Trump abandonará la OTAN

Si es reelegido, pondría fin a nuestro compromiso con la alianza europea, remodelando las relaciones internacionales y obstaculizando la influencia estadounidense en el mundo.

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El expresidente Donald Trump comprueba la hora antes de una cena de líderes en el Museo de Arte e Historia del Parque Cincuentenario en Bruselas el 11 de julio de 2018.
El expresidente Donald Trump comprueba la hora antes de una cena de líderes en el Museo de Arte e Historia del Parque Cincuentenario en Bruselas el 11 de julio de 2018.
Imagen GEERT VANDEN WIJNGAERT/POOL/AFP via Getty Images

Nota del editor: Este artículo es parte de “Si Trump gana”, un proyecto del número de enero/febrero de 2024 de The Atlantic que considera lo que Donald Trump podría hacer si fuera reelegido en noviembre. El proyecto ha sido traducido del inglés. Lee el artículo original aquí.

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“Me importa un comino la OTAN”. Así expresó una vez el expresidente Donald Trump sus sentimientos sobre la alianza militar más antigua y fuerte de los Estados Unidos. No es que esta declaración, hecha en presencia de John Bolton, el asesor de seguridad nacional en ese momento, fuera una sorpresa. Mucho antes de ser candidato político, Trump cuestionó el valor de las alianzas estadounidenses. De los europeos, escribió una vez que “sus conflictos no valen lo que valen las vidas de los estadounidenses. Retirarse de Europa le ahorraría a este país millones de dólares al año”. La OTAN, fundada en 1949 y apoyada durante tres cuartos de siglo por demócratas, republicanos e independientes por igual, ha sido durante mucho tiempo un foco particular de la ira de Trump. Como presidente, Trump amenazó con retirarse de la OTAN muchas veces, incluyendo, lamentablemente, en la cumbre de la OTAN de 2018.

Pero durante el mandato de Trump, la retirada nunca se produjo. Eso se debió a que siempre hubo alguien ahí para disuadirlo. Bolton dijo que él lo hizo; se cree que Jim Mattis, John Kelly, Rex Tillerson, Mike Pompeo e incluso Mike Pence también lo hicieron.

Pero no lograron cambiar su opinión. Y si Trump es reelegido en 2024, ninguna de esas personas estará en la Casa Blanca. Todos ellos se han separado del expresidente, en algunos casos de manera dramática, y no hay otro grupo de analistas republicanos que entiendan a Rusia y Europa, porque la mayoría de ellos firmaron declaraciones oponiéndose a Trump en 2016 o lo criticaron después de 2020. En un segundo mandato, Trump estaría rodeado de personas que comparten su disgusto por las alianzas de seguridad estadounidenses o no saben nada sobre ellas y no les importan. Esta vez, la mala voluntad que Trump siempre ha sentido hacia los aliados estadounidenses probablemente se manifestaría en un claro cambio de política. “El daño que causó en su primer mandato fue reparable”, me dijo Bolton. “El daño en el segundo mandato sería irreparable”.

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Institucionalmente, y tal vez incluso políticamente, abandonar la OTAN podría resultar difícil para Trump. Tan pronto como anunciara sus intenciones, se produciría una crisis constitucional. Se requiere la aprobación del Senado para los tratados estadounidenses, pero la Constitución no dice nada sobre la aprobación del Congreso para retirarse de los tratados. Reconociendo esta laguna en la ley, el senador demócrata Tim Kaine y el senador republicano Marco Rubio presentaron una legislación, que ya fue aprobada por el Senado, diseñada para impedir que cualquier presidente estadounidense se retire de la OTAN sin la aprobación de dos tercios del Senado o una ley del Congreso. Kaine me dijo que se siente “confiado en que las cortes nos respaldarán en eso y no permitirán que un presidente se retire unilateralmente”, pero ciertamente habrá una lucha. También se desarrollaría una crisis de relaciones públicas. Una amplia gama de personas (excomandantes supremos aliados, expresidentes del Estado Mayor Conjunto, expresidentes, jefes de estado extranjeros) seguramente se unirán para defender a la OTAN y en voz muy alta.

Pero nada de eso necesariamente importaría, porque mucho antes de que el Congreso se reúna para discutir el tratado, el daño ya estará hecho. Esto se debe a que la fuente de influencia más importante de la OTAN no es legal ni institucional, sino psicológica: crea una expectativa de defensa colectiva que existe en la mente de cualquiera que amenace a un miembro de la alianza. Si la Unión Soviética nunca atacó a Alemania Occidental entre 1949 y 1989, no fue porque temiera una respuesta alemana. Si Rusia no ha atacado a Polonia, los estados bálticos o Rumania durante los últimos 18 meses, no es porque Rusia le tema a Polonia, los estados bálticos o Rumania. La Unión Soviética se contuvo, y Rusia continúa conteniéndose ahora, debido a su firme creencia en el compromiso estadounidense con la defensa de esos países.

