ORLANDO, Florida.- Florida presume tener al menos 1,000 manantiales de agua dulce, más que cualquier otro estado del país. Pero detrás de ese récord hay una realidad alarmante: todos, excepto cuatro, están contaminados. La cifra incluye a los 30 manantiales de “primer magnitud”, aquellos que descargan más de 65 millones de galones de agua al día, lo que los convierte en pilares del ecosistema y en una fuente vital de agua potable para millones de personas.
Solo 4 manantiales de Florida siguen limpios: la mayoría está contaminada y en riesgo
La agricultura y los fertilizantes provocan algas que sofocan la vida en los manantiales de Florida. El cambio climático altera lluvias y saliniza manantiales costeros, amenazando su biodiversidad única.

El origen de este deterioro está en el acuífero de Florida, un reservorio subterráneo de unos 250,000 kilómetros cuadrados que abastece al 90% de la población. Su naturaleza porosa permite que millones de galones emerjan en la superficie, creando los manantiales que alimentan ríos y sostienen una biodiversidad única. Sin embargo, esa misma característica facilita que contaminantes como fertilizantes, residuos de ganado y aguas residuales se filtren con facilidad.
“Tenemos demasiada contaminación entrando al suelo y demasiada agua saliendo del acuífero”, explicó a AP el director del Florida Springs Council, Ryan Smart. “La consecuencia son manantiales que ya no son azules, ni vibrantes, ni llenos de vida, sino cubiertos de algas”.
La agricultura es uno de los principales factores de este problema. El uso excesivo de fertilizantes con nitrógeno y fosfatos provoca floraciones de algas que sofocan los ecosistemas acuáticos. Cuando estas algas cubren el fondo, las praderas de pasto marino, llamadas los “bosques del agua”, mueren, arrastrando consigo a peces, moluscos y aves que dependen de ellas.
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El desarrollo urbano acelerado agrava la contaminación de manatiales
Florida recibe alrededor de 1,000 nuevos residentes cada día, lo que se traduce en más viviendas, carreteras y centros comerciales. Cada superficie pavimentada reduce la capacidad de la lluvia para recargar el acuífero y multiplica el escurrimiento de contaminantes hacia los manantiales. Al mismo tiempo, la demanda de agua para consumo humano y actividades recreativas, como el nado, la pesca y el tubing, ejerce una presión adicional sobre un recurso ya comprometido.
“Los permisos de extracción que se están otorgando no son sostenibles”, advirtió Dennis Jones, exlegislador estatal y defensor de la protección de los manantiales. “El acuífero no es una fuente infinita. Estamos consumiendo más de lo que la naturaleza puede reponer”.
El cambio climático añade una amenaza silenciosa. La variabilidad en las lluvias altera el equilibrio que alimenta a los manantiales, mientras que el aumento del nivel del mar empuja agua salada hacia los manantiales costeros, volviendo inviables a muchas especies de agua dulce.
A pesar de que el estado destina $ 50 millones anuales a proyectos de restauración, las medidas regulatorias más estrictas permanecen estancadas por litigios y presiones políticas. Mientras tanto, empresas embotelladoras pueden extraer millones de galones pagando apenas $115 por un permiso perpetuo.
Para quienes crecieron junto a los manantiales, la contaminación no es solo un problema ambiental, sino también cultural. “Son parte de nuestra identidad y de nuestra infancia”, dijo Michelle Jamesson, voluntaria en programas de monitoreo ciudadano. “Salvarlos no es opcional: es una obligación con las generaciones futuras”.
Con información de AP.



















