Forjando EEUU con la inmigración y la educación

“Yo apoyo vigorosamente la reforma a la ley de inmigración: la propia nación saldrá beneficiada por ella tanto como, o tal vez más que los propios inmigrantes”.

Estudiantes de City College of New York durante la ceremonia de graduación el 3 de junio de 2016
Estudiantes de City College of New York durante la ceremonia de graduación el 3 de junio de 2016
Imagen Spencer Platt/Getty Images

Hace muchos años, después que yo llegara a ser general de cuatro estrellas y, luego, Jefe del Estado Mayor, el diario londinense The Times publicó un artículo señalando que si mis padres hubiesen navegado hacia Inglaterra en vez de Nueva York, “su mayor esperanza para su hijo en el servicio militar habría sido llegar a sargento en uno de los regimientos británicos de rango menor”. Solo en Estados Unidos el hijo de dos inmigrantes jamaiquinos pobres pudo haber llegado a ser el primer afroestadounidense, el más joven, y el primer egresado del programa de formación militar (ROTC) de una universidad pública en ocupar esos cargos, entre muchas otras primeras veces. Mis padres llegaron al puerto de Filadelfia y a Ellis Island, respectivamente, en busca de oportunidades económicas; pero su meta era llegar a ser ciudadanos de este país, porque reconocían las posibilidades que eso ofrecía.

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La inmigración es una parte vital de nuestra esencia nacional porque las personas vienen acá no sólo para forjar una vida mejor para sí mismas y para sus hijos, sino también para hacerse ciudadanas estadounidenses. Y con acceso a la educación y a un claro camino hacia la ciudadanía, de manera rutinaria, ellas llegan a figurar entre los mejores y más patrióticos estadounidenses que usted conocerá. Por eso es que yo apoyo vigorosamente la reforma a la ley de inmigración: la propia nación saldrá beneficiada por ella tanto como, o tal vez más que los propios inmigrantes.

Al contrario de algunas ideas equivocadas, los vecindarios con mayores concentraciones de inmigrantes tienen menores tasas de incidentes de crimen y violencia que vecindarios comparables pero sin inmigrantes, según un reciente informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina. La tasa de encarcelamiento presentada por los varones entre 18 y 39 años de edad, nacidos en el extranjero, es la cuarta parte de lo presentado por varones de la misma edad nacidos en los Estados Unidos.

Los inmigrantes de hoy en día están aprendiendo inglés al mismo ritmo, o más rápido, que las primeras olas de recién llegados, y la primera generación de inmigrantes presenta menos probabilidad de morir de enfermedad cardiovascular que las personas nacidas en este país. Padecen de menos condiciones de salud crónicas, presentan tasas menores de mortalidad infantil y obesidad, y tienen mayor expectativa de vida.

Mis padres se conocieron y se casaron aquí, y trabajaron en la industria costurera, con ganancias netas de entre 50 y 60 dólares a la semana. Tuvieron dos hijos: mi hermana Marilyn, quien llegó a ser maestra de escuela, y yo. Mi éxito al principio no fue lo que mi familia esperaba; causé una pequeña crisis al decidir quedarme en el Ejército. “¿Será que él no ha podido conseguir trabajo? ¿Por qué aún sigue en el Ejército?”.

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Somos una familia muy unida, con primos y tíos por todas partes. Pero esa red familiar no servía para garantizar el éxito. ¿Entonces, qué fue lo que sirvió? Pues, el sistema de educación pública de la Ciudad de Nueva York.

Yo soy un chico educado por las escuelas públicas, desde el kindergarten de la Public School 20, pasando por la Public School 39 y la Junior High 552, y luego la Morris High School en el South Bronx y, finalmente, el City College of New York (CCNY). La New York University (NYU) me hizo una oferta, pero la colegiatura iba a ser de de 750 por año. ¡Enorme suma para 1954! Yo me sentía incapaz de imponerles esa carga a mis padres, de modo que me quedé con CCNY, donde la colegiatura era gratis en aquel entonces. Me gradué en geología, al tiempo con mi grado de subteniente en el Ejército, y listo. Todo eso fue sin costo alguno para mis padres. Cero.

Después de egresar de CCNY, tuve la suerte de encontrarme entre el primer grupo de oficiales nombrados poco después de que se eliminara la segregación racial en el Ejército. Tuve que competir contra egresados de la Academia Militar de West Point, de Harvard, del Instituto Militar de Virginia (VMI), Citadel y demás institutos prestigiosos. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que había recibido una buena educación en el sistema de educación pública de la Ciudad de Nueva York. No solo en geología y formación militar mediante el programa ROTC de la misma universidad, sino también culturalmente, en un sentido más amplio. Había aprendido un poco sobre música, sobre los Cuentos de Canterbury de Chaucer y el teatro, y cosas por el estilo. Recibí una educación completa, todo mediante las escuelas públicas, y eso sigue contribuyendo a mi formación hasta el día de hoy.

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Este maravilloso don se remonta a 1847, cuando se creó la Academia Libre de la Ciudad de Nueva York con una simple misión: “Dar a cada niño la oportunidad de recibir educación”. ¿Y quién pagaría eso? Los ciudadanos y contribuyentes tributarios de la Ciudad y del Estado de Nueva York. Cumplieron esa misión y la conservaron cuando la Academia pasó a ser el City College of New York, en 1866, porque sabían bien que esos inmigrantes pobres eran hijos suyos. Ellos eran el futuro.

Siguen siéndolo. Hoy viven en los Estados Unidos unos 41 millones de inmigrantes y 37.1 millones de hijos de inmigrantes nacidos en este país. La primera generación junto con la segunda forman la cuarta parte de la población de los Estados Unidos. Mientras que países como Japón y Rusia se preocupan de que la disminución de su población sea una amenaza para sus economías, el futuro económico de los Estados Unidos vibra con la promesa que ofrecen los inmigrantes mediante su energía y creatividad, y mediante sus metas e innumerables contribuciones.

Cada una de estas personas merece las mismas oportunidades educativas que yo tuve. No fue entonces—ni lo es ahora—un acto de caridad para con los inmigrantes o los pobres. Los neoyorquinos de aquel entonces estaban invirtiendo en su propio futuro al hacer que la educación y la ciudadanía fuesen accesibles a “todo niño”. Ellos ya lo sabían—¡y ya vemos lo que resultó ser ese futuro!

Aún tenemos ese modelo. Pero, según parece, hoy hay muchos políticos que piensan que ser mezquino con la educación de alguna manera será algo de beneficio para la sociedad. No es así. Más bien perjudicará a la sociedad. Necesitamos personas que reconozcan que la función primordial del gobierno es resguardar el territorio, lo cual implica abrir caminos hacia el futuro para todos, enseñarlos a ser consumidores, trabajadores, líderes y ciudadanos.

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Todos somos inmigrantes, ola tras ola durante varios siglos. Y cada ola nos enriquece: en cultura, en lenguaje, en las comidas, en la música, en la danza, en la capacidad intelectual. Debemos atesorar esta tradición inmigrante, y debemos reformar nuestras leyes para garantizarla. Durante esta temporada política, recordemos la tarea más importante de nuestro gobierno: la formación de estadounidenses. Los inmigrantes —los estadounidenses del futuro— crean una mejor nación cada día.

Los comentarios del autor fueron expresados durante una conferencia sobre el acceso a la educación superior por parte de inmigrantes patrocinada por la Carnegie Corporation y la Escuela Colin Powell para el Liderazgo Cívico y Global del City College of New York y la Carnegie Corporation of New York. Este ensayo fue publicado por primera vez en Carnegie.org.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.