Por Carlos Chirinos (@carl_chirinos), editor político principal de UnivisionNoticias.com
Carlos Chirinos: Armas, un debate sin sentido común
El celo con el que los defensores del derecho a portar armas cuidan ese derecho constitucional complica


Washington, miércoles de 2 de diciembre, cerca del mediodía; un grupo de doctores en sus batas blancas presenta en el Capitolio una petición para que el Congreso levante la virtual prohibición que existe para hacer investigaciones sobre la epidemia de la violencia armada en Estados Unidos.
San Bernardino, California, con pocas horas de diferencia; una pareja de pistoleros mata a 14 personas en una fiesta de fin de año y termina muriendo al enfrentarse a tiros con la policía.
La cruel coincidencia parece enfatizar la necesidad expresada por la comunidad médica para que se permita al Centro del Control de Enfermedades (CDC) y al departamento de Salud financiar investigaciones sobre las consecuencias para la salud pública del extendido uso de armas en el país.
De vuelta en Washington, al día siguiente, en medio de la conmoción por la matanza en San Bernardino, el Senado no solo no considera el pedido de los doctores, sino que rechaza una iniciativa para crear mayores controles en la venta de armas.
La relación de esta sociedad con las armas es difícil de entender –incluso para muchos nacidos y criados en este país– y desafía lo que aconsejaría eso que llaman el sentido común.
La presión del rifle
A un observador extranjero podría parecerle descabellado que poseer armas sea un derecho sacrosanto, consagrado en la intocable segunda enmienda de la Constitución, y que existan grupos de presión dedicados a su defensa.
Lo que es más difícil de entender es por qué en la defensa de ese derecho parece perderse el sentido común más elemental, secuestrado por el lobby de las armas encabezado por la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés).
Por ejemplo, este jueves los senadores decidieron no impedir que las personas que estén en la lista de terrorismo puedan comprar armas.
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Cierto que eso no habría impedido que la pareja de San Bernardino se armara como lo hizo –porque no estaba en ninguna lista de vigilancia-, pero suena como algo que cualquier autoridad quisiera evitar: facilitarle medios a quienes quieren causar daño.
La otra medida buscaba profundizar los chequeos que se hace a los compradores de armas.
Pero si consideramos que esa misma iniciativa no logró apoyo suficiente cuando se presentó después de la impactante masacre de 20 niños en la escuela Sandy Hook en diciembre de 2012, podemos darnos cuenta de que nada conmueve a los que defienden la libertad de usar armas.
La prohibición de facto que inhibe a instituciones públicas, y muchas organizaciones privadas, de estudiar los efectos de la epidemia de la violencia armada, es parte de ese sentido común perdido en medio del debate sobre las armas.
Espada de Damocles
En 1996 la NRA acusó a dependencias públicas que acometían estudios sobre violencia armada de promover una “inconstitucional” campaña para fundamentar una eventual prohibición de la venta de armas.
Con su ascendente en el Congreso, la NRA puso una espada de Damocles sobre esas agencias que se arriesgan desde entonces a ver sus presupuestos recortados si acometen estudios en esa área.
Aunque después de Sandy Hook, el presidente Barack Obama ordenó a la CDC estudiar el fenómeno y ha pedido $10 millones para tal fin, el Congreso no ha aprobado los fondos.
Como consecuencia, la CDC, carente de recursos suficientes, no tiene entre sus planes inmediatos meterse en una amplia investigación sobre el problema.
El asunto es que sin investigaciones serias y profundas no hay manera de adoptar políticas que ayuden a mejorar la situación.
Cierto que algunas medidas pasan por limitar el acceso a las armas, pero hay otras como mejoras en políticas de salud y atención a pacientes con problemas mentales.
No se trata de quitarles sus pistolas a esos ciudadanos respetuosos de la ley y amantes de las armas, para quienes su posesión es esencial; pero sí de devolverle un poco de sentido común a la discusión de un problema que crece pese a que muchos quieran poner la mira en otro lado.








