Aún permanecen en mi memoria las imágenes de continuos grupos de personas caminando junto a la carretera a lo largo de la costa de la plácida isla de Lesbos.
Respuesta humanitaria a la crisis de refugiados en Europa
“Se está desarrollando en el Viejo Continente una miopía de instintos primarios grupales y territoriales que está levantando barreras a congéneres que vienen buscando una vida más digna desde otras latitudes”.


Acababan de alcanzar la costa y se dirigían hacia el centro de registro de Moria con el deseo de conseguir el documento que les permitiera viajar hasta Atenas y allí proseguir el camino que cerca de un millón de migrantes estaba realizando hacia Europa.
Al pasar junto al vehículo en el que el equipo de sanitarios cargábamos los medicamentos nos preguntaban por la dirección a seguir. Se dirigían a nosotros con expresiones de cansancio y agotamiento tras una larga ruta que para la mayoría había comenzado varias semanas antes, huyendo de las atrocidades de la guerra que azota sus países de origen.
Escapan de Siria, pero también de Irak, o Eritrea, escenarios donde la barbarie y el nulo respeto por los derechos más elementales amenazan día a día la supervivencia de gran parte de su población.
Nos pide Bashir si puede ir con nosotros en el coche. Tiene los pies agrietados tras el largo y duro viaje desde Afganistán, de donde partió hace 3 semanas. Una vez en el asiento del vehículo nos comenta que había tenido que huir de Kunduz, su ciudad natal, escapando de los cruentos combates.
Un largo y extenuante viaje, en incómodos y abarrotados vehículos, pocas horas de descanso en insanos alojamientos para dormir, mal alimentados, expuestos a todo tipo de amenazas al cruzar clandestinamente las fronteras y sufriendo abusos y maltrato por las bandas criminales que gestionan un lucrativo negocio.
Resignado nos comenta al bajarse en la entrada del centro de registro que había tenido que vender todas sus pertenencias para reunir los 5,000 dólares que le han pedido por el viaje.
Pero sin duda lo más peligroso de la ruta es el cruce del estrecho que separa la costa turca del norte de la isla griega de Lesbos. Recuerdo las expresiones de miedo tras alcanzar la playa en pequeñas y frágiles embarcaciones neumáticas.
Apiñados, a merced de las olas y de las inclemencias del tiempo, consiguen con fortuna alcanzar la costa. Allí cientos de personas voluntarias, comprometidas, venidas de cualquier parte del mundo por su propia cuenta, junto a los voluntariosos habitantes de pequeñas localidades cercanas, les esperan haciendo señales con reflectantes para guiarles y evitar los acantilados rocosos hasta playas más seguras como las de Scala Sikamineas.
Tras el desembarco, bien organizados, vecinos de la pequeña localidad y voluntarios les proporcionan ropa seca, una manta, una bebida caliente y una sonrisa de cualquier activista que les trasmite su apoyo y su disposición de acogida.
La noche del 27 de octubre de 2015 los equipos sanitarios estábamos de paso por estas playas, nos dirigíamos al puerto cercano de la pequeña localidad de Molyvos, donde Protección Civil nos había avisado para atender a un grupo de náufragos rescatados.
La tragedia se había vuelto a producir y, según nos contaban, un barco de pescadores con unos 280 refugiados se había hundido frente a la costa. Al parecer fue debido al mal estado de la embarcación que no aguantó el fuerte oleaje y la fuerza del viento.
La Guardia Costera rescató a 242 personas —algunas en muy mal estado— a las que atendimos en una sala de un pequeño centro cultural y en una pequeña iglesia ortodoxa improvisando un centro de atención médica.
Un número importante de supervivientes presentaban síntomas de hipotermia tras haber permanecido varias horas en el agua, algunos en malas condiciones con síntomas de ahogamiento tras pasar agua a las vías respiratorias al ser zarandeados por las olas, y la gran mayoría aterrorizados tras la experiencia vivida en medio de la oscuridad en el mar, separados de sus familiares o compañeros de viaje, con la angustia de perdida de vida inminente.
Así nos lo relataban muchos para los que esta experiencia va a suponer un trauma psicológico que no olvidarán a lo largo de sus vidas y que en algunos casos les afectó para poder continuar su viaje.
Mucho peor era el estado emocional de quienes habían perdido a seres queridos en el naufragio. Padres, hijos, hermanos y vecinos desaparecidos esa noche en el mar y que quedarán, en el mejor de los casos si el mar devuelve sus cuerpos, enterrados en una isla para ellos desconocida y lejana.
La mayoría con mejor suerte, llegando sanos a tierra, tras reponer fuerzas se dirigían al centro de registro para cumplir con la burocracia. Se trata de un simple procedimiento pero enlentecido por los escasos funcionarios en relación con la alta demanda.
Recuerdo las caras de incredulidad por la larga espera para conseguir el preciado documento de registro. En interminables filas, a la intemperie, cientos de personas pugnando por no perder el sitio, aguantaban en pésimas condiciones hasta dos días para ser registradas.
Entre ellos crecía el malestar por la falta de cobertura de las necesidades básicas: escasos alojamientos para hacer frente a las condiciones meteorológicas, instalaciones abarrotadas con nulas condiciones de salubridad y limitado acceso a la alimentación.
Las organizaciones humanitarias tratamos de paliar esta situación y desde Médicos del Mundo hemos estado atendiendo cientos de casos diarios con problemas de salud, especialmente a personas en situación de vulnerabilidad. No solo a quienes presentaban problemas físicos, sino también y especialmente a quienes padecían malestar psíquico como consecuencia de haber vivido situaciones de violencia en sus países.
Algunos se atrevían a relatarnos el sufrimiento por amenazas constantes de muerte, por haber sido expulsados de sus casas, arrestados, golpeados, heridos; por haber sido testigos de agresiones o asesinatos y por haber sufrido todo tipo de abusos, o tortura.
Una pareja de jóvenes iraquíes me relataba con tristeza haber dejado en su país al resto de la familia, compañeros, amistades y vecinos. Habian dejado atrás sus pertenencias, su hogar, su medio de vida, su espacio social y su cultura.
Pero tenían la determinación de llegar a un continente donde se proclama la libertad de las personas y se garantiza su seguridad, donde existen unos valores de justicia social, no se discrimina y se respetan las creencias personales.
Más tarde les vi celebrar con un grupo de acompañantes el haber conseguido el preciado documento de registro que les permitía abandonar la isla y tomar un ferri hacia Atenas. No eran conscientes de que aún les quedaba un largo recorrido hasta llegar a países donde no comprenden el idioma, desconocen la cultura y son recibidos en ocasiones como intrusos.
Ellos pudieron conseguir su meta, no así quienes lo intentan ahora tras el reciente cierre de fronteras y la deportación de las nuevas llegadas, argumentando un flujo masivo de migrantes.
Se está desarrollando en el Viejo Continente una miopía de instintos primarios grupales y territoriales que está levantando barreras a congéneres que vienen buscando una vida más digna desde otras latitudes.
Nuestros dirigentes deberían ser conscientes de que Europa no es el único destino de las migraciones mundiales, ni los procesos migratorios son nuevos. Bien al contrario, los movimientos de población son inherentes al desarrollo de las civilizaciones a lo largo de la historia.
Nuestros gobernantes deben cumplir con su deber y garantizar los derechos de las personas solicitantes de asilo así como humanizar los procedimientos legales, administrativos y logísticos a lo largo de las rutas migratorias. Pero sobretodo se deben incrementar las vías legales de acceso a Europa para personas migrantes y en busca de asilo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







