Por Brit Bennett
No sé qué hacer con la gente blanca buena
“ ¿Pero de qué sirven sus buenas intenciones si nos matan?”


Toda mi vida he estado rodeada por gente blanca buena. Gente blanca buena viviendo en mi barrio, que regresó a nuestro perro cuando se escapó; maestros blancos buenos en mi primaria que me dieron libros a leer; buenos profesores blancos en la Universidad de Stanford (un baluarte de gente blanca buena) que me recomendaron buenos programas para una maestría en Bellas Artes donde conocí escritores blancos buenos lo suficientemente liberales para incluirlos en una escena de Portlandia.
Debo estar agradecida por esto. En todas las generaciones de mi familia, ¿quién ha estado rodeado de tanta gente blanca buena como yo? Mi mamá fue la hija de aparceros en Luisiana; se medía los pies con hilo porque no se le permitía probar los zapatos en la tienda. Ella me contó de un policía blanco que humilló a su mamá al obligarla a vaciar su cartera en el mostrador de la tienda sólo para ver las pocas monedas que caían del bolso.
Hace dos semanas mi mamá me enseñó los reportes escritos sobre su familia por el departamento de asistencia pública. La funcionaria a cargo del caso de mi familia era una blanca que los observó con un ojo cuidadoso y antropológico. Describió a los niños –y a mi mamá– como “amables y limpios”. Hizo preguntas personales (que si mi abuela tenía un novio) y escribió sus hallazgos con un tono indiferente. Se preguntó por qué mi abuela –una mujer negra analfabeta con nueve hijos que cuidar y que vivió en el sur durante la época de Jim Crow– tenía dificultades para encontrar un trabajo fijo. A lo mejor –escribió con letra curva– mi abuela no se estaba esforzando suficientemente para encontrar trabajo.
Este reporte desteñido es el tipo de documento oficial que un historiador quizás consulte si le tocara reconstruir la historia de mi familia. La autora –funcionaria blanca de la oficina de asistencia pública– escribe como si fuera una observadora objetiva, pero cuenta una historia trillada de mujeres negras que se niegan a trabajar y en cambio dependen de la asistencia pública. A cada rato pierde su tono clínico. En una parte del reporte anota que mi mamá es linda. La funcionaria probablemente se haya considerado una blanca buena.
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Después de la ausencia de condena en el caso de Darren Wilson solo he eliminado una amiga racista en Facebook. Esta amiga –tan amiga como suele ser una compañera de aula en la escuela secundaria– posteó un discurso rimbombante en el que llamó niggers a los amotinados. (No era una blanca buena). La mayoría de mis amigos blancos han respondido a los eventos recientes con empatía o furia. Algunos se han unido a las protestas. Otros han posteado historias en “Criming While White”, un hashtag que ha sido criticado por restarles valor a las voces negras. “Mírame”, grita el hashtag. Sé que soy privilegiado. Soy una persona blanca buena. Únete conmigo y recuerda a los demás que tú también eres una persona blanca buena.
En las últimas semanas he visto gente blanca buena felicitarse por eliminar amigos racistas de su Facebook o por debatir con familiares o por realizar pequeños actos de bondad con gente negra. A veces pienso que preferiría el trolling racista a este nivel de autobombo. Es fácil descartar a un troll racista. No piensa que la decencia sea suficiente. A veces pienso que los blancos buenos esperan ser premiados por su decencia. No somos como los demás blancos. ¿Ya ves lo tolerantes y conscientes que somos? ¿Ves que somos buenos?
En las últimas semanas he alternado entre sentir rabia y sentir pena. Me siento rodeada de muerte negra. Qué privilegio el de preocuparte por parecer bueno cuando el resto de nosotros queremos creer que merecemos la vida.
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Cuando mi papá era joven, fue arrestado a punta de pistola. En aquel tiempo era fiscal asistente de distrito y estaba manejando a su casa después de una clase sobre la Biblia cuando lo detuvo la policía de Los Ángeles. Pensó que había sido por una infracción de tránsito hasta que los policías lo rodearon, apuntándole escopetas a la cabeza. Los policías se negaron a ver la placa de fiscal en su cartera. Lo esposaron y lo tiraron en el piso.
