¿Una invasión militar estadounidense a Venezuela? Digamos que no

“A pesar del deseo casi universal de acabar con el desastre provocado por el gobierno de Venezuela, enviar fuerzas estadounidenses para eliminar a Nicolás Maduro y su régimen sería contraproducente. El presidente interino Juan Guaidó y su equipo, por no mencionar a la Administración Trump, deberían rechazar categórica y explícitamente esa posibilidad”.

Las tropas de Estados Unidos derriban una estatua de Sadam Hussein en Baghdad, en abril de 2001.
Las tropas de Estados Unidos derriban una estatua de Sadam Hussein en Baghdad, en abril de 2001.
Imagen Goran Tomasevic/Reuters

Los acontecimientos en Venezuela están sucediendo a una velocidad vertiginosa. Hace solo un mes, Nicolás Maduro tomó posesión del cargo por otro período presidencial, lo cual fue el resultado de las elecciones amañadas que se realizaron en mayo del año pasado.

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Más de cincuenta países y la gran mayoría de los venezolanos rechazaron su elección como ilegítima. Hace apenas diez días, el líder opositor y víctima de tortura, Leopoldo López, actualmente en prisión domiciliaria, y sus compatriotas pusieron en marcha una táctica respaldada por la constitución para instalar un presidente interino legítimo, Juan Guaidó, ofreciéndoles a 28 millones de venezolanos, hambrientos y sufridos su mejor oportunidad en 20 años de librarse del flagelo del chavismo.

Pero para algunos, tanto dentro como fuera de Venezuela, los acontecimientos no están sucediendo lo suficientemente rápido.

Claman o abogan silenciosamente por una invasión militar estadounidense a Venezuela similar a la operación Causa Justa en 1989 mediante la cual se derrocó y se llevó esposado ante la justicia estadounidense al dictador panameño Manuel Noriega. Posteriormente, a Noriega se le juzgó y condenó por tráfico de drogas, y luego pasó un tiempo en Francia antes de enviársele de regreso a Panamá en 2011, ya para ese entonces siendo un anciano irrelevante que murió en prisión seis años después. La mayoría, aunque ciertamente no todos, los observadores estadounidenses, europeos, latinos e incluso panameños analizan ese episodio ahora en retrospectiva y consideran que fue un uso prudente de la fuerza limitada para restablecer la democracia y los derechos humanos en un país amigo y obligar a un tirano a enfrentar la justicia.

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Por lo tanto, es comprensible que exista el deseo de un fin militar cinético a esta prolongada tragedia de dos décadas en Venezuela. Pero sería completamente contraproducente y el presidente interino Juan Guaidó y su equipo, por no mencionar a la Administración Trump, deberían rechazarlo categórica y explícitamente.

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¿Por qué? Permítanme enumerar los motivos.

Venezuela no es Panamá. Estados Unidos tenía su Cuartel General del Comando Sur en Panamá en 1989. Esto sirvió como una importante base de operaciones logísticas y de inteligencia para los paracaidistas y otras tropas que se enviaron para derrocar a Noriega. Además, el presidente Bush tenía apoyo bipartidista en el Congreso y solo dio la orden de invadir después de que Noriega pronunció un discurso en el que prometió que “los cuerpos de los estadounidenses flotarán por el Canal”. Un día después, sus tropas mataron a un miembro del ejército estadounidense, el teniente Robert Paz. Ninguna de estas amenazas o condiciones existen en Venezuela.

El pasado es el prólogo. Antes de Panamá, Estados Unidos tuvo un largo historial de intervenciones militares en la región, más recientemente en el contexto de una guerra indirecta en Centroamérica, durante la Guerra Fría, con la antigua Unión Soviética y su estado vasallo, Cuba. Aunque las tropas salvadoreñas y hondureñas respaldadas por Estados Unidos y los Contras nicaragüenses ganaron las batallas tácticas, y la Unión Soviética perdió la Guerra Fría, Estados Unidos sufrió una tremenda pérdida de prestigio durante décadas, como resultado de haber fracasado involuntariamente en su intento de vigilar a sus socios anticomunistas. Los últimos 25 años de supervisión del Congreso estadounidense y la intensa instrucción en materia de derechos humanos que se incorporó en el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida muestran que varios gobiernos republicanos y demócratas han resultado ser legisladores autocorrectivos. Pero los viejos prejuicios son difíciles de olvidar en una región donde los recuerdos son persistentemente obstinados. Una invasión estadounidense ahora validaría las predicciones de Vladimir Putin y Nicolás Maduro. Les daría a los profesores antiestadounidenses en las universidades públicas de todo el hemisferio la posibilidad de decirles a sus jóvenes estudiantes, “Se los dije, se los dije”. Y cuando la distribución de la ayuda humanitaria se reduzca, o cuando los estadounidenses se la entreguen involuntariamente a un vecindario chavista en lugar de un vecindario de la oposición, ellos —los soldados estadounidenses— se convertirán en los malos de la noche a la mañana.

