Por Rachel Farrell
Yo era de la derecha hasta que fui rechazada
“¿Por qué seguimos discutiendo sobre lo que realmente está detrás de la ‘conversión’ de un joven al liberalismo durante sus años en la universidad?”.


Recuerdo la primera vez que voté: Jeb iba por la reelección como candidato a gobernador de la Florida y pensé: ¿por qué no? En realidad, no pensé nada en absoluto; simplemente entré en la cabina y tiré de la palanca, o presioné el botón, o perforé la papeleta, o hice cualquier mierda que pensé que tenía que hacer para cumplir con mi deber cívico. Tenía 19 años, era estudiante de segundo año en el Estado de Florida en Tallahassee y en realidad no me importaba la política. Ni siquiera podría decir en contra de quién votaría en esas elecciones, aunque Wikipedia me dice ahora que era el demócrata Bill McBride.
¡Lo siento, Bill! Mi ignorancia fue tu pérdida.
Si miro hacia atrás, estoy bastante segura de que mi novio de entonces era conservador. No recuerdo haber tenido una sola conversación de política, pero él se metía las camisetas en los vaqueros, escuchaba a David Allan Coe y pasaba mucho tiempo recordando con cariño sus días de fraternidad en Valdosta State (a pesar de que una vez sugirió delicadamente – ¿fue una broma? No lo sé– que le hicieron pis encima en algún tipo de ritual de iniciación). Sus padres eran unos presbiterianos agradables de Quincy, Florida, y recuerdo que me impresionó que le hubieran ayudado a su hija con una cirugía de senos, la cual tenía algo que ver con ayudarle a enfrentar la enfermedad de Crohn.
Quincy, por cierto, se encuentra en el condado de Gadsden, el único condado predominantemente afroamericano de Florida, y es uno de los únicos cuatro condados del norte de Florida que giró a la izquierda en las últimas cuatro elecciones presidenciales. Tiene una historia de blancos que se hicieron ricos con acciones de Coca-Cola y negros que a duras penas se las arreglaban. Allí también se encuentra un célebre hospital mental, en Chattahoochee, que sirvió de inspiración para la película de Gary Oldman del mismo nombre.
Hasta el día de hoy, a la hora de comprar vivienda en el área correspondiente al norte de Florida y el sur de Georgia (sobre todo después de una excursión, como la mía, de 10 años por el medio oeste que sirve para cortar parcialmente tus raíces sureñas), los corredores de bienes raíces blancos bien intencionados harán todo lo posible, si eres blanco, para alejarte gentilmente del condado de Gadsden. Te sientes como un saco de mierda al escucharles, hasta que entras a internet y lees acerca de las abismales escuelas públicas del condado, punto en el cual uno se siente como un gran saco de mierda. Entonces, hay que decidir quién vas a ser: la forastera que pontifica haciendo presión en favor del cambio o la forastera que se muda a un condado vecino en el sur de Georgia. Elegí la segunda opción.
Para constancia, mi novio “conservador” no fue a escuelas públicas en el condado de Gadsden. Fue uno de los innumerables niños blancos de clase media que fueron enviados a F. Robert Munroe Day School, una academia privada cercana, fundada en 1968, “cuando un grupo de ciudadanos dedicados se unieron para”... bueno, ya sabes. La resolución Brown vs. Board pudo haberse aplicado una década antes, pero una estrategia de gradualidad permitió que los condados de Florida no fuesen obligados a integrarse hasta los años 60 y principios de los 70, momento en el que los blancos miraron alrededor y dijeron, para parafrasear: “Oh, joder, supongo que será mejor que nos unamos”.
El resultado de todo esto fue el éxodo de estudiantes blancos de las escuelas públicas, que causó la destrucción del sistema escolar del condado de Gadsden; actualmente el distrito ocupa el puesto 68 de 74 en el estado.
Por supuesto, todo esto era invisible para mí en 2002, mientras daba mi voto por un candidato republicano. No pensaba en cómo los Dixiécratas sureños (miembros de un partido segregacionista de corta duración) habían vendido sus propias comunidades para mantener la segregación en las décadas antes de mi nacimiento, y desde luego no consideraba que esos mismos Dixiécratas habían sido absorbidos por el Partido Republicano. En lugar de eso, tenía ideas vagas sobre el incómodo tema del aborto y el bienestar de mucha gente. Demasiada gente con bienestar, ¿cierto? ¿Y demasiados abortos, también?
