#Ayot2inapa: coraje, fe, esperanza y búsqueda, a dos años de la tragedia

“Esta grave crisis de derechos humanos que experimenta el país y que tiene a la desaparición de los 43 normalistas como un ícono, nos debe situar frente a cada uno de nuestros desaparecidos como un YO-POSIBLE, un YO-DESAPARECIDO”.

Jan Jarab, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, se reúne con padres de los 43 desaparecidos en una escuela rural de Ayotzinapa, estado Guerrero, México, con motivo del segundo aniversario de su desaparición
Jan Jarab, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, se reúne con padres de los 43 desaparecidos en una escuela rural de Ayotzinapa, estado Guerrero, México, con motivo del segundo aniversario de su desaparición
Imagen Alfredo Estrella/AFP/Getty Images

Imagine, tan solo por un instante, que a su alrededor desaparecieran 43 personas. Imagine qué significaría que de pronto todas esas vidas, sueños y deseos se esfumaran porque alguien más supo que podría desaparecerlos sin recibir ningún tipo de castigo. Imagine que todas estas ausencias se pudieran contar una a una hasta repetir 43 nombres. Imagine que esta pesadilla se multiplicara hasta 28 mil desaparecidos.

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Hoy, 26 de septiembre, se cumplen dos años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa. Dos años ya desde que cada uno de estos jóvenes fue desaparecido por elementos de las policías municipales de Iguala y Cocula, Guerrero, para luego ser entregados a integrantes del crimen organizado mejor conocido como “Guerreros Unidos”. Hoy se cumplen dos años de una de las tragedias más graves que ha padecido el país y, sin embargo, seguimos sin saber qué pasó exactamente esa madrugada y, lo más importante, aún no hemos logrado saber dónde están los 43 muchachos.

Epifanio Álvarez, padre de Jorge Álvarez Nava, uno de los normalistas desaparecidos, manifiesta que no sabe de dónde ha sacado tanto valor para afrontar una de las peores pesadillas que puede vivir un ser humano, pues detrás de esa voz franca que atiende toda comunicación para que jamás se deje de hablar de los 43 normalistas yace un hombre que muchas veces se ha planteado la posibilidad de decirle a su esposa, Blanca, “que todo está bien” porque le parte el corazón verla sufrir: “Esta es ahora nuestra realidad y no vamos a descansar hasta que se nos diga dónde están los 43 muchachos. Yo no voy a descansar hasta que pueda ver a mi hijo, el cual –como todos– es un muchacho bueno, inocente”.

En este país, la inocencia se puede desaparecer porque lo que reina en las calles es la impunidad; por ello, como bien lo retrata don Epifanio, respecto de la desaparición de los 43 normalistas seguimos igual que al principio: en nada.

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En México, la desaparición de personas no solo es física sino también jurídica, administrativa, social y simbólica, ya que nos desaparecen arrebatándonos el preciado derecho de “ser y estar”; pero, a la par, el Estado, al no ejercer las acciones que está obligado a realizar para buscarnos, nos desaparece en un puñado de expedientes que solo evidencian la falta de voluntad política y humana para buscarnos. Nos desaparecen aún más cuando reducen nuestra existencia (porque se sigue siendo a pesar de la desaparición), a meras cifras que, controladas administrativamente, buscan decir que nosotros (los desaparecidos) ni somos tantos como aseguran las familias que nos buscan ni desaparecemos de la nada porque sin pruebas se afirma que desaparecimos porque “seguro en algo andábamos”.

Es esta criminalización la que genera el resto de las desapariciones, la social y la simbólica, porque la sombra de la duda nos impregna adjetivos que no son nuestros y estas etiquetas, a su vez, nos separan del resto de la sociedad que mira a nuestras familias con sospecha y se aleja de ellas por el miedo que da pensar que la cercanía puede transformarse en desaparición. ¿Quién quiere verse reflejado en la mirada de un desaparecido? Quizá, nadie.

Sin embargo, la fuerza del amor que se traduce en coraje, fe, esperanza y búsqueda sitúa a nuestras familias en el centro de una lucha que afronta estas múltiples desapariciones de las que somos objeto. Me atrevo a hablar de un nosotros porque esta grave crisis de derechos humanos que experimenta el país y que tiene a la desaparición de los 43 normalistas como un ícono, nos debe situar frente a cada uno de nuestros desaparecidos como un YO-POSIBLE, un YO-DESAPARECIDO.

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Un YO-DESAPARECIDO que pueda sentirse como parte de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014, pero también como uno de los 28 mil desaparecidos que existen en México. Un YO-DESAPARECIDO que sea capaz de pensar, mirar y sentir como propias las ausencias de cada uno de ellos.

Un YO-DESAPARECIDO que deje de pensar que esto “nunca va a pasarme” porque “yo sí soy buena persona. Un YO-DESAPARECIDO que entienda que la desaparición no es normal porque jamás será normal que alguien más le robe a otra persona el preciado “derecho a ser y estar”.

Un YO-DESAPARECIDO que emprenda la búsqueda de otros; un YO-DESAPARECIDO que entienda que el corazón de tantos desaparecidos le hace tanta falta como a la familia que los busca. Un YO-DESAPARECIDO que sea capaz de sentir el dolor ajeno como propio, pues solo así seremos capaces de entender que las consecuencias de esta guerra contra el narcotráfico nos competen a todos y que solo TODOS juntos podremos terminar con tanta violencia.

Un YO-DESAPARECIDO que sepa que jamás hemos de estar completos hasta ver regresar a nuestros 43 normalistas y junto con ellos a los 28 mil desaparecidos que nos fueron arrebatados. Un YO-DESAPARECIDO, un YO-43.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.