Por lo general mi papá está agradecido que de que se mantuvo calmado. Con la conmoción que sintió en aquel momento, no hizo nada. Y es eso lo que él cree que le salvó la vida.
Pienso en esto mientras veo a Eric Garner morirse. Durante meses evité el video… hasta que otro policía más no fue acusado por lo que hizo. Ahora he visto el video de la muerte de Garner, junto con un segundo video que se me hace aún más inquietante. En el segundo video –grabado inmediatamente después de que Garner fuera asesinado por una llave al cuello prohibida– muestra a los policías tratando de hablarle, pidiéndole que responda a los paramédicos. Ellos todavía no saben que está muerto y hay algo de este momento –los policías andando por ahí mientras que un paramédico busca un pulso– que es tan desconcertante y frustrantemente humano… es muy diferente de las imágenes de los cinco policías lanzándose contra Garner y forzándolo al piso.
Después de que el caso se resolvió sin condena, ha surgido una coalición sorprendente de detractores. No se trata solamente de estudiantes de grupos de minorías saliendo a la calle a protestar sino también de conservadores incondicionales como Bill O’Reilly y John Boehner criticando la falta de justicia. Hasta el antiguo presidente George W. Bush dio su opinión, calificando de “triste” la decisión del gran jurado. Pero aunque muchos piensan que la muerte de Garner fue injusta, otros se niegan a creer que la raza desempeñó un papel. Su muerte fue por un patrullaje policiaco demasiado entusiasta, por una serie de malas elecciones individuales. Esto le hubiera pasado igual a un blanco. En Cleveland, un niño negro de 12 años llamado Tamir Rice fue asesinado por policías por jugar con una pistola de juguete. Una tragedia desafortunada, pero no un incidente racial. También hubieran matado a cualquier niño blanco jugando con una pistola de juguete que pareciera real.
Darren Wilson no se arrepiente de haber matado a Mike Brown. Insiste en que no pudo haber hecho nada de manera diferente. Daniel Pantaleo ha ofrecido condolencias a la familia, diciendo que se “siente muy mal” por la muerte de Garner.
“Nunca fue mi intención lastimar a nadie”, dijo.
No sé cuál es peor, el asesino impenitente o el hombre que insiste hasta el final en que tenía buenas intenciones.
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Hace un año fuera del aeropuerto del condado de Orange, una blanca se me coló en el mostrador donde se factura el equipaje. Había estado parada al lado mío y en cuanto los trabajadores dijeron “próximo”, la tipa agarró sus cosas y se fue al mostrador. Se me coló porque soy negra. O a lo mejor porque soy joven. A lo mejor estaba atrasada en llegar a su vuelo o simplemente lo hizo por maleducada. Se me hubiera colado si yo hubiera sido una blanca como ella. Se me hubiera colado si yo hubiera sido cualquiera.
Por su supuesto, la mujer terminó en mi vuelo y por supuesto, estuvo sentada a mi lado. Antes de despegar el vuelo me miró y me dijo: “Siento mucho que me colé antes de ti anteriormente. No te vi parada allí”.
A menudo oigo a gente blanca buena preguntar por qué las minorías tienen que convertir todo en un asunto racial, como si disfrutáramos al considerar el racismo como una motivación. Yo no quisiera tener que examinar estas pequeñas interacciones y preguntarme: ¿Le estoy dando demasiadas vueltas al asunto? ¿Estoy siendo paranoica? Es extenuante.
“Era mucho más sencillo en el sur rural”, me dice mi mamá. “Los blancos te dejaban saber inmediatamente cuál era tu posición”.
El problema está en que uno nunca puede saber las intenciones de otro. Y a veces siento que vivo en un mundo en que se me obliga a analizar las intenciones de personas que no tienen interés en conocer las mías. Un gran jurado creyó que Darren Wilson era un buen policía haciendo su trabajo. Este mismo gran jurado pensó que un muchacho de 18 años –poseído de una furia monstruosa– se lanzó entre una lluvia de balas hacia la pistola de un policía.