Sin un sentido de la historia, es difícil tener un sentido de causa y efecto. Y sin un sentido de causa y efecto que se base en la historia, es difícil ser político sobre cualquier cosa.
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Eso es lo que pasa cuando una tiene 18 o 19 años de edad y vota por primera vez en unas elecciones: es difícil ponerse al día en política, conocer las historias y las historias subyacentes y las historias subyacentes de fondo no solo de candidatos y temas, sino también de los cambios adentro de los partidos. Por esta razón, la primera vez que votan, muchos jóvenes tienden a hacerlo igual que sus padres, al menos cuando confían en que sus padres son personas decentes en general. La mayoría de nosotros, por más que lo neguemos, lo hemos hecho.
Un meme que apareció varias veces en mi Facebook comienza con la línea: “¿Qué hizo usted en los 60?” El meme muestra una foto de Bernie Sanders a la izquierda y una foto de Hillary Clinton a la derecha. El texto de la foto de Clinton dice: “Como joven republicana trabajó para la campaña presidencial de Barry Goldwater en 1964. Barry Goldwater votó en contra de la Ley de Derechos Civiles”. El meme es cierto en la medida que afirma que Sanders “organizó una resistencia efectiva a las violaciones de los derechos civiles y la segregación en Chicago” y que “estuvo en la manifestación donde el Dr. Martin Luther King pronunció su discurso ‘Tengo un sueño’, junto con otros miles de activistas”. Omite que Clinton apenas tenía 17 años de edad durante la temporada electoral de 1964, mientras que Sanders tenía 21 en el momento de la marcha en Washington y 23 en las elecciones generales de 1964.
No considero a Clinton como la candidata soñada ni le restó importancia a Sanders como uno de los primeros defensores de los derechos civiles. Digo que no se debería criticar a Clinton por no tener resueltas sus inclinaciones políticas antes de graduarse de la secundaria, sobre todo porque había sido criada en un hogar conservador. En las siguientes elecciones Clinton apoyó al demócrata Eugene McCarthy para la presidencia, un candidato que tenía una plataforma liberal en contra de la guerra de Vietnam y cuya popularidad entre los votantes jóvenes fue, por cierto, muy similar a la de Sanders.
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Una cosa más acerca de Facebook, crisol de la política reaccionaria: la semana pasada, un amigo conservador publicó un comentario sobre un nuevo informe del Pew Research Center que indicaba que, más que nunca, los grupos altamente educados se hacen cada vez más liberales, mientras que los grupos con educación secundaria o menos se han mantenido más o menos coherentes ideológicamente. El artículo que enlazó era una cobertura de NPR del estudio titulada “ ¿Por qué los estadounidenses con alta educación se vuelven más liberales?”.
Mi amigo especuló en sus comentarios: “Podría deberse a que los colegios superiores y las universidades tienden a ser liberales y a adoctrinar a los estudiantes. Sé que es un cliché decirlo, pero lo experimenté de primera mano cuando era estudiante. Recuerdo a dos profesores, en particular, que utilizaban el tiempo de clase para hablar largo y tendido sobre sus filosofías izquierdistas… No cambiaron mi forma de pensar porque por naturaleza soy escéptica, de carácter fuerte y dispuesta a cuestionar la autoridad. Pero muchos estudiantes llegan al campus pensando que los profesores son dioses que lo saben todo y tragan entero todo lo que les dicen sin cuestionamientos. No extraña que salgan más inclinados hacia la izquierda que cuando iniciaron.
Tuvimos una discusión amistosa con mi amigo. No terminó mal, que es más de lo que puedo decir de otras conversaciones políticas que he cometido el error de tener en línea. (Un debate que tuve con mi tía el año pasado en Facebook sobre la crisis de refugiados sirios involucró enlaces a Franklin Graham y Herman Cain y en general sirvió como un portal al infierno. No creo que ella no estuviese de acuerdo en que fue horrible). Sin embargo, los estudios que examinan la correlación entre el liberalismo y la educación superior no son nada nuevo, como tampoco los análisis irresponsables y a la ligera que surgen después. Los conservadores tienden a aplicar las mismas trilladas teorías conspirativas de adoctrinamiento de jóvenes por profesores liberales –“Me metí en esto por propaganda”, no lo diría ningún profesor– mientras que los liberales están en su mayoría interesados en una ronda de aplausos autosatisfactorios.
