La trágica historia de América Latina enseña que en nuestros países es mucho más fácil crear y consolidar una dictadura que una democracia. Gracias a una movida audaz y magistral, aunque también riesgosa, los venezolanos se están dando una nueva oportunidad de restablecer la democracia en Venezuela. La decisión de la Asamblea Nacional de juramentar a Juan Guaidó como presidente interino y dar paso a nuevas elecciones libres parece ahora brillante porque se coordinó con países clave que le han brindado su apoyo firme. Ese apoyo no debería flaquear sino aumentar hasta que el tirano usurpador, Nicolás Maduro, reconozca el cambio como inevitable y se aparte o lo aparten de la escena política venezolana.
Maduro para caer
“En la crisis venezolana está en juego la capacidad de las democracias de América Latina y el resto del mundo de rechazar a una dictadura criminal, no por la ideología en nombre de la cual ésta comete sus crímenes, sino precisamente porque los comete y porque esos crímenes son deleznables”.


Los sucesos de Venezuela, aun sin haber llegado a un desenlace satisfactorio, demuestran una vez más que las dictaduras que perduran en Latinoamérica solo parecen fuertes debido a la debilidad de nuestras democracias. Basta que éstas actúen en concierto, con un poco de coherencia y firmeza, para que aquellas se tambaleen y cesen de amenazar y chantajear a sus vecinos con demagogia, subversión y terrorismo. Lamentablemente, el liderazgo democrático latinoamericano a menudo se ha mostrado inseguro y vacilante. La inédita rebelión pacífica en Venezuela le ofrece otra coyuntura para reaccionar con firmeza y coherencia democrática.
Lo primero que debería tener bien claro es que los venezolanos no se han rebelado por una conspiración del “imperio”, como denuncian previsible y falazmente el régimen de Maduro y las dictaduras afines de Cuba y Nicaragua, entre otras. La Asamblea Nacional juramentó a Guaidó como respuesta a la descomposición económica, política, social y moral de Venezuela, de la que solo es responsable el régimen madurista. Fue el resultado del hastío de millones de venezolanos de buena fe con un statu quo intolerable que los ha condenado al desabastecimiento crónico, el hambre y las enfermedades, que les ha dividido con crueldad y que les ha privado de la libertad. Incluso los barrios humildes, aliados tradicionales del chavismo, han participado en la revuelta y constituido las asambleas populares que recomendó Guaidó para debatir los cambios que necesita el país con el fin de evitar una catástrofe aun mayor y salir de su marasmo actual.
En segundo lugar, las democracias latinoamericanas deberían coordinar una estrategia con las europeas y con Estados Unidos, los cuales también han respaldado a la Asamblea Nacional venezolana, para frenar la represión de las fuerzas de seguridad contra civiles desarmados, represión que ha costado ya decenas de vidas y causado cientos de heridos; y para desconocer sin titubeos al régimen usurpador de Maduro y sus representantes. El único poder legítimo en Venezuela, la Asamblea Nacional, designó a Guaidó como líder interino de la nación y hacia él y su gabinete en formación deberían dirigirse las gestiones de las democracias y los recursos económicos y humanitarios que éstas decidan enviar a Venezuela.
Guaidó y la Asamblea han dado a conocer una hoja de ruta razonable que incluye la búsqueda de apoyo diplomático y financiero internacional, el reconocimiento de la OEA y la ONU, las manifestaciones populares y el compromiso con elecciones libres y democráticas. Implementar esta hoja de ruta tomará semanas o meses, no unos pocos días, y es tarea del poder legítimo en Venezuela, no de Maduro y su régimen. Por eso resulta contraproducente que el gobierno español de Pedro Sánchez le haya fijado un plazo de ocho días a Maduro para que él convoque elecciones. El dictador perdió ese derecho cuando disolvió la Asamblea Nacional democráticamente electa, realizó elecciones amañadas el año pasado y ordenó reprimir a civiles indefensos. Ahora está maduro para caer. Y los gobiernos democráticos deberían acelerar su caída, no facilitarle maneras de aferrarse al poder.
Venezuela se juega su futuro. Se lo está jugando cada hora que transcurre con la incertidumbre de dos gobiernos. Uno, usurpador y tiránico, cuenta con la fuerza bruta y el respaldo de regímenes paria, como demuestra la presencia de mercenarios rusos y castristas junto a Maduro. El otro gobierno es legítimo, cuenta con la voluntad de muchos venezolanos de volver a ser libres y goza de la solidaridad democrática internacional. Pero esta última no siempre ha resultado confiable en el pasado. De ahí que en la crisis venezolana también esté en juego la capacidad de las democracias de América Latina y el resto del mundo de rechazar a una dictadura criminal, no por la ideología en nombre de la cual ésta comete sus crímenes, sino precisamente porque los comete y porque esos crímenes son deleznables.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







