Cómo perder la autoestima nacional en 90 minutos

Así como al minuto 59, ya con cuatro goles en contra, los mexicanos que habían abarrotado el estadio en Santa Clara, California, fueron desalojando el inmueble; en México, la gente fue apagando los televisores. Ponerle off al control remoto era alejarse de la masacre. Evasión. Fuga. La cancelación instantánea de las ilusiones.
Antes de eso, los espectadores, siempre con el grito lastimoso de guerra contra el portero de la otra escuadra, no se lo callaron: sólo lo invirtieron y se lo obsequiaron al antes ídolo que en cosa de minutos se volvió el villano favorito, Paco Memo Ochoa.
Mejor hacemos como si no hubiera existido ese partido. Sí, así amanecimos en México, en el Día del Padre, con el cielo nublado y el viento fresco, sin mirarnos mucho a los ojos, esperando que el otro no ponga el tema enfrente, que no provoque la conversación que llevará a la humillación compartida, inexplicable, dolorosa.
En todo caso le abrimos la ventana a las bromas. Así nos gusta en México: en el país donde la muerte es folclor, el dolor se expresa a través de memes.
Uno tras otro, con la peor goleada de la historia de la selección tricolor ya en la estadística, el Facebook y el Twitter transitan de muro de los lamentos a acto masivo de catarsis: todos los posibles y consabidos albures alrededor del doble sentido de la palabra chile, del eeeeh-putos al eeeeh-liminados, más la recuperación de memes aplicados a otros temas a los que se les dio el eficaz giro para transitar por la desgracia.
Chile, el país con nombre de albur, fue el verdugo. México, el país de los hinchas orgullosos, se entregó.
Siete maneras de quitarse el orgullo
De acuerdo con la numerología, el siete es el signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia y la sabiduría. Es el número del intelecto, el idealismo y la represión. En el caso de este 7-0 (sí, nomás nombrarlo es como asemejarse a las mascotas que se lamen sus propias heridas), la semántica se inclinó exclusivamente a la represión: el sueño nacional perforado siete veces hasta quedar aniquilado.
Para Pitágoras era el número perfecto. Para Hipócrates, el siete “es el dispensador de la vida y la fuente de todos los cambios, pues incluso la luna cambia de fase cada siete días: este número influye en todos los seres sublimes”.
Trasladado a la cancha, sí, uno puede transitar de las 7 maravillas (Ochoa, Guardado, Layún, Herrera, Lozano, Corona y Chícharo) a los 7 pecados capitales (Ochoa, Guardado, Layún, Herrera, Lozano, Corona y Chícharo) en unos cuantos minutos. Proyectado al sentir nacional, el siete será el número de la daga mortal que se clavó a la autoestima de todo un pueblo un sábado 18 de junio.
“Chile arrolla a México”, titula el diario El País a la masacre del Levi’s Stadium, donde casi todas las gradas eran una marea verde. Y de todas maneras Chile “se antojaba un tropa numerosísima a la que se oponían apenas un par de futbolistas en una batalla clamorosamente desigual.
"Chile lo hacía todo bien y México lo hacía todo mal…”. Antes de ayer, sí, México sumaba 23 partidos sin conocer derrota. Lejos de las sutilezas, como para recordar que los fantasmas nacionales siempre reaparecen como visión de los vencidoel siete es el signoel siete es el signos, la caída llegó con estrépito.
A lo mejor nos conviene cultivar la petanka, el cricket o el badmington como nuevos deportes nacionales, algo que no atraiga a las masas, genere tantas pasiones y alcance las primeras planas de los diarios, porque esta cosa llamada fútbol insiste en salpicarnos tristezas. Y de esas ya no necesitamos.
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