Si los estudios y los artículos de opinión son trillados, entonces, ¿por qué tanta gente sigue leyéndolos y compartiéndolos? ¿Y por qué seguimos discutiendo sobre lo que realmente está detrás de la “conversión” de un joven al liberalismo durante sus años en la universidad?
Tal vez algo que debemos tener en cuenta es que la mayoría de los jóvenes en edad de escuela secundaria, o más jóvenes, simplemente no tenían cómo dar un comino por la política. Es aburridora, está sobre sus cabezas, es un juego de ancianos: por otra parte, ni siquiera se les permite participar. Los protagonistas son personas de la edad de sus padres, personas que se relajan después de un largo día en el pleno de la Cámara viendo Dateline con una botella de Arbor Mist y una pasada de Icy Hot por sus vetustos pies. Aunque hay algunos niños que han demostrado ser capaces de una pasión excepcional por la justicia social y la actividad legislativa, no es exactamente la experiencia más frecuente. La experiencia frecuente es que los niños se preocupen por sobrevivir a las diferentes esferas sociales, a menudo difíciles, de sus jóvenes vidas.
Este no es el tipo de cosas por las que se deberían criticar, y no cambia nada cuando ponen un pie en un campus universitario. El despertar político es un proceso gradual; se trata de ensayo y error moral. Se trata de averiguar lo que es repulsivo en el sistema existente y a continuación averiguar cuáles políticos son igualmente repulsivos. También depende en gran medida de las relaciones con los amigos, y en menor medida, diría yo, con los profesores.
La retrospección es de 20/20, por supuesto. A los 19 años de edad yo no tenía ninguna comprensión de mí misma como apolítica. Voté en 2002, ¿recuerdas? Perforé la papeleta.
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Lo complicado de ser joven y apolítico es que a menudo eres político, sólo que no lo sabes aún. Despertar necesita el tema correcto: el momento correcto de rechazo. En mi experiencia, llegó durante la temporada electoral de 2004, cuando Kerry desafiaba a Bush para un segundo mandato. Hubo mucha retórica de la derecha acerca de no “cambiar de política a mitad del camino” durante la guerra contra el terrorismo, y Kerry estaba recibiendo una paliza por parte de expertos conservadores por su decisión de tirar las medallas de combate que había recibido por el servicio militar en Vietnam.
No me gustó cómo Kerry fue vilipendiado por la derecha. Había recibido suficiente metralla en las piernas para hacer lo que quisiera con sus medallas, sobre todo si se sentía muy mal por la manera en que las había ganado. Pero el verdadero clavo en el ataúd, en términos de mi conservadurismo persistente, se produjo en septiembre, apenas dos meses antes de las elecciones generales, cuando Bush dejó que expirara la Prohibición Federal de Armas de Asalto, una prohibición que incluso Reagan había apoyado. En un momento en que Washington gastaba miles de millones de dólares en la búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak, un presidente republicano abrió las compuertas en casa para la venta y fabricación de armas con cargadores de alta capacidad. La medida fue un testimonio de la fuerza bruta que la NRA ejercía dentro del partido, y eso me llevó al punto de inflexión.
No recuerdo cómo le dije a mi familia que iba a votar por Kerry, pero sí recuerdo a mi tía dándome la perorata de Winston Churchill: “Si no eres liberal a los 20, no tienes corazón. Si no eres conservador a los 40, no tienes cabeza”. Durante años, me he preguntado si ella tiene razón, si llegará el día en que cambie el interruptor, pero no puedo entender qué tipo de cambio tendría que darse para que eso ocurra. La mayor parte de las creencias conservadoras profundamente arraigadas de mi familia han estado ligadas fuertemente con un fundamentalismo cristiano que ya no acepto más. Hago todo lo posible por creer en Dios, y lo hago casi todos los días: en el patio mientras corto la hierba o, a veces, cuando estoy cocinando, o especialmente cuando me cago de miedo en un avión turbulento y en mi cabeza da vueltas un “AYÚDAME; JESÚS MÍO”. Pero otros días lo siento como una extorsión total. Otros días siento que la gente que va a la iglesia es la que más odia a otras personas, y pienso que no pondría un pie más en uno de esos edificios como no lo haría en un baño portátil en un concierto de Lust Control.
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Después de la universidad, tomé un descanso de 10 años del sur: primero en Chicago, por trabajo; después en Ann Arbor, para mis estudios de posgrado: lugares conocidos por ser bastiones liberales y lugares que de los que estoy orgullosa de decir que nunca (gracias a los manifestantes, en el primer caso) sirvieron de sede a una manifestación en favor de Trump. Ha pasado un año desde que me mudé de nuevo a Mason-Dixon, no a mi ciudad natal en el Panhandle, sino en una ciudad aún más pequeña, a una hora al norte en la frontera entre Florida y Georgia.