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Este efecto disuasorio no proviene sólo del tratado de la OTAN, un documento básico cuyos signatarios simplemente acuerdan en el Artículo 5 que “un ataque armado contra uno o más de ellos en Europa o América del Norte se considerará un ataque contra todos ellos”. La disuasión proviene de la convicción del Kremlin de que los estadounidenses realmente creen en la defensa colectiva, que el ejército estadounidense realmente está preparado para la defensa colectiva y que el presidente estadounidense realmente está comprometido a actuar si la seguridad colectiva se ve amenazada. Trump podría poner fin a esa convicción con un solo discurso, un solo comentario, incluso una sola publicación de Truth Social, y no importará si el Congreso, los medios y el Partido Republicano siguen discutiendo sobre la legalidad de retirarse de la OTAN. Una vez que el comandante en jefe dice “no acudiré en ayuda de un aliado si es atacado”, ¿por qué alguien habría de temer a la OTAN, independientemente de las obligaciones que aún existan sobre el papel? Y una vez que los rusos, o cualquier otra persona, ya no teman una respuesta estadounidense a un ataque, las posibilidades de que lo lleven a cabo aumentan. Si tal escenario parece improbable, no debería serlo. Antes de febrero de 2022, muchos se negaban a creer que alguna vez pudiera haber una invasión rusa a gran escala de Ucrania.

Cuando pedí a varias personas con vínculos profundos con la OTAN que imaginaran qué pasaría con Europa, Ucrania e incluso Taiwán y Corea del Sur si Trump declarase su negativa a observar el Artículo 5, todos coincidieron en que la fe en la defensa colectiva podría evaporarse rápidamente. Alexander Vershbow, exembajador de Estados Unidos ante la OTAN y exsubsecretario general de la OTAN, señaló que Trump podría retirar al embajador estadounidense de su cargo, impedir que los diplomáticos asistan a reuniones o dejar de contribuir al costo de la sede de Bruselas, todo ello antes de que el Congreso pudiera bloquearlo: “No estaría legalmente obligado a hacer ninguna de esas cosas”. Cerrar las bases estadounidenses en Europa y transferir miles de soldados llevaría más tiempo, por supuesto, pero todos los órganos políticos de la alianza tendrían que cambiar su forma de operar de la noche a la mañana. James Goldgeier, profesor de relaciones internacionales en la American University y autor de varios libros sobre la OTAN, cree que el resultado sería caótico. “No es que puedas decir: ‘Está bien, ahora tenemos otro plan sobre cómo lidiar con esto’ ”, me dijo. No hay un liderazgo alternativo disponible, ni una fuente alternativa de sistemas de comando y control, ni armas espaciales alternativas, ni siquiera un suministro alternativo de municiones. Europa quedaría inmediatamente expuesta a un posible ataque ruso para el que no está preparada y para el que no lo estaría durante muchos años.

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Sin la OTAN y sin un compromiso estadounidense con la seguridad europea, los suministros para Ucrania también se agotarían. La posibilidad de que los Estados Unidos abandone la OTAN obligaría a muchos países europeos a mantener sus recursos militares en casa; después de todo, pronto también podrían enfrentarse a una invasión. Los ucranianos empezarían a quedarse sin municiones con bastante rapidez. La conquista rusa de toda Ucrania —que sigue siendo el objetivo del presidente Vladimir Putin— sería pensable una vez más. La logística militar ucraniana sería mucho más difícil, porque los rusos podrían bombardear aeropuertos y otros centros de suministro en Polonia y Rumania. Ya han estado muy cerca: al menos un misil ruso cayó accidentalmente en Polonia y los ataques rusos alcanzaron la frontera entre Rumania y Ucrania. Al principio de la guerra, los rusos atacaron deliberadamente una base en el oeste de Ucrania, muy cerca de la frontera con Polonia, donde se sabía que se entrenaban soldados extranjeros. Si los rusos comienzan a atacar bases dentro de la propia Polonia, la logística de armar a Ucrania se volvería imposible.

Este cambio repercutiría inmediatamente más allá de Europa. Una vez que Trump haya dejado claro que ya no apoya a la OTAN, todas las demás alianzas de seguridad de los Estados Unidos también estarían en peligro. Taiwán, Corea del Sur, Japón e incluso Israel se darían cuenta de que ya no pueden contar con el apoyo automático de los Estados Unidos. El fin de la OTAN tal vez no los afecte directamente, pero su desaparición sería una señal de que todos, en todas partes, deben asumir que los Estados Unidos ya no es un aliado confiable.

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Con el tiempo, todos los aliados de Estados Unidos empezarían a tomar medidas preventivas. Muchos países europeos se acercarían a Rusia. Muchos países asiáticos calcularían que, como dice Kaine, “supongo que necesitamos acercarnos a China, simplemente por una cuestión de autoconservación”. Para evitar la invasión, los líderes pragmáticos cercanos a China o Rusia podrían comenzar a tomar más en serio las demandas comerciales y políticas de la segunda y tercera potencia militar del mundo, respectivamente. Al mismo tiempo, muchos partidos políticos y jefes de estado (tanto dentro como fuera del poder) respaldados por Rusia y China —o Irán, Venezuela, Cuba— tendrían un nuevo argumento convincente a favor de los métodos y tácticas autocráticos: los Estados Unidos, un país cuya imagen ya ha sido gravemente dañada por Trump y el trumpismo, se consideraría estar retrocediendo. Con el tiempo, la influencia económica estadounidense también disminuiría. Los acuerdos comerciales y los acuerdos financieros cambiarían, lo que tendría un impacto en las empresas estadounidenses y, eventualmente, en la economía estadounidense.

Si Trump es reelegido, los estadounidenses estarán tan consumidos por el drama de sus propias instituciones fallidas que, durante mucho tiempo, la mayoría no notará los problemas causados por las cambiantes relaciones internacionales. Los problemas de Lituania y Corea del Sur parecerían distantes, irrelevantes. El fin de la influencia estadounidense probablemente se desarrollaría en relativa oscuridad. Para cuando la gente aquí se dé cuenta de cuánto ha cambiado, será demasiado tarde.