El muro como metáfora

"Con la promesa de construirlo, Trump ha contagiado su delirio a millones de estadounidenses, especialmente a blancos no hispanos de los estados del sur y centro del país, quienes miran con recelo la transformación del noreste y oeste en una región cosmopolita, donde cohabitan y compiten por atención y recursos las más diversas culturas e idiomas, razas y religiones, en lo que parece ser un augurio para el resto de la nación".

Donald Trump frente a uno de los prototipos del muro fronterizo erigidos en San Diego, California.
Donald Trump frente a uno de los prototipos del muro fronterizo erigidos en San Diego, California.
Imagen AP

El muro en la frontera con México es la metáfora exacta de la presidencia de Donald Trump. El símbolo de su visión maniquea de Estados Unidos y el mundo, a los que ve divididos entre “nosotros” y “ellos”. El principio que guía a su gobierno. Por eso, cabe esperar que, al llegar a la recta final de la contienda presidencial, se agudice la obsesión de Trump con el muro. Y también su neurosis si no puede cumplir la promesa que hiciera durante la campaña de 2016 de construir 500 millas de muro.

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Expertos en inmigración. Líderes de estados fronterizos. Legisladores republicanos y demócratas. Sus propios asesores. Muchos le han advertido al presidente que el muro no es, ni remotamente, una solución a los retos de inmigración que encaran el país y sus vecinos.

También que su costo inicial de $18 mil 500 millones es un desperdicio de dinero de los contribuyentes estadounidenses. Y que en realidad no costará eso erigirlo, sino muchos cientos, tal vez miles de millones más. Pero Trump ha desdeñado esas advertencias. Como carece de ideología política y valores que orienten su gestión – no es ni republicano ni demócrata ni tampoco lo contrario - el muro hace las veces de principio sustituto.

Con la promesa de construirlo, Trump ha contagiado su delirio a millones de estadounidenses, especialmente a blancos no hispanos de los estados del sur y centro del país, quienes miran con recelo la transformación del noreste y oeste en una región cosmopolita, donde cohabitan y compiten por atención y recursos las más diversas culturas e idiomas, razas y religiones, en lo que parece ser un augurio para el resto de la nación.

Una voz interior fastidiosamente les susurra, “si ellos pueden ser diferentes, ¿qué sentido tiene que nosotros somos como somos?” Metáfora o realidad, el muro es la pared de contención, la última esperanza que les queda de permanecer en un mundo homogéneo y previsible que amenaza con desaparecer o transformarse para siempre.

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Pero en la práctica el muro ha encontrado la tenaz resistencia de una realidad irreductible. El pasado fin de semana el Washington Post informó que el gobierno solo ha logrado conseguir el 16% de las tierras privadas que necesita para construir barreras en la frontera de Texas con México, lo que pone en duda la promesa de Trump de fabricar 500 millas de pared antes de las elecciones de 2020. Su meta son 166 millas en esa zona. Pero solo ha completado la construcción en 4 millas.

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Para avanzar en el proyecto, Trump ha ordenado comprar o expropiar los terrenos de más de un centenar de tejanos, muchos de los cuales o bien le exigen grandes sumas compensatorias al gobierno o bien se niegan a vender las tierras que les legaron sus ancestros.

Para mitigar su obsesión, sus asistentes están acelerando la construcción en otros estados fronterizos donde el proyecto sería más realizable y enfrentaría menos obstáculos físicos y legales.

La muro manía de Trump dictará el curso de los acontecimientos. ¿Cuán intensa es esa manía? Por ella cerró el gobierno federal durante 35 días a fines de 2018 a un costo de miles de millones de dólares; y desvió miles de millones más del presupuesto que había aprobado el Congreso.

En su nuevo libro Border Wars, Julie Hirschfield Davis y Michael D. Shear, corresponsales del New York Times, nos dan una idea todavía más clara.

Trump, dicen, les habla constantemente del muro a sus asesores. Quiere pintarlo de negro y colocarle objetos cortantes en la parte superior para que los migrantes no puedan saltarlo “ni los pájaros posarse en él para defecar”.

Propone rodearlo de trincheras llenas de agua, cocodrilos y serpientes (lo que Trump negó en Twitter). Sugiere electrificarla para que se electrocuten quienes intenten cruzarla; el Cuerpo de Ingenieros del Ejército ha hecho presupuestos para la electrificación. “Trump hacía descripciones muy vívidas de lo que quería que experimentaran los inmigrantes si trataban de escalar el muro”, escriben. “Se quemarían, mutilarían, cortarían en pedazos… Quiero que esa gente quede en forma horrible si se trepa”.

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Complétese o no, el presidente no aceptará nunca que su proyecto del muro ha fracasado. A medida que se acerquen las elecciones, cantará victoria y mostrará imágenes con el mensaje de que ya se construyó, que ha sido un éxito rotundo y que ha prevenido el ingreso de “criminales”, como llama a las personas sin papeles.

Trump confiará, además, en que a sus seguidores no les importará un ápice el pagar el muro – en lugar de México, como había prometido – porque para ellos pesará más la satisfacción emocional de sentirse más separados y “protegidos” de esos hombres, mujeres y niños pobres y de piel oscura. Ellos perdieron y “nosotros” ganamos, se dirán.

Y de esa forma el muro habrá cumplido su función simbólica, de metáfora divisiva y reductora. Pendiente queda la cuestión de cuántos estadounidenses aceptarán esta visión alucinante de la realidad. Trump nos está retando a apostar.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.