A las 10:00 de la mañana, los 1,000 militantes elegidos con los 280 invitados abandonaron sus butacas y se pusieron de pie para aplaudir la entrada de Raúl Castro y la cúpula directiva del Partido Comunista de Cuba (PCC). Es La Habana, abril del 2016, y se celebra el séptimo congreso de la historia de la organización. Después de los atronadores aplausos, suena el himno nacional y los delegados vuelven a sus asientos. En las inmediaciones del Palacio de las Convenciones, sitio del cónclave, la vida sigue igual.
El Partido Comunista ya no convence a los cubanos
Cuba es otra. La televisión nacional no está encadenada mientras Raúl Castro lee el informe central del congreso del Partido Comunista, la isla no respira el ambiente partidista de antaño y muchos se quejan de la falta de representatividad.

A la misma hora que José Ramón Machado Ventura, segundo secretario del PCC, da por inaugurado el congreso y le pasa la palabra a Raúl Castro, La Habana sigue repleta de sus autos clásicos (almendrones) de la década del cincuenta que se desplazan por todos lados. La calle es un chorro de gente que delata su rostro sabatino. No hay carteles ni pancartas de propaganda política alegóricas al congreso en ninguna de las avenidas principales de la ciudad. Hay turistas que, en chancleta, short, camisetas, gafas y pomo de agua en mano, caminan bajo el sol por esas mismas avenidas principales tomando fotos de la isla. Desde varios televisores, se sienten las celebraciones de los goles del Real Madrid ante el Getafe.
Cuba es otra. La televisión nacional no está encadenada y mientras Raúl Castro lee el informe central de este congreso, se oyen aplausos en los televisores. Uno no llega a discernir entre los aplausos que bajan del graderío del Coliseum Alfonso Pérez en Madrid con los goles del equipo de Zidane y los que emiten los militantes comunistas reunidos en el Palacio de las Convenciones.

La isla no respira ese ambiente partidista de antaño. Esta vez la prensa oficial no se relamió en la conmemoración de la esperada cita, no aborreció tanto a sus consumidores hasta llegar a estos días. Solo un par de semanas antes es que han hecho sonar las campanadas del encuentro quinquenal del comunismo.
Esa desidia, ese silencio sorprendente y desorbitante, disparó algunas alarmas en las redes sociales en los días previos al congreso. La fecha se acercaba y no existía ambiente de debate en los núcleos de base, los documentos a discutir no se conocían y de los militantes elegidos solo se sabían sus nombres enlistados.
El periodista del semanario Trabajadores, Francisco Rodríguez Cruz, publicó en su blog una carta abierta dirigida a Raúl Castro, donde exigía una postergación del inicio del congreso para propiciar un verdadero debate masivo en la base de la estructura para analizar los estatutos y políticas que se presentarían en el evento.
Un par de días después, el periódico Granma, órgano oficial del PCC, respondió con un editorial en el que planteaba que el proceso de debate había sido abierto hace cinco años con la aprobación de los “lineamientos de la política económica y social del partido y la revolución”, de los cuales el 21% ya habían sido implementado, mientras que el 77% estaba en ejecución.
Dijo Granma: “Más que desplegar, a mitad de camino, un nuevo proceso de debate a escala de toda la sociedad, lo que corresponde es terminar lo iniciado, continuar la ejecución de la voluntad popular expresada hace cinco años, y seguir avanzando por el rumbo que trazó el Sexto Congreso”.
Más adelante en el editorial, el diario comentó: “los documentos a discutir en el congreso enfocan el país que queremos”. No se sabe realmente de qué país habla Granma, pues cinco años atrás, no había ocurrido en la isla un 17 de diciembre de 2014 en el que se restablecieron las relaciones bilaterales con Estados Unidos y ni si quiera se sospechaba que un presidente negro estadounidense, después de 88 años, pasearía por las calles de La Habana y se dirigiera en una alocución en vivo al pueblo cubano.

Al final, se supo que esos documentos, por los que se regirá el país en los próximos años, fueron manoseados solamente por 3,500 personas de toda la isla, que hubo ocho versiones y no se sabe cuántos borradores más. En este puñado de ciudadanos quedó el futuro inmediato de Cuba. Una Cuba a su merced, a la de ellos.
“No se entiende que el pueblo, que el verdadero cubano de a pie, tenga que esperar a los reportes de televisión para saber por arribita qué es lo que se está debatiendo a puertas cerradas, que al final es nuestro futuro”, señala Rolando Urpiano, militante activo de 62 años, quien fue miembro del Ministerio del Interior durante más de 30 años. Ahora custodia por las noches la sede del partido comunista en el municipio Plaza de la Revolución.
El propio Raúl Castro, en su discurso leído, expresó que al cierre de 2015 el partido comunista contaba en sus filas con 671,344 militantes y reconoció una disminución en los procesos de crecimiento de la organización. Otro dato: el 60% de los 1,000 delegados asistentes al congreso no laboran directamente en la producción o los servicios, sino que son dirigentes o fungen como personal de apoyo técnico.
Esto habla a las claras de la falta de representatividad de los ciudadanos cubanos en el buró político del país, de una organización que no encuentra el apoyo de la inmensa mayoría de la población y que a pesar de seguir siendo la fuerza política y organizativa de la nación, el ente decisor y la manija que gestiona los aparatos gubernamentales, existe, muy evidentemente, una fractura generacional, conceptual y discursiva con las maneras de incentivar el apoyo a la revolución por sus dirigentes y la asimilación de esas ideología en el pueblo.
“Si miras lo que ponen en la televisión, por supuesto que se va a ver una representatividad de todos los sectores sociales y de hecho la hay, pero esa no es la cuestión, lo fundamental es que los militantes que están en el congreso viven de sus discursos y no de la práctica. Cuando salen de esas cuatro paredes todo eso que han dicho en sus bonitos discursos se les olvida. ¿Tú me vas a decir a mí que todas las propuestas de los 11 millones de cubanos llegan a las manos de Raúl? Y que los delegados de verdad viven el día a día de los cubanos que más trabajo pasan. No jodas”, dice Niurka Medina, doctora de un consultorio médico del barrio habanero de Vedado, que es miembro de la juventud comunista pero que rechazó iniciarse en el proceso de crecimiento del partido.

