Quien ha emigrado lo puede advertir como nadie . Más fuerte que el estruendo de los bombazos, allende la espectacularidad psicopática de Putin y de las impotentes sanciones de Occidente, más allá de las caídas de la bolsa de valores y de la paralización mundial que ha significado esta nueva guerra, atestiguada en vivo y comentada por miles de millones como nunca antes, hay una tragedia que es la crucial, la que parte la vida, y que es incluso más importante que el destino de la nación ucraniana: la escisión de un país que deja a unos por y a otros, aún adentro, exiliados en su propio terruño.
Ucranianos sin nombre
"Todos los que hemos sufrido el saqueo violento de nuestra cultura conocemos la soledad que debe estar sintiendo en este momento un ucraniano. Un pueblo que ha recibido la palabra solidaria de la gran mayoría del planeta, pero al que no han llegado poderes y acciones para ayudarle a defenderse de un vecino que ha decidido aplastearle con bota y fuego".

Al ver las filas interminables de carros atestados con los enseres que caben en un auto, con familias tratando de rodar hacia Rumania, las familias con niños en las estaciones de metro tomadas como refugio, la apariencia de desierto que se ve en las calles de algunas ciudades (la ley marcial y la presencia militar rusa incluso en Kiev), los ucranianos que deciden irse caminando hasta Polonia, uno no puede sino pensar en lo que jóvenes, padres y mayores deciden y pueden decidir para su destino y el de sus hijos. Y lo que sienten. Eso que sienten los ciudadanos del mundo, de cualquier parte del mundo, cuando saben que su vida quedará sin referencias.
Algunos se han ido hace semanas para República Checa o Hungría. Otros, la mayoría, no habrá podido o no lo habrá intentado hasta no ver su vida y la de los suyos en peligro. Cada quien toma sus decisiones, pero en ninguna hay más ganancias que pérdidas.
A muchos no le queda opción -económica, logística, emocional- que aguantar en algún sótano de la ciudad hasta que la locura pase y, con rusos o propios en el poder, devolverle la ciudad a sus hijos, apegarse a su historia y convivir con lo que quede, aunque haya sido ultrajado.
A otros les ha tocado desprenderse de todo, salvar la vida a toda costa, transplantarse sin remedio, muchas veces sin idioma y sin dinero, en un país en el que escasamente conoce compatriotas y donde será un perfecto desconocido para sus calles y gentes.
Pocas tragedias pueden pasarle a un ser humano vivo como la de ser execrado, a la fuerza o por las circunstancias, de su propio lugar de nacimiento. Nadie quiere quedarse sin lo suyo, sin lo que le es familiar, sin la tierra que le dio sus primeros afectos.
Solo la sobrevivencia o los hijos le dan el ánimo a un emigrante para salir a ganarse una vida de nuevo, cargando con la herida de un pasado que ha sido desprendido repentinamente una madrugada o una mañana con el sonido de misiles.
Pero a veces toca. Irse por unas semanas, unos meses, o para siempre. Asumir que la vida ha quedado a la deriva.
A solo días de conflicto bélico con Rusia, la estampida apenas comienza, pero algunos cálculos hablan ya de al menos cien mil ucranianos que tuvieron que abandonar su tierra.
Los ciudadanos del mundo observamos impávidos la impunidad con la que un régimen oprobioso como el de Putin aplasta a una cultura de centurias sólo para impedir que los modos culturales de occidente, en los que priven las libertades, el poder de los ciudadanos y la paz, no se siga expandiendo.
Y Occidente, aún con fuerte sanciones, decidiendo quedarse de brazos cruzados, estimando que puede ser aún peor reaccionar a la guerra.
Todos los que hemos sufrido el saqueo violento de nuestra cultura conocemos la soledad que debe estar sintiendo en este momento un ucraniano . Un pueblo que ha recibido la palabra solidaria de la gran mayoría del planeta, pero al que no han llegado poderes y acciones para ayudarle a defenderse de un vecino que ha decidido aplastarle con bota y fuego.
Es en ese hombre y en esa mujer, en ese niño y en ese viejo, cuyo destino ha quedado truncado y al azar de la providencia, en que los que nos tocó emigrar pensamos hoy al mirar los ataques por aire, mar y tierra, al ver los edificios destruidos, conocer los números de bajas y el inspirador, aún en la derrota, ejemplo y discurso de Volodymyr Zelenskyy, el mandatario ucraniano que ha mostrado una bárbara humildad y firmeza, realismo y coraje, en esta hora compleja.
Es en ese ucraniano del que no sabemos el nombre, pero del que sabemos su soledad, en quien es preciso pensar, tender la mano donde nos toque, alzar la voz y saludar con afecto. Su tragedia es la nuestra, la misma por la que ha pasado toda la gesta humana mientras la civilización no llega a su comarca.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.








