La pandemia de coronavirus, que tanto nos está enseñando sobre quienes somos realmente, ha servido para demostrar que estábamos convirtiendo a este país en un muladar. Para muestra un botón: el virtual abandono de los ancianos a su mala suerte. En los últimos días hemos comprobado – a quienes nos interesa el tema, que por lo visto somos pocos – que más de 7,300 han fallecido por el virus en hogares para envejecientes, los cuales de “hogares” probablemente solo tienen el nombre. La cifra corresponde a 19 estados porque los demás, la mayoría, no están llevando la cuenta o se niegan a reportarla so pretexto de respetar la “privacidad” de las víctimas.
Piedad filial, la virtud necesaria para salvar a ancianos
"Por temor al contagio, la mayoría perece en la soledad y solitaria marcha hacia el cementerio, sin el acostumbrado beneficio de un velorio ni la compañía de sus seres queridos. Pero también tienen cierta responsabilidad los funcionarios públicos y algunos gerentes de asilos que no actuaron con suficiente precaución, eficacia y transparencia para proteger a esta población vulnerable".


Solamente la semana pasada la policía halló 70 cadáveres de ancianos en un asilo de Andover, Nueva Jersey, luego que desde allí alguien llamara a la oficina del gobernador para solicitar bolsas destinadas a restos humanos. Justo al día siguiente el New York Times dio cuenta de que 14 asilos han reportado por lo menos 25 ancianos muertos cada uno en Nueva York. Un día después el gobierno estatal de Texas informó de cien muertos en asilos, aunque se negó a revelar cuáles y dónde.
Ese mismo día, es decir, el viernes pasado, el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, cedía a las presiones de activistas cívicos, The Miami Herald y otros medios y comenzaba a revelar la patética situación de decenas de asilos en ese estado, donde todavía no sabemos con exactitud cuántas personas han muerto del virus homicida. Pero sí nos enteramos entonces de que 302 hogares de ancianos y centros de vida asistida en 45 condados floridanos han reportado residentes y personal que dieron positivo. La prensa tuvo que llevar a DeSantis a la corte para que abandonase lo que a todas luces parecía ser un burdo encubrimiento.
La pandemia en sí es la culpable principal de las muertes de miles de personas de edad avanzada, como lo es de tantas otras. Por temor al contagio, la mayoría perece en la soledad y solitaria marcha hacia el cementerio, sin el acostumbrado beneficio de un velorio ni la compañía de sus seres queridos. Pero también tienen cierta responsabilidad los funcionarios públicos y algunos gerentes de asilos que no actuaron con suficiente precaución, eficacia y transparencia para proteger a esta población vulnerable.
Durante la investigación para esta columna, he aprendido que algunos de esos administradores atribuyen parte de la responsabilidad a familiares que rehusaron llevarse a sus hogares a pacientes que corrían mayor peligro en los asilos debido a la cantidad de residentes que en ellos hay y el contacto diario con empleados que vienen y van de sus casas.
Se ha informado, además, que gerentes y médicos de algunos hospitales han sostenido deliberaciones para determinar si se les debe dar prioridad de vida a pacientes jóvenes sobre los viejos en caso de tener que escoger debido a la escasez de equipos para mantenerlos a todos con vida. Que yo sepa, ningún hospital ha reconocido públicamente el haber tomado una decisión definitiva sobre este espinoso dilema.
Sea como fuere, está clarísimo que no atender, cuidar y tratar de salvar las vidas de personas de edad avanzada o discapacitadas, por el mero hecho de serlo, es una forma repulsiva de discriminación. Un acto profundamente inmoral que no solo viola elementales normas éticas sino también leyes estatales y federales. Por eso, cuando superemos la emergencia sanitaria y haya que echar cuentas de lo sucedido, será necesario investigar a fondo cómo se trató a los ancianos en los centros de envejecientes del país y qué hicieron sus propietarios, gerentes y las autoridades para protegerles.
Subyace a la negligencia de los ancianos durante la pandemia la falsa idea de que son prescindibles o “expendable” en inglés. Una falacia que ignora las contribuciones que estas personas hicieron al bien común a lo largo de sus vidas; que muchas continúan aportando al acervo familiar y comunitario; y que desatenderles durante una crisis es una detestable afrenta a la humanidad de todos, especialmente a la de aquellos que la cometen.
El viejo Confucio predicaba el amor y respeto de los hijos y nietos hacia sus padres y abuelos. Piedad filial, le llamaba, expresión que sobrevive como un valor fundamental en diversas culturas asiáticas. La crisis del coronavirus está poniendo a prueba nuestra capacidad como individuos y como miembros de una comunidad para mostrar piedad filial hacia quienes la necesitan para sobrevivir o, por lo menos, para morir con dignidad.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







