Cuando Joe Colombo se enteró de que Paramount Pictures planeaba llevar a la gran pantalla el bestseller de Mario Puzo, El Padrino, no dudó en concentrar los esfuerzos de la Liga de derechos civiles italoamericanos en boicotear la producción. Ya había logrado remover un comercial supuestamente racista de Alka-Seltzer y estaba presionado para que no se usara la palabra “mafia” en The F.B.I., un show televisivo de ABC.
Recordamos el día en que la mafia protestó contra El Padrino

Decía querer acabar con los estereotipos raciales contra los ciudadanos italoamericanos, una causa noble y justa si Colombo no hubiera sido uno de los jefes de una de las Cinco familias de la Cosa Nostra en Nueva York. En términos más simple. Joe era un mafioso. Uno de verdad.
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Las amenazas contra El Padrino

La liga actuó de inmediato. Los actores y demás involucrados en la producción de El Padrino recibieron amenazas por parte de Colombo y su movimiento, apoyado por cerca de 45 mil descendientes de italianos. En Paramount y Gulf & Western el miedo también se hizo sentir con amenazas de bomba que obligaron a evacuar los edificios en dos ocasiones.
Pero Al Ruddy, el productor de la cinta, parece haberlo tenido más duro: las ventanas de su coche fueron destrozadas, recibía llamadas amenazantes en su oficina y aseguraba que era seguido por coches extraños. Aunque Colombo dijo no tener nada que ver con esto, Ruddy cedió. Su película estaba en peligro. Era momento de negociar.
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Una oferta que no pudo rechazar
A principios de 1971, Ruddy se reunió por primera vez con Colombo en el hotel Park Sheraton, conocido por ser el escenario de la muerte de Albert Anastasia, otro mafioso.
Como una buena película de crimen, Colombo estaba en la barbería. Para Ruddy fue una reunión tranquila en la que explicó que la cinta no iba en contra de la comunidad italoamericana, ni mucho menos buscaba reforzar estereotipos. Dudoso, Colombo pidió una segunda reunión, esta vez en la oficina del cineasta para leer el guión.
El mafioso se hizo acompañar de su hijo Anthony y de sus guardaespaldas. A penas iba por la segunda página del libreto, cuando empezó a tener problemas con el lenguaje cinematográfico. No lo terminó. De inmediato exigió que los términos mafia o Cosa Nostra no fueran pronunciados en el filme. El productor, consciente de que solo se decía «mafia» una vez, dijo que no había problemas.
Colombo tuvo una segunda petición: que los fondos recaudados durante la premiere le fueran entregados a la liga para que siguiera su lucha. Ruddy accedió, aunque sabía que no estaba en sus manos tomar tal decisión.
El beso del anillo pudo ir de perlas, pero entonces Colombo pidió un tercer deseo: que el productor le acompañara junto a la liga en una rueda de prensa para aclarar que no había problema alguna con El Padrino.
Despedido, muerte y armado
Ruddy accedió a la última petición, pensando que se trataría de algo pequeño. Para su sorpresa, el día de la conferencia acudieron todos los medios de comunicación que pudo haberse imaginado.
Los titulares no se hicieron esperar. Hollywood había pactado con la mafia. Los de Paramount se arrancaron de los pelos al leer aquella historia y Ruddy fue despedido por su osadía.
Francis Ford Coppola intervino. Dijo que no seguiría rodando la película sin Ruddy como productor porque, después de todo, se lo merecía: había puesto su seguridad y la de su familia en riesgo para sacar adelante la película. En Paramount no les quedó de otra que acceder.

Para «suerte» del productor, Colombo fue herido a tiros meses después en otra rueda de prensa. Quedó en coma y murió a los siete años. Aunque nunca se aclaró el hecho, se dice fue una orden de Joe Gallo, su rival mafioso que acababa de salir de prisión.
«Suerte» porque Paramount se negó a entregar el dinero de la premiere a la mafia. Eso era algo por lo que Ruddy tenía que responder. Para su sorpresa, las nuevas caras de la mafia parecían ser más «relajadas». No exigieron el pago de la deuda, sino poder ver la película en una presentación especial en Nueva York. Cientos de mafiosos acudieron y Ruddy se vio forzado a «animar» el show.
Con el temor vibrando en su cuerpo, Ruddy escuchó los aplausos y recibió el beneplácito de los asistentes. Al igual que al resto del mundo, la mafia estaba complacida con la película. El productor estaba a salvo. Ya no tendría que usar la .45 automática que ocultaba en su escritorio.
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