Ni la muerte del ex presidente Fidel Castro en 2016 ni la esperada transferencia del poder estatal de manos de Raúl Castro a su sucesor van a provocar, por sí mismos, muchos cambios en Cuba.
¿Algún cambio en el horizonte en una Cuba post-Castro?
“¿Cómo deberíamos ver el rechazo de Trump a las medidas liberalizadoras de Obama hacia Cuba y el estancamiento de las reformas económicas internas de la isla?”.


A pesar de la serie de reformas económicas –significativas y, de hecho, sin precedentes– lanzadas por Raúl Castro durante su década como presidente, todavía quedan muchas restricciones internas a la libertad y la expansión del sector privado en la isla.
Al mismo tiempo, mientras que el embargo estadounidense fue debilitado simbólicamente por el presidente Barack Obama en sus movimientos hacia la normalización de las relaciones con Cuba durante sus últimos dos años en el cargo, el presidente Donald Trump ha revertido su curso al endurecer el embargo mediante la imposición de una serie de nuevas restricciones de viajes y comercio.
Estos incluyen la eliminación de los viajes individuales, el requerimiento de que los futuros viajeros de Estados Unidos lo hagan como miembros de grupos organizados y la prohibición de todas las transacciones financieras con entidades controladas por el ejército cubano.
Anunciadas con gran fanfarria por Trump en Miami en junio de 2017, las medidas se justificaron en ese momento como un esfuerzo por cortar fondos para muchas empresas estatales y de propiedad militar, al tiempo que permitía a los estadounidenses patrocinar (y presumiblemente potenciar) el sector privado de la isla.
En la práctica, sin embargo, el riesgo legal relacionado una vez más con los viajes de estadounidenses a la isla seguramente dañará a los mismos empresarios a los que supuestamente querían ayudar.
Si bien las medidas pueden desplazar una porción del flujo de visitantes estadounidenses de las empresas administradas por el estado y el ejército cubanos hacia el sector privado, esto tiene el precio de una reducción importante en el número total de viajeros estadounidenses.
Este enfoque agresivo destinado a separar estratégicamente al pueblo cubano del gobierno es esencialmente un retorno a las políticas de aislamiento y empobrecimiento de la Guerra Fría consagradas en el embargo.
¿Un estado de sitio?
La historia de las relaciones cubano-estadounidenses sugiere que cualquier presión sobre Cuba desde Washington para reformar sus políticas internas, ya sea en el área de los derechos humanos y la democracia o en el tema de la apertura hacia la empresa privada, será contraproducente.
Cuando se encuentra bajo amenaza externa, especialmente de Estados Unidos –nación que el gobierno cubano percibe como su némesis histórica–, La Habana siempre ha reaccionado cerrando el círculo y restringiendo los derechos políticos y económicos y las libertades civiles, para defender la soberanía nacional y preservar la Revolución.
Fue precisamente esa lógica la que motivó a la administración Obama a modificar la política de Estados Unidos hacia Cuba a fines de 2014.
Sin embargo, la deliberadamente defensiva –y posiblemente paranoica– reacción del gobierno cubano después de la visita de Obama en marzo de 2016 indica que la vieja guardia de La Habana puede necesitar un enemigo en Washington, más que sus débiles y mayoritariamente silenciosos reformistas necesitan un amigo.
El carisma de Obama, su estilo accesible, sus orígenes raciales mixtos y su pedigrí multicultural seguramente lo hicieron acreedor a la simpatía de una gran mayoría del pueblo cubano. Su defensa pública sin complejos de los derechos humanos, su libertad para decir lo que piensa sin temor y criticar a su propio gobierno, dejaron a los líderes cubanos profundamente asustados.
Al contrario, el presidente Donald Trump provoca y ataca constantemente al gobierno cubano, haciendo explícita la intención imperial de imponer un cambio de régimen a Cuba desde Washington. Los líderes cubanos pueden estar agradecidos de tener una vez más a un Goliat norteño contra el que puedan unir la menguante ira revolucionaria jugando el papel de un David caribeño agraviado.
¿El legado de Raúl Castro?
La gran pausa en la apertura interna hacia el sector privado en Cuba es bastante irónica, dado que está llegando a su punto justo cuando Raúl Castro, la fuerza política impulsora de la apertura a la microempresa en los últimos ocho años, entrega las riendas del país.
De hecho, si bien es bastante común escuchar a los empresarios cubanos quejarse en privado de que las reformas empresariales de Raúl Castro no han avanzado o no se han aplicado con la suficiente rapidez, reportes de que pronto será implementado un conjunto nuevo e integral de medidas restrictivas para el sector privado, indican que al menos algunos de los miembros más poderosos del Partido Comunista temen que las reformas de Raúl hayan ido demasiado lejos y demasiado rápido.
La lógica económica de las reformas choca contra la lógica política e ideológica del status quo. Es probable que los funcionarios del partido sientan que el crecimiento descontrolado del sector privado amenaza directamente su poder burocrático y político, independientemente de cuánto contribuya al crecimiento de la economía.
Uno se pregunta de qué lado de este debate está el sucesor de Castro, Miguel Díaz-Canel.
¿El cambio de liderazgo significa un cambio de política?
Si bien se puede esperar que la política agresiva de Trump sea contraproducente, eso no significa que la continuidad o profundización de la política de compromiso de Obama habría aumentado las libertades económicas en la isla, al menos en el corto plazo.
Esto es así porque son las continuas e innumerables restricciones de La Habana al sector privado (sin mencionar su continua represión de los derechos políticos fundamentales y de las libertades civiles) las que representan el mayor obstáculo para el éxito empresarial en la isla.
El “autoembargo”
Estas incluyen altos impuestos que desalientan la creación de empleo en el sector privado; falta de acceso a suministros necesarios a precios de mayorista; limitaciones artificiales al tamaño y la rentabilidad de las empresas privadas; una lista anticuada, si no francamente medieval, de ocupaciones privadas permitidas, muy pocas de las cuales se encuentran en los sectores más dinámicos, productivos o modernos de la economía; y la inexistencia de un marco para el reconocimiento legal y la concesión de licencias a muchas empresas pequeñas y medianas ya existentes y bastante prósperas en Cuba.
Esta maraña de obstáculos frustrantes hace que sea virtualmente imposible para los empresarios locales importar o exportar legalmente productos o servicios, firmar contratos, abrir cuentas bancarias o recibir inversiones o préstamos del exterior.
Los empresarios cubanos se refieren amargamente a estos 1,001 obstáculos, regulaciones y tabúes como el “autobloqueo” o embargo interno, autoimpuesto, en referencia burlona al embargo más conocido y notoriamente contraproducente impuesto por Estados Unidos.
Hasta que se terminen ambos bloqueos, parece escasa la probabilidad de un cambio significativo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