Estoy haciendo mi mejor esfuerzo por adaptarme. Voy a seguir adelante y confieso que pasé la mayor parte de un sábado a finales de enero disfrutando del Rattlesnake Roundup local, un evento que esperaba criticar pero que de hecho encontré fascinante en términos de la cultura del Sur. Por ejemplo: ¡La diversidad en el RR! Blancos ‘rednecks’, motociclistas negros, adolescentes descontentos con camisas de Nirvana: una sorprendente mezcla de gente con ganas de ver serpientes venenosas. ¿Y dispararé un cañón confederado? Sí, disparé un cañón confederado. Pagué 10 dólares por disparar esa mierda de cañón, y luego me marché con un folleto gratuito titulado Prison-Pens of the North que, en caso de que alguien se pregunte, puedo asegurar que no eran “ni un ápice mejores que las peores del Sur”. ¡Bueno!
Mi política liberal no es un secreto para mis vecinos, pero no la hago pública si no me lo piden tampoco. Yo prefiero esperar hasta que tenga una razón sólida para educarlos, o hasta que, como ha ocurrido en varias fantasías privadas y completamente ridículas, mi aura silenciosa de bondad progresiva convierta a las personas in situ.
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El rechazo como guía política: es real. La última vez que salí con un chico con una afiliación política diferente a la mía fue en el último año de la universidad. Este novio tenía un volante en su nevera que tenía algo que ver con el objetivismo y Ayn Rand, pero he perdido los detalles exactos, sobre todo porque no tenía ni idea de lo que significaban en ese momento. En cualquier caso, mientras íbamos en auto un día pasamos a un hombre sin hogar que arrastraba los pies por la acera, y mi novio dijo algo tan grosero que me molesta repetirlo todos estos años.
“Necesitas conseguir trabajo, viejo”, dijo. (O al menos fue algo relacionado con el hecho de que la situación del hombre era debida a circunstancias totalmente dentro de su control).
Quisiera hacer hincapié en que el tipo sin hogar se encontraba en un estado verdaderamente deplorable, el tipo de hijo de puta sucio y oprimido que hace que te odies por estar tan bien, con tu colchón Serta limpio y tu propio inodoro personal.
Mi hilarante novio no le dijo su comentario inspirador al hombre de la acera, exactamente, me lo dijo a mí, suponiendo que debía estar de acuerdo. Se trató en realidad de una prueba: ¿Creía yo o no creía que este hijo de puta sin trabajo necesitaba ponerse en pie sin ayuda de nadie?
“Ese hombre claramente no puede trabajar”, dije.
Se inició una pelea. Mi novio se retractó y dijo que se trataba de una broma: te aseguro que solo estaba bromeando a medias. Debo añadir, aquí, que en el momento de este incidente, este hombre de 21 años de edad conducía una SUV que su padre le había dado. También tenía una mesada mensual en efectivo y no pagaba su propia matrícula.
¿Cuál es el punto de esta historia? No es más que anecdótico. No puedo hacer generalizaciones políticas con base en un solo chico de la universidad que carecía de compasión por un solo hombre sin hogar en un solo día. Solo diré esto: mis experiencias con los conservadores en general han sido el catalizador que me ha empujado más hacia la izquierda. No podría ser más cierto ahora, rodeada de toda la retórica de Trump empujando hacia adelante este ridículo ciclo electoral.
Pienso en todos los niños conservadores por ahí, los que recientemente han salido del nido, que en realidad nunca han cuestionado las tendencias políticas de sus padres. Los que piensan que saben la diferencia entre el bien y el mal, porque se han utilizado muy selectos pasajes de la Biblia como texto principal para el debate. Quiero agarrar a esos niñitos por los hombros y decirles: “ ¡Hay cosas en el mundo que te rechazarán, bebé! ¡Cosas que apenas puede comprender tu tierno cerebro! Date prisa y averigua cuáles son, rápido, y no mires atrás: no mires nunca atrás”.
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Los trabajos de Rachel Farrell aparecen en McSweeney’s Internet Tendency, Ninth Letter, The Offing y Virginia Quarterly Review . Ella es editoria de Social Media en la Michigan Quarterly Review. Está trabajando en una novela.
Ilustración por Angelica Alzona


