El gobierno del presidente Trump aparentemente ha pasado de una estrategia de manejo diario de la pandemia a otra de manejo a largo plazo. Pero lo que se va haciendo evidente es que ha aceptado, y que nos está pidiendo tácitamente que aceptemos, la reapertura de las actividades públicas a cambio de la acumulación indefinida de enfermos y muertos por el coronavirus. Una auténtica catástrofe de proporciones inimaginables que tiene como factores principales, en primer lugar, el mismo virus implacable, y en segundo lugar la ineptitud monumental del gobierno.
Morir por la economía no es solución
"El presidente Trump y sus asesores quieren que sacrifiquemos nuestra salud y si es necesario nuestras vidas en un intento desesperado por reactivar cuanto antes la economía nacional, la cual sufre su mayor desplome desde la Gran Depresión".


Al momento que escribo, más de 40 estados han reanudado parcialmente algunas o muchas de sus actividades públicas y comerciales. El número de casos positivos en el país sobrepasa el millón 330 mil. Y el de muertos está llegando a 80,000. Si exceptuamos a dictaduras que ocultan la verdadera envergadura de la pandemia en los países que controlan, Estados Unidos es con creces el más afectado. Y no es coincidencia ni accidente. El presidente Trump, un gobernante inexperto, visceral y zafio, ha sido incapaz de definir una forma coherente de mitigar el problema y sus efectos devastadores sobre nuestro sistema nacional de salud y de producción. Y su gobierno se ha convertido en un fiel reflejo de su ineptitud.
Durante meses, el gobierno federal se mostró incapaz de suministrar pruebas adecuadas y equipos protectores incluso al personal médico que lucha en primera fila contra la pandemia, para no hablar de respiradores y otros equipos de emergencia para enfermos graves. Al mismo tiempo, Trump se ha negado a respaldar sin ambages las medidas de distanciamiento social que recomendaban los científicos federales, los únicos en el gobierno que han intentado hablar de la pandemia con propiedad y conocimiento de causa a menudo a riesgo de que los callaran, marginaran o destituyeran.
El resultado es que el país se aboca a un callejón sin salida donde solo será posible la propagación del contagio y las muertes sin una esperanza clara de soluciones sanitarias o económicas, pues mientras la pandemia continúe llenando hospitales, paralizando a familias y liquidando vidas valiosas no será posible revivir la economía. Y, sin embargo, habrá que buscar soluciones aun a pesar del gobierno federal y las administraciones estatales que imitan su mal ejemplo de caos y sálvese quien pueda.
El presidente Trump y sus asesores quieren que sacrifiquemos nuestra salud y si es necesario nuestras vidas en un intento desesperado por reactivar cuanto antes la economía nacional, la cual sufre su mayor desplome desde la Gran Depresión. Pero ni siquiera tienen la coherencia de pedírnoslo abiertamente. Su renuencia a plantear con honestidad su estrategia pone de manifiesto la poca confianza que en ella tienen y lo mucho que nos subestiman.
Hay, sin embargo, otra forma mucho más razonable, humanitaria y promisoria de proseguir la lucha contra la pandemia. Los científicos no se cansan de delinearla, incluyendo los del gobierno mismo. Consiste en ampliar el nivel de pruebas confiables de coronavirus, intensificar el rastreo de casos positivos y expacientes que vencieron la enfermedad – para aislar a algunos y poner a otros a trabajar- dar tiempo a que la ciencia desarrolle tratamientos para el mal – por lo menos 10 experimentos estarían listos en pocos meses – y aplicar medidas de higiene y distanciamiento social con uniformidad en los lugares públicos, centros laborales y escuelas que vayan reanudando sus actividades poco a poco.
En conjunto, estas y otras medidas complementarias suministrarían la estrategia que mejores posibilidades ofrece de mitigar el daño sanitario y económico que causa la pandemia en lo que todos esperamos el desarrollo de una vacuna redentora, la cual aún podría demorar entre 12 y 18 meses.
No cabe duda de que incluso una estrategia sensata implicará dolorosos sacrificios por parte de muchos ciudadanos. Entre ellos habrá sacrificios económicos y de libertades individuales que la mayoría de los estadounidenses valoramos. El rastreo de casos positivos, por ejemplo, se hace mediante encuestas, visitas a hogares y consulta de teléfonos móviles, una evidente invasión de privacidad. Millones de personas deberán continuar recibiendo asistencia gubernamental o privada para mantenerse a flote.
Pero ni los científicos ni los políticos que en ellos confían proponen hacer permanentes estas concesiones. Por ley los estadounidenses tenemos derecho a permanecer libres de interferencias gubernamentales injustificadas. Ese derecho no puede conculcarse del todo ni siquiera en estos momentos de emergencia sanitaria. Pero todos tenemos también el deber fundamental de no exponer a nuestros compatriotas, entre los que se encuentran nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo, a un virus potencialmente mortal. Un gobierno responsable y eficaz nos protegería mejor de la pandemia y al mismo tiempo suavizaría el daño que puedan sufrir nuestra economía y nuestros derechos individuales.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







