Populismo y prosperidad: Venezuela es hoy el canario en la mina de carbón

¿Cuánto ayuda o perjudica a un país su participación en la economía internacional? ¿Qué tan eficaz es el gobierno ayudando a los menos afortunados de nuestra sociedad? En cierto modo, todas las elecciones son sobre cuestiones como estas. Y mirando alrededor del mundo, estos asuntos parecen estar hoy más que nunca en el centro de atención.
Muchas naciones han considerado con especial énfasis estas cuestiones en sus elecciones recientes. Desde la votación británica sobre el Brexit hasta las elecciones nacionales en Holanda y Francia, los votantes han señalado el nivel de interacción que desean con el resto del mundo. Están determinando cuánto poder ceder a los gobernantes para intervenir en la economía y están decidiendo si expandir el poder del gobierno para imponer impuestos y gastar fondos en un intento (a menudo contraproducente) de aumentar los salarios y el crecimiento económico.
Días atrás Francia tuvo su elección presidencial. Por un margen abrumador, los franceses eligieron a Emmanuel Macron –un líder que rechazó el gobierno socialista en el que sirvió para iniciar un nuevo movimiento político–. Aunque Macron ha pedido un aumento del gasto público para estimular la economía, ahora parece abogar por reducir el gasto público en general, promete fortalecer la Unión Europea y también apoya una reducción del impuesto corporativo.
Macron está también a favor de reducir los impuestos sobre la nómina y buscará contener el desempleo con leyes laborales menos dañinas. Su oponente, en marcado contraste, abogó por el proteccionismo y pidió reducir el valor de la moneda francesa, lo que podría ayudar a las empresas pero hacer que el costo de vida fuera más elevado.
En 2018, México elegirá a su líder para los próximos seis años, y esa campaña ya está poniendo a prueba la conveniencia de las políticas populistas. Andrés Manuel López Obrador –que fue derrotado ya dos veces en su intento de llegar a la presidencia– es un radical que alaba a Fidel Castro con mucha frecuencia, y al que algunos comparan con el venezolano Hugo Chávez. A pesar de su oposición a las reformas energéticas, su fuerte apoyo a los sindicatos más poderosos y su respaldo a un régimen de pensiones generosas, sin mecanismos de financiamiento sólidos, es visto como uno de los favoritos, al menos por ahora. Otro candidato de centroizquierda, Armando Ríos Piter, del “Partido Revolucionario Democrático” (PRD), terminó recientemente una gira de una semana por Washington DC, con una visita y una larga conversación con el senador auto-declarado socialista Bernie Sanders.
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Ignorando la larga historia del socialismo y sus catastróficos resultados –escasez de recursos, hambre y ruina económica–, una mayoría de votantes en Venezuela fue atraída por engañosas promesas de igualdad y equidad. En lugar de recibir los resultados prometidos, los venezolanos han tenido que experimentar una miseria igual para todos, excepto para su élite gobernante.
Millones de personas que sufren los efectos devastadores de las políticas socialistas en Venezuela han salido a protestar en las calles, arriesgando su seguridad personal para derrocar al régimen socialista de Nicolás Maduro. Venezuela es el proverbial canario en la mina de carbón, y los electores del mundo deberían reflexionar sobre las consecuencias de aplicar políticas gubernamentales insostenibles y profundamente defectuosas como las de ese país.
Durante siglos, Estados Unidos ha servido como un faro para el mundo –y como una guía sobre el papel apropiado del gobierno para las naciones que buscan el éxito económico–. Cuando los demagogos y los políticos ambiciosos, en cualquier parte del mundo, buscaban mayor poder, tenían que justificar su argumento de un gobierno más grande y más poderoso. Y sus pueblos sabían que la nación más próspera y exitosa del planeta –Estados Unidos– había elegido un rumbo diferente.
Al proteger los derechos de propiedad del individuo, sus salarios ganados con esfuerzo, su derecho a expresar sus preocupaciones sin temor y permitir la construcción de su propio sueño americano, Estados Unidos se ha convertido en la nación más próspera de la Tierra. Una nación donde todo es posible. Dejando aparte la retórica y la demagogia política, ésta ha sido la clave del éxito estadounidense.
Las preguntas sobre el papel del gobierno, el valor del comercio y las barreras a la interacción con la economía mundial deben ser vistas a través de ese mismo prisma. Cuando los políticos ambiciosos ponen sus prioridades delante de las de los trabajadores y los consumidores a los que se supone que sirven –a través de disposiciones gubernamentales y de intervenciones de compadrazgo– están haciendo a sus naciones menos prósperas y exitosas. Deberían seguir un ejemplo que ha funcionado: el que Estados Unidos ha seguido durante décadas. Esas son las políticas que promueven la prosperidad.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.