La recomendación principal de la Organización Mundial de la Salud para combatir el coronavirus es el lavado frecuente y correcto de manos con agua y jabón, pero esta acción que hoy parece tan natural tiene una historia oscura que te hará apreciarla aun más.
La triste historia detrás del primer médico que recomendó lavarse las manos


La Revista Chilena de Infectología explica que en 1847 el obstetra de origen húngaro, Ignaz Semmelweis, fue el primero en proponer el lavado de manos para evitar la diseminación de agentes infecciosos en los hospitales.
Semmelweis utilizó los descubrimientos realizados por Luis Pasteur y Joseph Lister en los campos de bacteriología para promover la idea de un método antiséptico y de asepsia que redujo la mortalidad por virus, bacterias y otros patógenos peligrosos.
Aunque hoy es un método obligatorio en todos los hospitales de todo el mundo, sus colegas se burlaron de él, pues argumentaban que no era posible que existieran organismos tan pequeños como las bacterias en superficies.

Él argumentaba que al menos 40% de las mujeres embarazadas que entraban al Hospital General de Viena desarrollaban fiebre puerperal y morían, pero que esta enfermedad era menos recurrente en las embarazadas que daban a luz con parteras.

El doctor Ignaz descubrió que la razón de esta enfermedad se debía a que los doctores del hospital que atendían partos también hacían disecciones de cadáveres, mientras que las parteras nunca tocaban los cuerpos de personas muertas. Dedujo que los dedos se contaminaban de microorganismos transmisibles por contacto físico.

En el hospital colocó cubetas con agua con cal clorada y le pidió a sus compañeros que antes de realizar un parto se lavaran las manos con la solución. Este pequeño cambio redujo la taza de mortalidad de mujeres post-alumbramiento en un 1%, sin embargo, y a pesar la efectividad demostrada, sus compañeros se negaban a realizarlo y lo llamaron loco.
Después de un tiempo, el doctor fue diagnosticado con depresión y fue internado en un hospital psiquiátrico. A los 47 años y en el hospital, se inyectó el contenido de una necropsia para probar su teoría y murió al poco tiempo. De acuerdo con la revista, existe la teoría de que fue asesinado por un grupo de doctores rivales.
Así concluyó la vida de un hombre cuyo aporte salvó millones de vidas décadas después de su descubrimiento y que ahora se utiliza como herramienta principal en la lucha contra pandemias como la del coronavirus.
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