Las madres son el primer modelo de mujer que toda hija tiene. Uno las admira, las imita, se pone sus ropas y frente al espejo, nos adivinamos en sus gestos y sus ademanes. Más tarde, nos peleamos por esas cosas que no son sólo más que el reflejo de nosotras mismas. Hoy, que mi mamá ya no está físicamente, porque sigue viva en mí, furiosamente viva en mí, quiero contarles aquellas cosas y consejos sobre maternidad que aprendí de mi madre, Sara Fernández, para el mundo; abu y leli, para mis hijas; simplemente mamá, para mí.
Consejos sobre maternidad que aprendí de mi madre

La incondicionalidad
Ser incondicionales con los hijos cuando son pequeños y dependen absolutamente de nosotros surge naturalmente. Ese pequeño ser demanda nuestra atención, nuestros esmerados cuidados, prácticamente todo el tiempo. Mi madre fue incondicional conmigo hasta sus últimos momentos, aún en la despedida, cuando le rogué que no se fuera, porque aún la necesitaba.
Fue incondicional en las madrugadas, cuando yo la llamaba porque mi hija mayor tenía fiebre y todos mis temores de madre primeriza se adueñaban de mi como demonios desatados. Fue incondicional cuando yo me lancé con mi proyecto de una revista barrial, y ella, con sus sesenta años, las repartía puerta a puerta, por una de las veredas de la calle, mientras yo hacía lo mismo por la otra. Fue incondicional, en su orgullo por mi; en sus enojos conmigo y en sus manos extendidas, las manos de una mujer trabajadora y luchadora.
La pasión
Una de las cosas que más admiro de mi madre es esa pasión arrolladora con la que encaraba todo, aún en sus momentos de mayor tristeza y derrota, porque los tuvo, como los tenemos todos los mortales. Esa pasión por su trabajo de chef; esa pasión por el teatro y el cine; esa pasión por los juegos con sus nietas, tirada en el piso, dejando que mis hijas le embadurnaran toda la cara y le hicieran los mil y un peinados locos.

La alegría
Porque Sarita era alegre. Le gustaba la música y el baile; disfrutaba de las grandes reuniones familiares; le gustaba hacer gimnasia y yoga, y se enorgullecía de la elongación de la que era capaz.
La sensibilidad
Se permitía llorar frente a una película que le tocara el corazón; no soportaba ver a mi perro Max, negrito para ella, atado para que no moleste, en una fiesta familiar.
La solidaridad
Porque corría cuando alguien la necesitaba, sin importar la hora y el motivo; porque era capaz de ayudar a quien la hubiera lastimado, en busca de un bien mayor.
Y yo tengo un poco de todas esas cosas; la amé con la misma pasión con que la peleé en mis años rebeldes de adolescencia y aún en algunos de la adultez. La evoco permanentemente porque es una manera de homenajearla; es una manera de mantener vivo sus recuerdos en mis hijas, como cuando la más chiquita me dice: "¿Te acordás mami, como le agarraba los pelos a la abu, en la calesita, porque tenía miedo de caerme?". Y nos reímos las dos. Tal vez, debería decir las tres. Porque está. Sigue estando. Como dije antes, furiosamente viva en mis recuerdos, que también son los recuerdos de mis hijas y de mi hermana.
Mientras la busco en una nube pasajera, sonriendo cómplice, como lo fue siempre, te invito a que compartas conmigo, aquí en EntrePadres, las cosas de la maternidad que aprendiste de tu madre.