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No todo problema es un clavo; afortunadamente, tenemos más herramientas que solo martillos. Lo más importante es que el peligro para Estados Unidos no es ni claro ni inminente para justificar una invasión. Durante 20 años el chavismo no ha afectado de forma directa la prosperidad y la seguridad estadounidenses. Aunque es devastador para los venezolanos comunes y corrientes, para los estadounidenses, y hasta hace poco para la mayoría de los vecinos de Venezuela, el bolivarianismo del siglo XXI parecía más una enfermedad crónica y molesta que un ataque cardíaco fatal inminente. De hecho, el reciente debilitamiento del régimen muestra que las sanciones bilaterales y multilaterales, la presión internacional, el descontento popular y una oposición genuinamente democrática y unida momentáneamente desde el interior han debilitado las células cancerosas del chavismo. El tratamiento está funcionando. Ahora no es el momento para que Estados Unidos se cuele en la habitación del paciente Maduro y lo asfixie con una almohada para ponerle fin a su sufrimiento. Se convertiría en otro ícono de la izquierda como Allende en Chile o Jacobo Árbenz en Guatemala, y Estados Unidos sería condenado en el tribunal de la opinión pública latinoamericana como un asesino egoísta y entrometido.

La analogía de "si lo rompes, lo compras": El exsecretario de Estado, Colin Powell, reconoció célebremente que “si lo rompes, lo compras”. El ejército más grande, más eficiente y poderoso del mundo es muy bueno rompiendo cosas. Pero Estados Unidos, como gobierno, no desarrolla la Fase IV ni las operaciones posteriores al conflicto. En Iraq, Libia, Afganistán e incluso en Panamá, después de que se disipó la euforia de ver el fin de los malos, quienes fueron liberados de la opresión dictatorial por las fuerzas estadounidenses invasoras no las percibieron uniformemente como salvadoras.

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Este fue el caso en Irak. El costo en sangre y tesoro de los Estados Unidos, sin mencionar los miles de vidas iraquíes perdidas, ha sido significativo y condujo a la guerra más larga en la historia de los Estados Unidos. Los 'neocons' de Bush 43, que coincidentemente incluyen a John Bolton, el Asesor de Seguridad Nacional de Trump, y al Enviado Especial de Venezuela, Elliott Abrams - calcularon mal la amenaza de armas de destrucción masiva y la enormidad de la tarea de reconstrucción.

Guaidó, los líderes de la coalición política anti-Maduro como Leopoldo López, Juan Guaidó y su emisario radicado en Washington DC, el muy competente Carlos Vecchio, deben juzgar cuidadosamente si realmente quieren pedirle al Tío Sam que entre y rompa la vajilla del Palacio de Miraflores ... porque también “quedarán como responsables” para la posteridad.

Como yo y muchos otros hemos dicho anteriormente, tanto los líderes de la oposición democrática de Venezuela, como Estados Unidos, como el Grupo de Lima, deben elogiarse por los esfuerzos multilaterales que han hecho hasta el momento para destituir a Nicolás Maduro de forma pacífica y constitucional. Los venezolanos dentro de Venezuela —no en Miami ni en Washington DC— marchan a la vanguardia, como debe ser. Lo último que Donald Trump o Juan Guaidó necesitan en este momento es ceder ante la presión miope de unos pocos que no han aprendido de la historia y piensan que una invasión estadounidense es la panacea para el problema de Venezuela.

Como quizás diría George H. W. Bush, tal vez el más desconfiado de todos los presidentes recientes con respecto a los asuntos exteriores y el manejo del fin de la Guerra Fría: “No lo hagas. No sería prudente”.

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Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.