Wilson describió a Michael Brown como un bruto negro, un demonio. Nadie cuestionó las intenciones de Michael Brown. Un estereotipo no tiene motivaciones complejas e individuales. Cuando se trata como es, un estereotipo puede ser forzado a realizar cualquier acción que esperamos.
Estuve en un vuelo de cuatro horas tratando de no preguntarme sobre las intenciones de la blanca. ¿Pero por qué pensaría ella de las mías? Ella ni siquiera me vio.
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Cuando estaba en la escuela primaria, un día mi hermana mayor llegó a casa llorando. Había aprendido sobre el Ku Klux Klan aquel día y tenía miedo de que nos atacaran hombres con capuchas blancas. Mi papá le dijo que no tenía por qué preocuparse.
“Si un miembro del Klan se sentara en esta mesa ahora mismo, me reiría en su cara”, dijo.
Mi mamá cuenta historias de los miembros de Klan montando a caballo de noche, de la preocupación de su abuela cuando el hijo del médico (un blanco) visitó a su hermana menor porque temía que el Klan le metiera candela a su casa. Cuando era una niña, solo veía al Klan en películas relacionadas con la lucha por los derechos civiles o en capítulos teatrales del programa de Jerry Springer. Mis padres sabían lo que aprenderíamos nosotros después: que en los años 90 en nuestra casa en California –rodeados de gente blanca buena– teníamos mucho más que temer que el racismo que se promuev a sí mismo.
Todos queremos creer en el progreso, en una historia que avanza hacia delante, en una línea clara, en diferencias transcendidas y en aceptación creciente, en lo buenas que se han vuelto las personas blancas buenas. Entonces esperamos que el racismo aparezca con la villanía obvia de un malo de una película de Disney. Como si un policía racista se despertara todos los días torciendo el bigote y frotándose las manos mientras que planea cómo destruirá la vida de los negros.
No creo que Darren Wilson ni Daniel Pantaleo tenían la intención de matar a hombres negros. Estoy segura de que los policías que arrestaron a mi papá tenían buenas intenciones. ¿Pero de qué sirven sus buenas intenciones si nos matan?
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Cuando mis amigos y yo hablamos de gente que no nos gusta, muchas veces terminamos las conversaciones con: “Pero tiene buenas intenciones”.
Siempre caemos allí porque queremos reafirmar que somos personas justas que examinan a la gente no sólo por lo que hace sino también por lo que tiene la intención de hacer. Después de todo, ¿no todos estamos parados en la brecha entre quienes somos y quienes tratamos de ser? ¿No es humano permitir a quienes no nos gustan –incluso los que nos hacen daño– una residencia en este espacio también?
“¿Sabes qué? Tiene buenas intenciones”, decimos. Dependemos de esto y la frase es tan altiva, tan empalagosamente dulce y tan hueca que yo casi preferiría que cualquier persona dijera cualquier cosa de mí en vez de decir lo horrible que soy a pesar de lo buena que trato de ser.
Pienso en esto en un viaje en carro con mi papá en el que me dice lo que pasó cuando los policías finalmente se dieron cuenta de que habían arrestado al tipo equivocado. Lo levantaron del piso y le quitaron un poco de polvo por haber estado en el mismo.
“Lo siento, amigo”, le dijo un policía mientras le quitaba las esposas.
Habían cometido un error de buena fe. Mi papá se había ajustado a la descripción. Bueno, claro que se había ajustado. La descripción siempre es la misma. La policía escoltó a mi papá hacia su auto. Mi papá –que todavía no era mi papá– condujo todo el camino a su casa sin acordarse de encender los faros.
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Brit Bennett recientemente recibió su maestría en Redacción Creativa en el Programa Helen Zell para Escritores en la Universidad de Michigan. Actualmente es becaria de estudios posgrados en el programa Zell. Su primera novela —titulada The Mothers— se publicará en octubre 2016.
Illustración de Jim Cooke.


