La caída de Afganistán es una mancha en el expediente de Biden

"Si los efectos del dramático regreso al poder del Talibán serán graves para la confiabilidad y seguridad de Estados Unidos, para millones de afganos, especialmente las mujeres, resultarán catastróficos. En 1996, el Talibán asaltó el poder y declaró un 'emirato islámico' en Afganistán".

Afganos se agolpan a lo largo del muro del aeropuerto internacional Hamid Karzai antes de saltarlo, en un intento de abandonar el país, 16 de agosto, 2021.
Afganos se agolpan a lo largo del muro del aeropuerto internacional Hamid Karzai antes de saltarlo, en un intento de abandonar el país, 16 de agosto, 2021.
Imagen EFE

La vertiginosa y potencialmente desastrosa caída de Afganistán en manos del Talibán será una mancha indeleble en el expediente presidencial de Joe Biden. Hace apenas seis semanas, el presidente había declarado: “El jurado aún no ha dado su veredicto, pero la probabilidad de que el Talibán lo arrase todo y se adueñe del país es muy improbable (sic)”. Son palabras temerarias que no han resistido el paso de los días. Reflejan una miopía desconcertante. Del mandatario y de los asesores que le vendieron semejante disparate. Las consecuencias inmediatas son una nueva sacudida a la credibilidad y confiabilidad de Estados Unidos como aliado de la democracia y el respeto elemental a los derechos humanos.

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Sobraban los argumentos contundentes para plantear la retirada de las tropas de Estados Unidos de Afganistán luego de que librasen la guerra más larga en la historia estadounidense. De hecho, tres presidentes consecutivos, Barack Obama, Donald Trump y Biden, esgrimieron esos argumentos que incluyen el alto costo en vidas y recursos norteamericanos y la conveniencia de que afganos demócratas se hicieran cargo de su soberanía y destino.

En 20 años de guerra y conflictos, perdieron la vida en Afganistán 2,448 soldados estadounidenses, 3,846 contratistas, 1,144 soldados aliados, 444 asistentes de las fuerzas extranjeras, 72 periodistas, 66,000 militares y policías afganos, 47,245 civiles y 51,191 militantes del Talibán. Y la corrupción galopante alimentó el resentimiento de la población. Pero el súbito desplome del gobierno y las fuerzas armadas afganos indican que la administración Biden no trazó un plan sensato y prudente de retirada ni calculó bien las probables consecuencias de una estampida como la que se lleva a cabo ante los ojos del mundo.

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Si los efectos del dramático regreso al poder del Talibán serán graves para la confiabilidad y seguridad de Estados Unidos, para millones de afganos, especialmente las mujeres, resultarán catastróficos. En 1996, el Talibán asaltó el poder y declaró un 'emirato islámico' en Afganistán. Fue un régimen brutal. Les negó los derechos básicos a las mujeres, a quienes obligó a usar ropas que les cubrieran todo el cuerpo. Prohibió la música, las películas y la enseñanza a las mujeres que no tuviera que ver con islamismo radical. Asesinó a miles de personas, algunas de las cuales fueron apedreadas en público, encarceló a decenas de miles y obligó a muchas a exiliarse.

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Aquel Talibán ofreció amparo a bandas terroristas, incluyendo la Al Qaeda de Osama Bin Laden. Y es exactamente el mismo Talibán de ahora, aunque sus actuales dirigentes finjan una moderación que en realidad no sienten y que difícilmente practicarán. Solo hay que recordar cómo su movimiento medieval se mantuvo organizado y militarmente fuerte para adueñarse de Afganistán en pocas semanas, cálculo que no supieron o no quisieron hacer, primero, los asesores de Trump y ahora los de Biden.

El Talibán, en efecto, se ha financiado con el tráfico ilegal de opio y otras drogas estupefacientes, diversos tipos de contrabando y chantaje a empresarios y trabajadores agrícolas y urbanos. No pocos de sus militantes han formado bandas de secuestradores que cobran rescates exorbitantes. El movimiento cuenta con la complicidad de extremistas de las fuerzas de seguridad del vecino Pakistán y otros regímenes islámicos. Y recluta a la fuerza a jóvenes pobres y vulnerables, intimidando a sus familias y asesinando a políticos, periodistas e intelectuales que critican estos excesos.

Una vez consolidado en el poder, el Talibán descartará cualquier vestigio de democracia. En su visión bárbara del ordenamiento social, no hay cabida para una política parlamentaria o electoral. Gobernará mediante un consejo de mulás presidido por un emir que insistirá en que deriva su poder absoluto de Alá. Y en un santiamén anulará las conquistas civilizadas que, a sangre y fuego, logró Afganistán durante los últimos 20 años. Los afganos lo saben. Por eso presenciamos la pavorosa estampida de miles de ellos hacia el aeropuerto de Kabul y las fronteras, donde familias enteras intentan escapar antes de que resulte demasiado tarde. Buscarán refugio en los mismos países que dejaron de protegerles, creando así el primer desafío a su seguridad. Darles amparo debería ser una prioridad, especialmente a aquellos que, con gran riesgo para sus personas, colaboraron con las fuerzas occidentales durante dos décadas, habiendo hecho suyo el sueño de un país democrático y próspero.

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Legisladores y presidentes de ambos partidos ejercieron presión durante años para la retirada de Estados Unidos y sus aliados de Afganistán. Biden quiso ser el ejecutor de ese objetivo. Sus argumentos eran comprensibles. Pero lo cierto es que nunca ofrecieron remedio blando para las probables consecuencias catastróficas de esa retirada. Ahora estamos viendo esas consecuencias en tiempo real. Es, lamentablemente, solo el comienzo de la catástrofe que se cierne sobre Afganistán y que, con el tiempo, amenazará la seguridad de Estados Unidos y otras democracias.

Nota : La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.