Desde que Hugh Jackman anunció su retiro del icónico papel de Wolverine, el que interpretó por casi dos décadas y en una decena de apariciones en la franquicia X-Men, todo el mundo comenzó a especular y fantasear con posibles sucesores.

Probablemente todos recuerden la escena de la iglesia de Kingsman: The Secret Service, una secuencia memorable que se podría decir es el corazón de la película, ya que encapsula sus mejores elementos y sus grandes méritos: visualmente espectacular, técnicamente asombrosa, estilizadamente violenta, original y entretenida.

El director británico Matthew Vaughn, que comenzó produciendo un par de películas de Guy Ritchie para luego hacer su propio thriller de acción policial —Layer Cake, 2004—, se inició en las adaptaciones de cómics nada menos que con X-Men: First Class, la película considerada como la responsable de impulsar y revitalizar la popular saga en su período post Bryan Singer.

“Bonnie… una heroína octogenaria de ultratumba como cualquier otra”.

Como es habitual en estos tiempos, y más si se trata de la adaptación de un cómic, Kingsman: The Secret Service se hizo con un ojo ya mirando hacia una posible secuela, si es que la película tenía un buen desempeño en la taquilla.

En sus inicios, con el éxito de Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998), y también de Snatch (2000), Guy Ritchie se ganó la reputación de ser la respuesta británica a Quentin Tarantino.