No es precisamente un secreto que los políticos desconfían y a menudo detestan a la prensa y a los periodistas. Prácticamente a ninguno se le puede excluir del todo de esta triste realidad. En las dictaduras, los tiranos odian a los periodistas porque o bien se les rebelan o bien se convierten en sus papagayos serviles. Y en la democracia, porque cuestionan públicamente muchos de sus actos y afirmaciones. Pero en la historia moderna de la democracia estadounidense, ningún político había manifestado tanto encono hacia los medios de información y sus representantes como el candidato presidencial republicano Donald Trump. Su tirria a los periodistas no es meramente la de un advenedizo a la política, como sostienen algunos. Es más bien la de un político que no muestra la más mínima comprensión ni el más elemental respeto hacia la democracia.
La guerra de Trump contra la prensa: el viejo subterfugio de los abusadores emocionales
“El patético rol de aduladores que Trump avizora para los periodistas en el país imaginario que anuncia su lema de campaña”.


Desde Richard Nixon hasta nuestros días, todos los presidentes norteamericanos han tenido una relación incómoda cuando no hostil con los medios. Y lo mismo ha sucedido con numerosos candidatos a la presidencia. Sin ir más lejos, el Presidente Obama se queja de que la ultraconservadora Cadena Fox lo trata como a un “ freak” o monstruo de la política. Y asegura que nunca ve noticias en Fox ni en su contraparte liberal, MSNBC. En sus fallidas campañas presidenciales, John McCain tronó contra la “prensa liberaloide” que según él lo atacaba sin compasión. Su compañera de boleta en 2008, la inefable Sarah Palin, acuñó el término “ lamestream media”, un juego entre las palabras inglesas “media” (medios) y “lame” (defectuosos). Y desde que proclamó su candidatura el año pasado, Hillary Clinton ha esquivado todo lo que ha podido las ruedas de prensa y las entrevistas con periodistas a los que considera potencialmente hostiles.
Pero el rechazo de Trump hacia la prensa es harina de un costal totalmente distinto. Se parece más bien al que han ostentado los autócratas latinoamericanos, como los venezolanos Hugo Chávez y Nicolás Maduro, el ecuatoriano Rafael Correa y la argentina Cristina Fernández de Kirchner, entre otros. Al igual que ellos, el candidato republicano acusa con frecuencia y desparpajo a los medios de ser “corruptos” y “asquerosos” ( disgusting en inglés), niega que su labor sea la de una prensa libre y promete hacerles la guerra si llega a la Casa Blanca.
En realidad, Trump no ha esperado a ese hipotético momento para declarar las hostilidades a los periodistas. Desde el arranque mismo de su candidatura, expulsó a nuestro colega Jorge Ramos de una conferencia de prensa en Iowa y vetó de sus actos políticos a Noticias Univision. La lista negra de los vetados por él ha ido aumentando desde entonces de manera sistemática. Hoy incluye al Washington Post, Politico, BuzzFeed, The Huffington Post, The Daily Beast y The Des Moines Register. La semana pasada amenazó con censurar al decano de nuestros periódicos, The New York Times, al que acusó de ser “deshonesto” durante un acto político en Connecticut.
En la práctica, el atrabiliario magnate neoyorquino no puede impedir que los periodistas informemos sobre sus presentaciones públicas. Por fortuna se lo prohíben leyes que se derivan de la Primera Enmienda constitucional, vieja enemiga de nuestros políticos, aunque todos finjan lo contrario. Al retirarles las credenciales, sin embargo, Trump dificulta el acceso de muchos reporteros a sus actos y les niega entrevistas con él y con sus asesores de campaña.
Fiel a un patrón de mala conducta que admiran sus seguidores y que deploran sus críticos, Trump no escatima insultos hacia los periodistas, del mismo modo en que no los escatima hacia sus adversarios políticos. A algunos reporteros los ha calificado de “ sleazy” o ruines. A otros de “deshonestos”. Y de todos ha dicho que no son –que no somos– buenas personas. Los decibles de sus diatribas aumentan con cada revés que sufre en la contienda y que reportan los periodistas. La semana pasada, por ejemplo, reaccionó a su pobre desempeño en las encuestas nacionales afirmando: “Si los medios corruptos y asquerosos me cubrieran honestamente y no atribuyeran falsos significados a las palabras que digo, le estaría ganando a Hillary por 20%”. Es el viejo subterfugio mediante el cual todos los abusadores emocionales, es decir, los sicópatas, sociópatas y narcisistas, achacan a otros sus errores y fracasos.
En la mentalidad primaria del candidato republicano, los periodistas deberíamos limitarnos a elogiar sus propuestas, reír sus gracias y aplaudir sus exabruptos. “En lugar de decir, ‘muchas gracias señor Trump, usted hizo un gran trabajo… ustedes me hacen lucir muy mal’”, declaró el empresario de bienes raíces hace unos meses. Ese es, evidentemente, el patético rol de aduladores que avizora para los periodistas en el país imaginario que anuncia su lema de campaña de “hacer a Estados Unidos grande otra vez”.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