Un rejuego que está tocando fondo. Cuba ya no es esa isla en mutis de dos décadas atrás, ya habla y se expresa y dice las cosas que le vienen a la cabeza. Ya no se guarda nada. Cuba no aguanta más los simulacros en los núcleos partidistas de base que juegan en las tardes a reunirse y llenar cuartillas sin sentido repletas de palabras vacías. Cuba no soporta más a los dirigentes enclaustrados en los dogmas soviéticos y las concepciones estalinistas, a los hombres cuyo mayor talento es subirse al estrado a disparar monsergas ancestrales que dan sueño y risa.
La gente se ríe de los números publicados a raíz del séptimo congreso del partido comunista, del 29.2 % de militantes que tiene menos de 45 años porque bien sabe que esa cifra fría no es lo que parece, está puesta y pensada y llevada a cabo para que Raúl levante la vista en pleno discurso, obvie las hojas por un ratico y enfile sus ojos a los presentes. Para que mire de izquierda a derecha, del fondo del Palacio de Convenciones hacia adelante y diga “que hay caras jóvenes, que hay una renovación en las filas”.
Y eso de pie a introducir que de los 1,000 delegados electos al congreso, 369 tienen menos de 45 años y que el 43% son mujeres y que los negros y los mestizos conforman el 36.5% de la militancia. Pero nadie del lado de acá del televisor se traga eso. Todos sabemos que nos están timando, que es cierto solo cuantitativamente. Y nada más.
Todos sabemos que esos jóvenes que han llegado con sus novísimos rostros solo serán tomados en cuenta para rebajar estadísticas y a la vez esto les garantizará permanecer como cuadros partidistas en sus puestos laborales para disfrutar de las bondades que ello brinda. Y todos sabemos que los negros (no tanto los mestizos) que han podido sentarse en alguna butaca del Palacio de las Convenciones, han llegado ahí, casi seguro, por eso, por ser negros.
“Los jóvenes no ven al partido como la organización de antes, como la guía. La apatía es general, ha pasado demasiado tiempo y el partido no ha asumido sus errores históricos. Yo no critico a la gente que sigue la canalita de la juventud comunista y se adentra en el partido”, expresa Noel Sirgado, estudiante universitario de lenguas extranjeras.
El veinteañero Noel, sentado en la escalera de su edificio, añade que “esa es decisión de cada cual, lo que me molesta es que generalicen y digan que los jóvenes del partido son los jóvenes cubanos, eso no lo puedo admitir porque esos muchachos son robots automáticos con una mentalidad que no es la de los verdaderos jóvenes”.

Idaliena Díaz Casamayor, de 27 años y de la provincia de Guantánamo, es la delegada más joven del congreso. Es instructora de arte de profesión y ha llegado a La Habana desde el Barrio Sur, casi al final de la carretera de Caimanera, una de las zonas más conflictivas del oriente del país.
Exigua, dócil, de voz baja, Idaliena, es la presidenta de ese consejo popular. “Es un barrio bastante crítico en cuanto a indisciplinas sociales, hay un poco de delincuencia, pero estamos trabajando para resolver eso”. Sobre las propuestas que trae al congreso, cuenta: “Me tocó la comisión de trabajo que se va a encargar de analizar la conceptualización del modelo económico. Voy a hablar sobre la equidad social, para que haya más justicia social en nuestro pueblo y que se conserve la igualdad entre los cubanos”.
Sergio Arredondo, 53 años, bicitaxero de la Habana Vieja, comenta: “para este congreso no hubo un debate, sencillamente se ha perdido el respeto por la ciudadanía, parece que en Obama lo gastaron todo, la gente no sabe ni que el congreso está andando, cada cual anda en lo suyo, a su aire, al pueblo no le importa eso porque no se siente representado”.
A las 12:48 de la tarde rompieron los aplausos. Raúl Castro había terminado de leer sus más de cuarenta páginas de discurso. Más de dos horas ininterrumpidas al micrófono en las que pasó revista en modo resumen a la “evolución del país desde abril de 2011 hasta hoy”.
Castro habló de todo, del escenario internacional actual, de los cambios en el modelo económico cubano y las nuevas tareas para ajustar el socialismo a ellos, de la historia del partido comunista, de su hermano Fidel, de Obama y de mucho más.
Pero Raúl dejo una perla guardada en la retina de todos, cuando parlamentaba sobre la división entre demócratas y republicanos en los Estados Unidos y expresó sin tapujos que en Cuba ese bipartidismo equivaldría a que “Fidel seguro escogería dirigir el Comunista y yo el otro, cualquiera que sea el nombre”, sentenció Castro. Increíblemente, los presentes aplaudieron rompiéndose las palmas de las manos.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.








