de sus cómplices asalariados.
Gracias principalmente a esos y otros medios, la mayoría de los estadounidenses superó la avalancha de propaganda falaz que emanaba de la Casa Blanca y otros medios que con oportunismo se prestaron a la manipulación, como la cadena Fox, el diario amarillista New York Post y otros adefesios por el estilo.
Los votantes, por consiguiente, también figuran de forma prominente en mi lista de héroes. Además de las campañas diseñadas para lavar cerebros, superaron otra para suprimir votos e intimidar a electores. Superaron asimismo el uso indebido y seguramente ilegal de la maquinaria del gobierno federal para promover la candidatura del presidente a la reelección. Superaron las maniobras de Louis DeJoy, el comisionado general de correos designado por Trump hace escasos meses, para boicotear la entrega de boletas electorales. Superaron las manipulaciones siniestras de Bill Barr, el mayor bribón que ha ocupado la secretaría de justicia desde la presidencia de Richard Nixon. Y superaron a los jefes policiales y militares que se prestaron para reprimir manifestaciones pacíficas contra los atropellos de Trump y los racistas que el mandatario siempre alentó.
A pesar de la proeza electoral, nuestra democracia continúa bajo asedio. Con su comportamiento caudillista, Trump enseñó el camino a seguir a futuros autócratas. Pasa por la despiadada manipulación de los temores, inseguridades y bajas pasiones de muchos estadounidenses, características muy humanas, demasiado humanas, que no habían resultado tan peligrosas para la convivencia civilizada en el país desde la lucha por los derechos civiles en los anos 1960. El presidente descarriado demostró cómo el odio, la desconfianza, la ignorancia y los prejuicios atávicos – contra las minorías étnicas y religiosas, los inmigrantes, las personas LGTB, los periodistas e intelectuales, entre otros - pueden convertirse en armas arrojadizas para dividir al país y manipular a millones de ciudadanos, con el fin de sacrificarlos a todos en el altar de su narcisismo. Nada nuevo en la historia universal de la infamia. Pero algo ciertamente novedoso en la historia contemporánea de Estados Unidos, nación que siempre se había preciado de ser un dechado de la democracia - hasta que Trump mostró sus intenciones tiránicas, aliándose estrechamente con dictadores impresentables, cuyo férreo control sobre sus pueblos envidiaba y codiciaba.
El daño que Trump y sus secuaces han hecho al país es enorme. El trumpismo ni siquiera ha terminado. Pero aún es posible revertir el menoscabo de nuestra democracia y convivencia pacífica. Ese esfuerzo debería comenzar por el reconocimiento por parte del presidente electo, Joe Biden, y la vicepresidenta electa, Kamala Harris, de que su mandato no es absoluto, como atestiguan los 70 millones de votos que recibió el presidente descarriado. Biden, Harris y los futuros líderes de Estados Unidos deberían gobernar con moderación, soslayando los extremismos que fomentan los radicales que militan en los principales partidos del país.
Con la brújula política enfilada hacia el centro, el binomio demócrata debería hacer todo lo humanamente posible por frenar la pandemia de coronavirus que ha degenerado en la mayor amenaza para la seguridad nacional debido a la ineptitud de Trump y su gobierno. También debería revertir las decisiones insensatas y crueles del actual mandatario, como su implacable persecución a los inmigrantes y su desdén por nuestro medio ambiente. Debería combatir el racismo y promover la participación de los estadounidenses en los asuntos de la república, expandiendo, en lugar de suprimir, la inscripción para votar. Y debería abstenerse de hacer guiños y concesiones unilaterales a tiranos y dictaduras, sean estos del sesgo ideológico que sean.
La mayoría de los estadounidenses hemos salvado nuestra democracia no solo para nosotros, sino también para aquellos que votaron por Trump. Es, sin duda, motivo para festejar. Pero no para dormirse en los laureles. Vendrán nuevos embates de ego maníacos como Trump. Puede incluso que enfrentemos a autócratas más competentes que el presidente descarriado. La única forma de frenarlos a tiempo consistirá en vigilar, mejorar y defender permanentemente las instituciones de nuestra entrañable democracia.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







